La juventud cibernética de Túnez y Egipto, inspiradora de las recientes movilizaciones que terminaron con las dictaduras de Ben Ali y Mubarak, quedará grabada en la historia de los movimientos políticos como nueva fuerza social.
La llamada globalización ha gestado en muchos países una amplia población de jóvenes que no puede acceder efectivamente a la modernidad aunque la palpe simbólicamente.
Durante los últimos 30 años, el capitalismo predicó el neoliberalismo y la globalización como panacea para la prosperidad. En nombre del liberalismo se promovió la privatización y el achicamiento del Estado, y como resultado, las protestas sociales no han parado en un país u otro, casi todas en respuesta a los dislocamientos económicos generados por los procesos de austeridad y recortes presupuestarios, acompañados de inflación.
Conjuntamente, el capitalismo neoliberal prometió que la globalización traería bienestar para todos, y el desarrollo de la tecnología de la comunicación se amplió vertiginosamente junto a las expectativas de consumo. El celular se convirtió en herramienta de uso masivo, y con la televisión y el internet, ha servido para enviar mensajes de prosperidad a un segmento amplio de la población mundial. El celular también amortiguó las grandes diferencias de clase.
Los jóvenes y las personas con mayor nivel educativo han sido los más socializados en la tecnología, sus usos y potencialidades, incluida la idea de autonomía y libertad.
En muchos países, sin embargo, estos grupos enfrentan gran dificultad para encontrar buenos trabajos y aumentar sus salarios. Es decir, la promesa de prosperidad que se plasma en la nueva tecnología de la comunicación no tiene concreción en sus vidas.
Las ansias de prosperidad y libertad también se han afianzado por los grandes procesos migratorios de los últimos 50 años. Un gran segmento de la población de los países menos industrializados ha emigrado a los centros del capitalismo desarrollado en busca de mejor vida.
En este contexto, los regímenes autoritarios enfrentan fuertes desafíos porque su inflexibilidad impide la ventilación; no hay válvulas de escape institucionales para las frustraciones sociales.
He aquí la gran contradicción del capitalismo contemporáneo: para expandir la acumulación el sistema se globalizó, pero al hacerlo de manera muy desigual, se han gestado ejércitos de desempleados, no depauperados y analfabetos como en épocas anteriores, sino integrados a las expectativas de consumo y bienestar que ha prometido el mismo sistema capitalista.
En la década de 1980, América Latina vivió un proceso de inserción al capitalismo neoliberal que produjo fuertes tensiones sociales durante los procesos de apertura democrática. Luego, a partir de 1989, se propagaron los cambios en Europa Oriental con las transiciones del comunismo al capitalismo. En Asia y África se produjeron ligeras aperturas políticas, pero en estas regiones, la mayoría de los países continúan enjaulados en dictaduras de diversos tipos.
El capitalismo global se ha instalado bajo fuertes restricciones políticas en países como China, y apenas comienzan a verse los efectos transformadores en el norte de África y el Medio Oriente.
Históricamente, el capitalismo ha sido un sistema de explotación laboral que promete prosperidad para todos, y esa contradicción ha sido aligerada en los países capitalistas desarrollados porque la democracia política obliga a aumentar los niveles de eficiencia y a mejorar el sistema de redistribución de recursos.
Pero en sociedades autoritarias, el capitalismo global agudiza las contradicciones sociales que eventualmente llevan al derrocamiento de gobiernos que han tenido como misión esencial utilizar la represión para asegurar la explotación. Es lo que sucede ahora en varios países árabes, y posiblemente seguirá sucediendo en África y Asia en años venideros. Por eso presenciamos una gran ola de cambios políticos en el mundo.