Carl Schmitt en Santo Domingo

Carl Schmitt en Santo Domingo

EDUARDO JORGE PRATS
A Carl Schmitt hay que leerlo como comen los japoneses el pez globo: con cuidado. Y es que el gran jurista y pensador político alemán, mal (y más) conocido como el gran ideólogo de la destrucción de la República de Weimar y del ascenso de Hitler al poder, seduce con su prosa al mismo tiempo académica, apasionada, analítica y profética.

Sus grandes frases, que condensan sus ideas, son una muestra de cómo el razonamiento del lector puede ser secuestrado por el estilo del autor: “soberano es quien decide sobre la excepción” es una de esas sentencias que atrapan al menos incauto de los lectores.

Nadie como Schmitt comprendió -para explotarlas – las debilidades del liberalismo: su vano intento de suprimir lo político, la subsistencia del poder constituyente aún en los ordenamientos constitucionales plenamente positivizados, los peligros de la partidocracia, la pretensión de que los derechos valen por el solo hecho de estar constitucionalizados sin importar las estructuras institucionales que le sirven de soporte, la criminalización del adversario internacional, y el retorno del discurso mundial de la guerra justa.

A mis alumnos de Derecho Constitucional les advierto que antes de leer a Schmitt hay que familiarizarse con el manual de cómo leerlo sin morir en el intento. Cuidándonos del veneno autoritario de este autor, es preciso intentar hacer un uso liberal de su pensamiento. El pensador alemán es, en gran medida, el enemigo interno del liberalismo y, como no hay cosa mejor que conocer a nuestro adversario, vale la pena estudiar a Schmitt.

A pesar de que para Schmitt el liberalismo es, en lo esencial, “una crítica liberal de la política”, el alemán es de los pensadores modernos que más insiste en el hecho de que el liberalismo es una tecnología de limitación del poder. Por eso, una democracia técnicamente puede existir sin ser liberal y puede haber liberalismo sin democracia. De ahí no hay que inferir que ambos no pueden coexistir, como se evidencia en todo Estado Constitucional de Derecho, pero hay que estar conscientes de la tensión entre ambos polos porque de lo contrario caeremos en el absurdo de pretender resolver los problemas de la democracia con más democracia.

Schmitt se equivoca, sin embargo, al pensar que el liberalismo es una doctrina que supone naturalmente bueno al hombre cuando existe un realismo liberal que entiende que al poder hay que limitarlo porque el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente (Lord Acton), que hay que restringir al poder porque “es una experiencia eterna que todo hombre investido de autoridad abusa de ella” (Montesquieu). Quizás el problema de nosotros los dominicanos ha sido precisamente pensar que basta con elegir a los hombres más buenos y más justos para que desaparezca el fantasma del autoritarismo cuando, en realidad, “si los hombres fueran ángeles, el gobierno no sería necesario” (Madison).

¿Es posible limitar el poder solo desde abajo, desde la sociedad? Los redactores del Informe Nacional PNUD 2008 en sus conclusiones entienden que sí, al considerar que es imposible que las elites se reformen por sí mismas, sin presión de ciudadanos empoderados. No obstante, la gran lección de la vida y obra de Schmitt es que, cuando no hay elites que se adscriben a los valores liberales y democráticos, el Estado Constitucional pierde una de sus bases fundamentales.

Todo indica que sistemas democráticos liberales solo pueden ser cocinados como la arepa, desde arriba y desde abajo. En todo caso, la dificultad es la misma que detectó hace tiempo Madison: “Al organizar un gobierno que ha de ser administrado por hombres y para los hombres, la gran dificultad estriba en esto: primeramente hay que capacitar al gobierno para mandar sobre los gobernados; y luego obligarlo a que se regule a sí mismo”.

Los dominicanos somos buenos schmittianos porque exageramos las pretensiones del liberalismo para desmeritar el régimen que tenemos cuando en todo liberalismo realmente existente salen por doquier los defectos porque, como bien señalaba Madison, “la imperfección humana no puede producir obras perfectas”. A pesar de las debilidades del liberalismo, no todas detectadas por el ojo crítico de Schmitt, esta ideología sigue siendo la más adecuada para alcanzar la sociedad más libre, democrática y justa.

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