Veo las Comparsas y noto que la diferencia es que estas se desplazan, contrario a los grupos, que en práctica sedentaria, se mantienen en las esquinas, estaciones de gasolina u otros lugares de la Avenida. Las Carrozas que desfilan no le llevan mucho colorido a los autos deportivos que corren por la Lincoln, ni a la yipetas altaneras que recorren la Venezuela.
¿Hay alguna diferencia entre el disfraz de Diablo Cojuelo y el atuendo de de jeans, chaqueta y corte de pelo del Bacano que anda en chercha?
Ambos muestran el brillo en la tela, en mayor o menor grado. De igual manera noto que, el rapero de ropa ancha y gorra, es tan pintoresco como Califé y La Muerte en Yipe. Todo se desenvuelve dentro de un escenario de alegría, donde la música y el baile están en primer plano. Por supuesto que dije música, pues las tarimas abundan, en su justa proporción, tanto como los disfraces. En estas suben agrupaciones de todos los géneros como en otros eventos. Y dije música porque las singulares batucadas de nuestras comparsas, llevan años metida en los toques del merengue, dando pautas al baile. Esta reflexión, de la que me da trabajo divisar la línea entre hablar en broma y en serio, me ha llevado a pensar que estamos todo el año en Carnaval.
Que esta fiesta es uno de los documentos que patentiza la eterna alegría de nuestro pueblo, que desde mucho antes de Celia Cruz nacer, ha cantado entre sus hechos que hay que gozar, pues la vida es un Carnaval.