Yo era de los que pensaba que al reggaetón, por el origen de su gente, le tocaba asumir un compromiso social parecido al de la salsa. Hasta llegué a escribirlo. Hoy veo que me equivoqué. O se equivocaron los reggaetoneros, que salieron del escenario que les correspondía para ocupar su tiempo en comprar el blin blin (cadena de oro) y exhibir su brillo en revistas y en la alfombra roja de los Grammys.
Estos intérpretes se creyeron que la osadía juvenil duraría toda la vida. Eso se admite y valora hasta un punto.
Luego, la saga de la permanencia, la que te lleva a la madurez artística debe involucrar un nivel de preparación. Así lo hicieron Lennon y Mcartney, en principio adolescentes talentosos, pero analfabetos musicales. Hoy son emblemas de la música popular gracias, en parte, al nivel de preparación que decidieron asumir, lo que transformó progresivamente su propuesta.
Willie Colón enloquecía a todos. Pero llegó un momento en que se dio cuenta que el sonido arrebatador de su trombón estaba desafinado. Entonces decidió buscar el cambio y hoy, hay quienes le han llamado el arquitecto de la salsa. En el reggaetón no ha pasado lo mismo. Los cambios sustanciales solo se han dado en el entorno material de sus cantantes y productores, mientras la repetitiva parte musical ha resultado empalagosa.
Y hoy ni en la pasarela de los Grammys estarán, porque han quedado fuera de la premiación.