¡Caramba, todavía faltan escuelas!

¡Caramba, todavía faltan escuelas!

Estudiantes de la escuela primaria de la comunidad de Gualey, en Hato Mayor, pintaron grandes letreros y se pusieron en un lugar visible para el Presidente de la República, para que don Hipólito Mejía viera lo que decían sus letreros. Pero, ¿qué decían estos letreros? En uno se leía lo siguiente: “Señor Presidente, la comunidad de Gualey demanda la rápida terminación de la escuela”, y el otro tenía este mensaje: “Señor Presidente, no se haga esperar más, termine la escuela de Gualey ¡ya!”

Esta escena, recogida por un reportero gráfico de este diario, no es única. Se puede ver con frecuencia en los viajes que el Presidente de la República hace a los pueblos del interior y a los barrios y campos cercanos al área urbana del Distrito Nacional y la provincia Santo Domingo. Las demandas o peticiones son diversas, pero casi siempre están presentes las que tienen que ver con la construcción o reparación de locales escolares.

El tema de la falta escuelas y de aulas es un tema viejo en la sociedad dominicana, tan viejo como el tema del suministro de energía eléctrica y de agua potable. Pero sin la atención periodística que se presta a los dos servicios mencionados, quizás porque cuando no hay energía eléctrica o falta el agua que la gente consume la crisis que ambas deficiencias provocan es más visible y más espectacular.

Pero lo cierto es que hasta ahora el Estado dominicano y los distintos gobiernos que lo han administrado no ha sido capaces de construir y disponer de las aulas necesarias para que toda la población escolar disponga de espacios seguros, cómodos e higiénicos para recibir docencia.

Se podría decir, como suelen responder las autoridades ante este tipo de señalamiento, que ha habido avances notables en los esfuerzos públicos para que todos los muchachos y muchachas en edad escolar puedan recibir las enseñanzas a que obliga la Constitución de la República. La respuesta a esta observación tiene que ser afirmativa, sobre todo si se piensa que en 1492 no había escuelas en estas tierras, o que en 1844 había pocas, y así de manera sucesiva.

Pero es inaceptable que la sociedad dominicana no cuente hoy en día con todas las escuelas necesarias para albergar a la población estudiantil. Porque recursos financieros hemos tenido para hacerlo. Quizás no hemos tenido fondos para enviar el hombre a la luna, o para construir un puente colgante de aquí a Puerto Rico, pero para dotar a todas las comunidades urbanas y rurales de escuelas sí ha habido dinero.

Lo que sí creo es que no ha habido la visión para entender y comprender que la educación debe ser, junto con la salud, una de las dos principales metas de una nación que desee disfrutar de los avances de la humanidad, de los aportes del progreso y del conocimiento.

Estoy convencido de que el día que la sociedad disponga de un gobierno y de un equipo gobernante interesados en abordar seriamente el problema de la falta de locales y de aulas para las escuelas, para las primarias, intermedias y secundarias, lo dejará resuelto en un año. Porque se trata de una cuestión relativamente pequeña, en tamaño y por la cantidad de recursos financieros que demanda.

Por supuesto, estamos pensando en una solución modesta pero digna, sin fastuosidad ni edificaciones innecesarias, sin el tamaño de los planteles que levantaba la administración balaguerista de los doce años. ¿Recuerdan esos edificios escolares? Eran grandes, de concreto, bien diseñados y construidos, pero luego operaban con escasas butacas, sin recursos pedagógicos y con maestros muy mal pagados y socialmente subestimados.

Siempre me he preguntado, ¿por qué levantar un edificio de cuatro, seis u ocho millones de pesos en un paraje o sección donde una cantidad relativamente pequeña de estudiantes que pueden recibir docencia en un local construido en madera, con cinco o seis aulas y sus oficinas?

Los gobiernos dominicanos suelen ser soberbios en las construcciones pero pigmeos en la búsqueda de eficiencia y utilidad.

Los gobernantes dominicanos, los de ayer y los de hoy, han carecido de creatividad y de vocación por la eficiencia. Por eso, tantos problemas fundamentales resueltos en otras naciones hace decenas de años aquí siguen obstaculizando la meta del bienestar humano y social. No solo carecemos de energía eléctrica suficiente, de agua potable, de escuelas, sino que todavía las mujeres mueren de parto, los niños mueren de diarrea, faltan clínicas y hospitales, faltan utensilios médicos, faltan sanitarios y nos falta pudor público.

Claro, es verdad que todo eso falta, pero hay grandes edificios para alojar pequeños hospitales, hospitales a los que falta de todo; tenemos grandes edificaciones deportivas, edificaciones que, según oímos en la retórica tercermundista, nos llegan de orgullo. También contamos con una administración pública sobrecargada de empleados que no hacen nada y disponemos de una burocracia de alto nivel, élite, que vive comparando sus salarios con los de sus iguales de las grandes naciones desarrolladas.

Estas son las huellas del fracaso de un estilo de gobierno y de un estilo de políticos. Tenemos que buscar otra manera de dirigir el país.

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