Era un 15 de un mes cualquiera, en el que mi atrevimiento sobrepasó los límites. Empiezo contando la osadía de llegar allí con todo el dinero de mi quincena en un bolsillo (sacro error). Confieso que no soy bachatero, pero desde aquel día escuché esta música con otros criterios.
Y es que tuve tiempo suficiente para involucrarme en la atmósfera en que se desarrolla este estilo; con decirles que gaste todo mi sueldo, entre cervezas que tomé y tragos que brindé a una hermosa y alta morena que trabajaba de camarera en aquel Car Wash. Recuerdo que nos pasamos la tarde y noche bailando un tema de Luis Vargas que reza, Me mandaron una carta mujer/ y yo la recibí/ no la quise leer/ porque allí comprendí/ que tú me eras infiel
Escuché decir que esta es una adaptación de un tema colombiano, cosa que no he podido comprobar. Pero lo cierto es que las letras se enmarcan en el contexto de la llamada música de amargue, génesis de la bachata. Es la historia del machista abandonado que grita el dolor de una traición. Todo el que allí estaba la cantó. Yo la canté y la bailé, y la volví a bailar hasta que mis bolsillos determinaron mi partida. Observé que la coreografía tenía sus lujos, y la vez me permitía acercarme y ser partícipe de sus bondades sensuales. Al otro día tuve que pellizcar mis ahorros. Había que reponer la quincena, y sobre todo, había que comprar el CD donde estaba ese canto que se alojó en mi recuerdo y que en estos días he vuelto a escuchar.