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Desde la llegada al país del insigne patriota y educador puertorriqueño Eugenio María de Hostos hasta nuestros días, aquí se han venido realizando esfuerzos por mejorar nuestro sistema de instrucción pública. Pero, en ocasiones -diríamos que casi siempre- esas loables tareas se han visto ensombrecidas o impedidas por la falta de recursos económicos o por la falta de un personal docente con la competencia requerida para tal propósito.
A partir de los años 60 del pasado siglo 20, por el añadido de nuevas dimensiones a su estudio, se ha venido registrando un apreciable enriquecimiento del concepto educación. Si pasáramos por alto los aspectos estrictamente cuantitativos del mismo, y centráramos nuestra atención sólo en aquellos que requieran un enfoque diverso, ahondaríamos más en el significado y en los alcances de dicho concepto. Esto, además de constituir un aliciente para la renovación del quehacer pedagógico, nos brinda la oportunidad de introducir otros instrumentos conceptuales más acabado en su estudio y en sus implicaciones políticas, económicas y sociales.
En su preámbulo a la obra “Aprendizaje y Desarrollo Profesional Docente” de varios autores bajo la orientación de Consuelo Vélez y Denise Vaillant, publicada por la Fundación Santillana en el año 2001, Álvaro Marchesi, Secretario General de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), expresa lo siguiente: “La calidad de la educación de un país no es superior a la calidad de de su profesorado. De ahí la prioridad que la gran mayoría de las reformas educativas otorga al fortalecimiento de la profesión docente. Pero si el profesorado es clave para la calidad de la enseñanza, es preciso admitir también que no se puede mejorar la acción educativa de los profesores sin conseguir al mismo tiempo mayores niveles de calidad en el funcionamiento de las escuelas”, Fin de la cita. En el primer párrafo de la introducción de esa misma obra a cargo de Consuelo Vélaz y Denise Vaillant leemos: “La teoría y la práctica de la educación indican que uno de los elementos que más incide en el proceso de aprendizaje de niños y jóvenes tienen que ver con lo que creen, pueden y están dispuestos a hacer los docentes. Minimizar o tratar con ligereza este punto supone restringir y, de hecho, desviar la comprensión del problema y la búsqueda responsable de soluciones”. Estaría fuera de lugar discutir en un espacio tan limitado como este la validez o legitimidad de esas conclusiones, por lo que nos limitaremos a subrayar la trascendencia e importancia que tiene lo que hace, pueda, o quiera hacer el maestro en el aula de clase. No hacerlo así podría constituirse en fuente de confusión y acarreamiento de graves dificultades.
Existen diversas formas para mejorar la calidad de la docencia, dos de las cuales son la capacitación y la dignificación de las gentes dedicadas al noble oficio de enseñar. Todo esto lo analizaremos en esta serie de tres entregas que esperamos que contribuya a un equilibrado debate sobre dicha temática. También, nos referiremos a los retos que enfrentamos los maestros, los dirigentes, los expertos y los técnicos de educación, así como a las respuestas que entendemos deben darles las autoridades del Ministerio de Educación a la problemática educativa y a todo lo que tenga que ver con la reforma de educación en marcha. En otro orden de ideas, tenemos a bien solicitarle al señor presidente de la República que dos escuelas públicas sean bautizadas con los nombres de los insignes maestros recién fallecidos Zoraida Heredia viuda Suncar y Jacobo Moquete.