Halloween no es mi fiesta y me ha dado mucha tristeza haber comprobado que entre la nueva generación, la cara de calabaza que identifica a Halloween es más conocida que los personajes de Califé y la Muerte en Yipe, e inclusive más que el Robalagallina.
Es una pena ver como los jóvenes, y algunos no tan jóvenes, se identifican con esta imagen, con esta celebración que para mí no es más que una de las monerías y vanidades extranjeras que, poco a poco, se han estado tragando nuestra identidad. Estoy consciente de que la diversión de este fin de semana estará combinada de los colores negro y naranja, que son los que identifican la fiesta de la noche de brujas. Los disfraces de monstruos y vampiros saldrán de los closets, motivados por el esfuerzo mediático de la publicidad, que está haciendo bien su trabajo, pues es nuestra sociedad la que anda en desatino.
También se que hay personas que, al leer estas líneas, pensarán que me estoy presentando como la manzana de la discordia-Un roca izquierda, chauvinista-dirían muchos. Pero lo único que tengo que decir con respecto a esta fiesta, es que no es mi fiesta. Es una tradición pagana que acogieron los gringos allá ellos; un entierro en el que yo no tengo vela. Por eso nunca me ha llamado la atención. Y es que debo dedicar mi tiempo en saber quien soy, y en aportar alguna característica de mis raíces al fenómeno de la globalización.