Cantinas y munícipes

Cantinas y munícipes

Las ciudades que fundaron los españoles en el Nuevo Mundo crecieron alrededor de una plaza cuadrada. En los costados se erigían tres edificios: la iglesia, el asiento del cabildo, el de la capitanía general. Todo giraba alrededor del cura, el munícipe o el militar. En otros lugares -en el Oeste de los Estados Unidos y de Canadá – hubo muchas ciudades que se desarrollaron a partir de un bar o una cantina. En las proximidades de esos bares y cantinas solían instalarse prostíbulos. En unas y otras funcionaron en seguida mercados públicos de comestibles, surgieron negocios y servicios de todas clases.

Las viejas ciudades quedaban bajo el cuidado de santos patrones. Se dice que la única protección antiaérea de Nápoles durante la Segunda Guerra Mundial era San Genaro. Curas, guardias y regidores, mandaban en los antiguos burgos. En la América hispánica, del munícipe “salió” el político marrullero, y del capitán general, el dictador unipersonal. Sin embargo, en las ciudades canadienses y norteamericanas los rectores de la vida pública no fueron cantineros, prostitutas y “bartenders”. ¿Por qué unas ciudades se organizan mejor que otras? ¿Cuál es el misterio? A veces las ciudades crecen, prosperan, se embellecen. También decaen, se empobrecen y degradan.

Ni las iglesias, ni las cantinas, son responsables del éxito o del fracaso de las ciudades. Todas pueden tener épocas de esplendor o de miseria. En esto entran en juego el crecimiento de la población y el aumento del comercio. Hay ciudades con puertos; las hay mediterráneas; enclavadas en valles y trepadas en altas montañas. A unas “les va bien”; otras languidecen hasta desaparecer. Muchas ciudades contemporáneas son víctimas del desorden del tránsito de vehículos. Algunas están arropadas por la contaminación ambiental.

Pero el peor problema de las ciudades de hoy es la delincuencia sin contención. En muchas de ellas las bandas de malhechores cuentan con la complicidad de la policía. Los vendedores de drogas compran la benignidad de los jueces; en ciertos casos, financian las campañas de los líderes políticos. Los habitantes de las “urbes modernas” son prisioneros de una situación angustiosa. Les cuesta trabajo vivir entre asesinos por paga y comerciantes de medicamentos falsos. No pueden confiar en santos ni en policías.

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