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Desde la llegada al país del insigne patriota y educador puertorriqueño Eugenio María de Hostos a finales del siglo XIX, hemos venido realizando grandes esfuerzos para elevar la calidad de nuestro sistema de instrucción pública. Pero, en ocasiones –diríamos que casi siempre- esas loables tareas se han visto ensombrecidas o impedidas por falta de recursos económicos o por la falta de un personal docente con la competencia requerida o por ambos inconvenientes a la vez. Este año, el Día del Maestro no fue celebrado con el entusiasmo acostumbrado. A partir de los años 60 del pasado siglo 20, debido al añadido de nuevas dimensiones al estudio de la carrera docente, se ha venido registrando un apreciable enriquecimiento de dicho quehacer. Si pasáramos por alto los aspectos estrictamente cuantitativos del mismo, y centráramos nuestra atención solo en aquellos que requieren un enfoque diverso, ahondaríamos más en el significado y en los alcances de dicho quehacer. Esto, además de constituir un aliciente para la renovación de las tareas pedagógicas, nos brindaría la oportunidad de introducir formas mucho más significativas y de mayores implicaciones políticas, económicas y sociales.
En su preámbulo a la obra “Aprendizaje y Desarrollo Profesional Docente” de varios autores bajo la orientación de Consuelo Vélez y Denise Vaillant, publicada por la Fundación Santillana en el año 2001, Álvaro Marchesi, secretario general de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), expresa lo siguiente: “la calidad de la educación de un país no es superior a la calidad de su profesorado”. De ahí la prioridad que la gran mayoría de las reformas educativas otorgan al fortalecimiento de la profesión docente. Pero, si el profesorado es clave para la calidad de la enseñanza, es preciso admitir también que no se puede mejorar la acción educativa de los profesores sin elevar sus niveles de vida y sin lograr elevar la calidad del funcionamiento de las escuelas. En el primer párrafo de la introducción de dicha la obra leemos: “La teoría y la práctica de educación indican que uno de los elementos que más incide en el proceso de aprendizaje de niños y jóvenes tienen que ver con lo que creen, pueden, y están dispuestos a hacer los docentes. Minimizar o tratar con ligereza este punto supone restringir y, de hecho, desviar la comprensión del problema y la búsqueda responsables de soluciones” No sería posible discutir en un espacio tan limitado como éste la validez o legitimidad de esas conclusiones, por lo que nos vemos obligados a subraya sólo la trascendencia e importancia que tiene hoy lo que hace, quiera, o pueda hacer un maestro en el aula de clase. El no hacerlo, podría acarrearnos grandes dificultades, acompañadas de escasos resultados.
Existen diversas formas para mejorar la calidad de la docencia, dos de las cuales son la capacitación y la dignificación de las gentes dedicadas al noble oficio de enseñar. Esto lo analizaremos en las otras dos entregas de esta misma serie. También, nos referiremos a los reto que enfrentamos los maestros, los dirigentes magisteriales, los expertos y los técnicos en educación, así como a las respuestas que entendemos deben las autoridades del Ministerio de Educación a la problemática educativa y a todo lo que tenga que ver con la reforma en marcha.
En otro orden de ideas, tenemos a bien solicitarle al señor presidente de la República, licenciado Danilo Medina Sánchez, que dos escuelas públicas lleven los nombres de los insignes maestros ya fallecidos Zoraida Heredia viuda Suncar y Jacobo Moquete.