Carlos Amaury Lithgow, ayudador y enaltecedor de la diáspora y de todos

Carlos Amaury Lithgow, ayudador y enaltecedor de la diáspora y de todos

Mientras caminábamos, reparé en su pequeña mascota: era realmente feo. Le dije, Amaury, este debe ser el perro más caro del mundo. Si, muy caro y muy inteligente._ ¿Por qué lo dices? – Porque siendo tú extranjero y mulato en este lugar tan exclusivo, el perro ha de tener el pedigrí que faltaría. Soltó su risa franca de hombre seguro  y satisfecho. Lo ignorábamos entonces, pero el doctor Carlos Amaury Lithgow Ortega tenía, probablemente, el currículo más honroso de todo Westchester.

Nos llevaba unos años a su hermano Washington y a mí, y fue cuando por el año 65 Amaury fue a visitarlo a Chile, que nuestra amistad se hizo cosa aparte. Era un estudioso cabal: indagador, discutidor. Prefería los temas de sociología y filosofía. De otros más mundanos también conversábamos, a menudo acompañados por un caldo con denominación.

No acudí a su funeral en Nueva York, pero su hermano Franklin compartió conmigo su sorpresa por la concurrencia, honores y tributos de que fue objeto. De diferentes instituciones académicas y profesionales de toda Nueva Inglaterra acudieron con flores y panegíricos, a honrar a este dominicano dedicado a promover colegas que llegaban sin amparo, ganándoles espacios y respeto en renombradas instituciones, como el famoso Hospital Presbiteriano de la Universidad de Columbia. (Próximamente, dicha universidad le rendirá un homenaje póstumo.) También fue el médico gratuito de muchos criollos e hispanos sin acceso al sistema de salud del Estado.

Amaury  apoyó y ayudó a unir a los médicos dominicanos, de quienes fue presidente, y asesor por décadas. Desempeñó honrosamente el cargo de  Director de Medicina del Wadsworth Hospital en Alto Manhattan. Sus colegas y  vecinos lo recuerdan como gran munícipe, especialmente por la movilización de recursos que gracias a sus influencias llegaron al país cuando los huracanes nos azotaron en pasadas décadas. Eran cosas que  desconocíamos porque de él nunca salió una palabra de autobombo ni enorgullecimiento.

(Lamentamos no haberlo sabido para celebrárselo.) Aunque el afecto de familiares y amigos le sobreabundaba. Desbordaba amor por todos, por la vida misma. Recorriendo Manabao y otros lugares cordilleranos, tuvimos una discusión acerca del Dios de los cristianos, al que creo y trato de servir. Terminamos en un limbo sin argumentos. Estando ya en cama, lo llame al hospital para pedirle otra oportunidad para Jesucristo en su corazón. Conociendo póstumamente su hoja de vida, confiamos que Dios, de alguna manera, como Amaury lo hacía con otros, le abrió la puerta.

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