Caravanas o turbas

Caravanas o turbas

Escribir en tiempos de campañas políticas supone asumir una postura. Asumo pues la mía. No soy gente de caravanas ni bandereos. Desde la época del 14 de junio y la UCN me propuse no poner mi pellejo a la disposición de los vándalos circunstanciales que abultan, sólo visualmente, las aparentes posibilidades de los candidatos a cargos electivos.

Las provocaciones son el motivo y objetivo de los supuestos y supuestas «activistas de campaña». Para colmo hemos terminado siendo una sociedad armada hasta lo inconcebible que sale a emborracharse para, una vez constituida en turba, atacar a los opositores porque no podemos ser tolerantes. Evidenciamos inmadurez política que queremos y creemos que logramos ocultar con anuncios propagandísticos de televisión que sólo ve y escucha, o entiende, una mínima parte de nuestra población.

Creo un desatino, bochornoso e inmoral, que los dominicanos y dominicanas que pagamos impuestos debamos auspiciar económicamente a todos los partidos reconocidos, con una ley que despilfarra el erario proporcionando una entrega de millones de pesos cada dos años dizque para la campaña. Esta vez se entregaron 412 millones que bien pudieron invertirse en educación y salud. Debo aclarar que aunque agoté 25 años de enseñanza en las universidades nacionales (y uno en el exterior) nunca me consideré «profesor». Soy de profesión apenas arquitecto y tampoco quiero decir con esto que quiero contrato alguno para clínicas rurales, ni sub centros de salud, ni dispensarios médicos ni hospitales públicos. Aclarado esto, insisto en que lo que se les entrega a los partidos debiera ir a la educación y a la salud pública porque son ambos renglones deficitarios de nuestro desarrollo. Nada nos evidencia más retrasados que estos dos aspectos, a lo interno (como se suele decir) y a lo externo. La educación falta donde quiera. Basta estar en cualquier sitio para que si entra alguien o te pasa por el lado, ni siquiera salude. Pasa principalmente con la gente encumbrada. Tengo un modesto negocio en el malecón y recibo a mis clientes con una mirada que los arrogantes esquivan y los humildes reciben con satisfacción. Quizás el primero recibió educación hasta en el extranjero y quizás el otro ni siquiera pudo estudiar. Pero hay una educación que se asimila, que se cultiva y se hereda, que no viene en textos ni se pretexta como argumento cultural. Esa es la que nos hace falta. Si la buscáramos y la alcanzáramos, dejáramos de embriagarnos para envalentonarnos en las campañas electorales. Quizás entonces no necesitemos gastar energías y recursos económicos en «bandereos» pueriles, en vallas inútiles; en aberrantes, contaminantes y sucios afiches de rostros hipócritas, en «spot» propagandísticos (no publicitarios) costosísimos de televisión, que sólo sirven para novelar las campañas; y no tendríamos que regalarle millones a los partidos supuestos y reales (en estos últimos hay auténticos millonarios, nuevos o de siempre). Si fuéramos educados no necesitáramos dinero para comprar armas de fuego porque la educación instruye y nos facilita herramientas para protegernos, principalmente con elementos razonables, para el discernimiento más elemental, el que nos abre las puertas del éxito hasta económico. Y si todos podemos y tenemos, no hay necesidad de salir a buscar más con argumentos violentos. Podrá ser teoría básica, pero nunca leo que sucedan cosas de tipo violento en países verdaderamente desarrollados pienso en los nórdicos como las que nos suceden a nosotros. El día que no hagamos escándalos, ni caravanas, ni bandereos, ni balaceras, ni tengamos que emborracharnos para «apoyar» a nuestros líderes, ese día no necesitaremos campañas, nos ahorraremos millones y seremos desarrollados. Unos sufrirán porque perderán su boroneo, pero otros, las mayorías, vivirán mejor y ese es el motivo fundamental de la vida…

Publicaciones Relacionadas

Más leídas