Herminio ha decidido ir a visitar a su alter ego Píndaro. Tiene unos años que no se encuentra cara a cara con él y, por fin, luego de un intenso y tenso caminar, se encuentra ya en la recta final frente a la casa… “¡Píndaro! ¿Qué haces con esa escoba en tus manos?” –pregunta intrigado-. “Es que, después de haberle prestado mi casa a un recomendado, parece él hizo unos compromisos para cuidarla y unos ‘amigos’ me la han dejado deshecha y desordenada…” –le responde-.
La cara de Píndaro no es nada agradable. Hace unas semanas, parece que trató de acercarse a hacer lo que ahora está dispuesto a llevar a cabo con más bríos y se puso tan nublado que el aguacero provocado por unas condiciones atmosféricas que aún no le han podido ser explicadas en su origen, le impidieron lograr su objetivo.
“Y, ¿por qué barres con escobas de las anchas que venden en la carretera de La Vega a Santiago?” –cuestiona Herminio-… “Son las que más duran y de ahora en adelante las tendré que comprar en lugar de las plásticas –responde sin tapujos-… Esas hojas en el piso de entrada han caído sin cesar y quieren mantenerse ensuciándolo no importándoles que la imagen de mi casa valga más que lo material en ella… Han venido aferrándose al piso sin control para cobijarse debajo de mi árbol que tengo sembrado de por vida y a fuerza de mi trabajo…
“Fíjate, Herminio –expresa Píndaro con un dejo de tristeza-, el marquito que sostiene débilmente mi puerta de entrada principal, lo han debilitado tanto recostándose de él que ni la carcoma se atreve a entrarle y veo está llegando el momento en que mis amigos que viven fuera se nieguen a visitarme porque no hay seguridad de que puedan confiar en ella para pasar por ella… Pero, ¡ven pasa! –le indica a Herminio invitándolo a entrar-… Mira el estado de mis sillones… Los compré con sangre y sudor de mi trabajo… Hay tanta gente que se sienta en ellos y no se quiere parar, que voy a tener que sacar unos chelitos para volverlos a tapizar…”.
Mientras conversan, Herminio levanta levemente su cabeza y, en las esquinas superiores de las cuatro paredes ve con horror cómo las telarañas cubren ya amplias zonas… Su estupor es mayor cuando ve que, a través de sus redes, caminan libremente insectos que multiplican sus áreas de acción sin compasión y sin control. “Y, ¿qué vas a hacer con toda esa mugre que reflejan las telarañas?” –le reclama a Píndaro-… “Parece que los que contraté para eliminar esa plaga no ha hecho su trabajo y, como saben que confío en ellos, vienen y rocían insecticida donde más les conviene sigan reproduciéndose para justificar su trabajo… -responde-… Mira esta alfombrita que tengo aquí en la sala… La compré con los muebles, y me la han dañado tanto tratando de agregarle sin control pedazos para agrandarla que ya está traspasando las paredes… No han calculado que la alfombra no es un colchón y que, ahora que me he decidido a chequear mi casa, si llegan a resbalar puede que no encuentren lo que pensaron y el golpe que reciban les provoque inesperados morados en su piel…”.
Ambos traspasan la puerta de la única habitación que Píndaro utiliza para su descanso… En el centro de la misma impacta ver una camita con su colchoneta toda llena de pulgas que reflejan un descuido enorme… “¡Qué barbaridad –exclama Píndaro-, tanta confianza que puse en este inquilino y me ha dañado el único medio de tranquilidad que tenía!… ¡Parece que se acostumbraron a dormir del mismo lado y descuidaron las pulgas que ahora cubren toda el área de descanso!… Caramba, –expresa Píndaro mientras baja su cabeza-, ¡qué pena que le hayan jugado una mala pasada y provocaran que hoy encuentre yo mi casa de esa manera!… Es más –afirma al mirar una de sus ventana rotas-, parece que la delincuencia ha entrado sin control y se ha apoderado de mi vecindario, pues mira Herminio allá –mientras señala a las casitas alrededor- nadie se atreve a visitarme mientras estoy aquí porque tienen miedo a cruzar la calle…”.
Un olor a putrefacción llega a ambos y les obliga a abandonar la habitación y dirigirse hacia el punto de origen del mismo… ¡Están estupefactos!… El inodoro de la casita se ha desbordado porque parece no lo han chequeado y el balancín se ha roto afectando por igual la válvula de salida… “¡Rápido Herminio! –grita Píndaro-, ¡Llama al plomero!…¡Tenemos que arreglar esto, pues van a arruinar mi casa que tanto trabajo me ha dado mantenerla en el pasado…!”.