El presupuesto general del Estado es un instrumento de desarrollo para una nación y por esa razón su elaboración, ejecución y fiscalización debe responder a criterios de equidad social, subsidiaridad, priorización del gasto, reducción de la pobreza, entre otros. En nuestro ordenamiento constitucional, corresponde al Poder Ejecutivo su elaboración.

Ésta ha sido una prerrogativa ejercida, tradicionalmente, de forma centralizada, por lo que las proyecciones, tanto de ingresos como de gastos, responden a la agenda personal de quienes ostentan el poder y esta ocasión no ha sido la excepción, pues las partidas presupuestarias correspondientes a los mega proyectos en ejecución, han sido incluidas, mientras que los recursos para la construcción de pequeñas obras, como la cañada de Bonavides (división natural entre La Ciénaga y Los Guandules, en la capital) no fueron consignados, aunque estos últimos son galácticamente inferiores.

Es por circunstancias como las antes expuestas que existe el sistema de pesos y contra pesos en las democracias que funcionan. Pero al ver la abrupta aprobación de la segunda ley en importancia de la nación, no me queda otra cosa que preguntar a mis honorables co-partidarios, ¿por qué aprobarla así?

Y no quiero unirme al coro de voces que grita: “guarden la forma”, pues si de algo está cansado el dominicano, además de los foros, cumbres, comisiones, poses y  simulaciones, es de las “formas guardadas”. Es que ya se trata del fondo, se trata del pueblo que nos ve.

No por favor, así no. No era necesario. Nunca lo ha sido y mucho menos en medio de un proceso electoral, en el cual nuestros mejores aliados parecen ser la mutis propositiva del candidato del PRD, los torturantes recuerdos de esa gestión de gobierno y el caos que se apodera de nuestro pueblo cada vez que dirigen. Sin embargo, el dolor histórico acumulado en nuestra gente ya no le permite resistir más estirones innecesarios en su piel.