Canto a la vida

Canto a la vida

SERGIO SARITA VALDEZ
La organización de la energía pasando de la fase inorgánica, hasta llegar a la biológica, nos brinda el bello trabajo arquitectónico, si es que así se le puede llamar al complicadamente hermoso y sorprendente laberinto celular.

Este adquiere la capacidad para mantener la homeostasis y su integridad estructural, así como la potencialidad reproductiva. Nace una célula la que luego será reemplazada por otra, a fin de mantener y perpetuar un modelo existencial que al azar, sufre de vez en cuando, tenues y casi imperceptibles mutaciones, dando lugar a una gama de variantes en la especie, lo que finalmente se convierte en un individuo.

Tan fascinante, intrigante y maravilloso como es el fenómeno de la vitalidad que una artista de la talla de Violeta Parra logró inspirarse en la existencia humana y soltó desde lo más remoto de su alma estos inolvidables y encantadores versos: Gracias a la vida que me ha dado tanto”.

“Me dio el corazón que agita su marco cuando miro el fruto del cerebro humano; cuando miro el bueno tan lejos del malo, cuando miro el fondo de tus ojos claros”.

“Gracias a la vida que me ha dado tanto. Me ha dado la risa y me ha dado el llanto. Así yo distingo dicha de quebranto, los dos materiales que forman mi canto, y el canto de ustedes que es el mismo canto y el canto de todos, que es mi propio canto”.

Quienes amamos y somos fieles devotos de la dinámica cambiante del vivir nos sentimos en el deber de conocer en su profundidad a su antípoda que es la inacción tisular con lo que perdemos la capacidad de mantener el potencial electroquímico de las neuronas, los cardiomiocitos y otros elementos celulares de nuestros órganos vitales.

Por suerte para el ser humano, con la excepción de las reinas del sistema nervioso central casi todas las restantes mantienen opción reproductiva con lo cual al momento del envejecimiento pueden ser reemplazadas por nuevas y robustas unidades.

Nacer y morir, ley de la naturaleza humana y vegetal.

 En esa tonada podríamos enunciar que el individuo tiene el sello fatal de la disolución corporal, quiérase o no, acéptelo o no, aunque no lo piense, tarde o temprano

dejará de existir y sus componentes anatómicos sufrirán transformaciones irreversibles para que se cumpla aquella sentencia bíblica que ordena convertirnos en polvo para así regresar al estado original desde donde partimos.

Sin embargo, recordemos que sabe el hombre cuando nace más no cuando va a morir, pero ya contamos con los conocimientos para corregir, enmendar y prolongar, hasta donde el genoma lo permita, el espacio de tiempo que nos corresponde morar sobre la tierra.

La ciencia ha ido descubriendo una serie de errores que a diario cometemos y que de una manera u otra contribuyen a reducir el tiempo útil que biológicamente tenemos concedido consumir de acuerdo a la programación de la molécula de ácido deoxiribonucleico presente en el núcleo y las mitocondrias de cada célula viviente.

Ya el laureado poeta norteamericano T.S. Eliot con sabia elegancia apuntó en uno de sus versos lo siguiente: “¿nos llevaron tan lejos. Por un Nacimiento o por una Muerte? Hubo un Nacimiento, Teníamos pruebas y ninguna duda. Yo había visto nacer y morir, Pero pensaba que eran distintos: este Nacimiento nos sometió a una dura y amarga agonía, como la Muerte, nuestra muerte”.

Sigamos recordando de nuevo a la inmortal folclorista chilena con el eco de esta inolvidable estrofa:

“Gracias a la vida, que me ha dado tanto/ Me ha dado el sonido y abecedario/ Con él las palabras que pienso y declaro/ “madre, amigo hermano” y luz alumbrando la ruta del alma de la que estoy amando”.

A pesar de los años transcurridos admito que soy un obsesivo amante de la vida y aunque me niegue a abandonarla, sé que un día habré de entrar en matrimonio indeseado con su contraria, la muerte. Mientras, haré lo imposible por posponer la fecha de esa boda impuesta, por lo que también les exhorto a ustedes a inscribirse en el club de los que no se arrepienten de la manía de insistir en seguir viviendo.

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