Carlos Cancio, de Puerto Rico
al Museo de las Casas Reales

Carlos Cancio, de Puerto Rico <BR>al Museo de las Casas Reales

POR MARIANNE DE TOLENTINO

“Lo bello es siempre extraño”. Charles Baudelaire
Carlos Cancio, artista puertorriqueño, pertenece al Caribe profundo, no sólo por la situación geográfica de su país sino por una expresión pictórica, simbiosis de tradición y modernidad que caracteriza la mejor creación plástica antillana. En nuestro arco mágico de islas, a diferencia de otras latitudes, las fuentes de inspiración se trasladan del mundo exterior a la introspección, pasando por el taller y el caballete…

Así composiciones vibrantes de color, ritmo y sustancia ejercen un poder verdaderamente encantatorio, integrando los reinos de la naturaleza, lo sagrado y lo profano, la vida y la muerte, mediante signos y símbolos que preservan su misterio secular. La síntesis arte-espíritu-tierra de la pintura caribeña vibra en la obra de este hijo de San Juan. También a la usanza de aquel morador insular en constante migración, él ha cruzado mares y cielos para nutrir sus ansias de descubrimientos y recíprocamente ofrendar los frutos de su oficio y su cultura ancestral a remotas plazas del planeta, cual un embajador cultural de las Antillas.

Afirmación estética y memoria

Creyente de la belleza –concepto tan discutido sino negado hoy en día-, Carlos Cancio la adopta como profesión de fe, desde su mirada hacia el ser humano. Él rescata la memoria de lo eterno y conserva la identidad antropológica y estética. ¿Algo narcisista y obsesivo? No lo creemos, es un modo de reconocerse y darse a conocer, es una forma de compromiso personal y colectivo, vinculado al placer de pintar, a la fiesta sensorial. El crítico de arte dominicano Abil Peralta ponderó el potencial estimulante de la obra: “Su obra es vigilia, seducción y silencio, portadora de una resonancia sutil, desde la que emergen palabras únicamente propias para la reflexión espiritual o la nada.” (1)

 Por cierto palabra y naturaleza se entrecruzan en la creación de un artista poeta que pinta y escribe poesía. Carlos Cancio pues hace hablar una naturaleza vivaz, nunca estática ni fosilizada. Sus imágenes densas y serenas cantan al disfrute de la vida. Cuando el pintor contempla y plasma el paisaje y el hombre –generalmente integrados- hay una gran intensidad visual, entre palmeras, sobre un fondo de mar, envuelto todo en una atmósfera luminosa: el resultado es elocuente, dinámico y atractivo.

Como parte de su magia, la obra consigue transformar el tiempo líneal de la representación en pluralidad/simultaneidad de elementos y valores: realidad, raza, trópico, historia, mitos, orígenes. Más que a la búsqueda de un paraíso perdido, la pintura lo representa afirmando la perennidad de un edén tropical y rechazando que desaparezca.

La fruta en los cuadros de Carlos Cancio deja de simbolizar el pecado original, pese a las sugerencias de sus tentaciones y delicias, y participa en las celebraciones de la memoria ancestral. Esa presencia recurrente de la papaya –sensual y erótica aún-, el aguacate, el coco, el plátano y otras especies comestibles hunde sus orígenes en el pasado precolombino y la conquista española. El historiador Bernardo Vega cita elocuentes extractos del Diario del Almirante: Al día siguiente aparece en el Diario: “Dice que halló árboles y frutos de muy maravilloso sabor”. El 4 de noviembre se cita: “Otras mil maneras de frutas que no me es possible describir”. (2) O sea que esa abundancia frutal, permanente sobre el lienzo a través de los años, las secuencias y las exposiciones, se inscribe en el contexto diacrónico de la pintura de Carlos Cancio.

Ahora bien, en esta persistencia del recuerdo, en esta capacidad de llevar a la época moderna unas vivencias reales-maravillosas que fundamentan la poética de Carlos Cancio, reminiscencia, semejanza e imaginación dialogan y se juntan en una imagen siempre coherente y fiel a los objetivos. Tal vez convendría más referirse a íntima convición e ideales, voces más persuasivas que meros propósitos. Más allá de la representación está el poder de transformación del arte, el surgimiento de un mundo paralelo… que nos hace percibir el original de un modo más intenso. “La imagen debe salir del marco” dice el filósofo Michel Foucault. Ello sucede en los cuadros del pintor puertorriqueño: no son espejos de la realidad sino ventanas abiertas sobre otra dimensión que reinventa lo recordado y observado con matices de emoción y lirismo.

Vivencias y visiones antillanas

En esa iconografía sensible, coexiste con una experiencia personal –y tal vez parte de ella–, la impronta negra y mestiza. Late el corazón de África, considerada como la gran madre nutricia  –a quien por cierto el artista interpreta encarnada en una diosa– (3), que une a los creadores del Caribe en la memoria de sus cuerpos, en la fusión de la materia y el espíritu. No es una casualidad la preferencia de Carlos Cancio por el poeta de la negritud Luis Pales Matos.

Musitemos aquella copla sonora y onomatopéyica que el pintor ha vuelto secuencia de imágenes :“Por la encendida calle antillana/ Va Tembandumba de la Quimbamaba/ -Rumba, macumba, candombe, bámbula-/ Entre dos filas de negras caras.” Comprobaremos la perfecta correspondencia con el discurso pictórico, también percusionista y percutante, que trata a sus protagonistas, hermosos y nobles, en el linaje de una  imponente realeza africana. La Tercera Raíz, como la han definido y expuesto… Carlos Cancio alude particularmente a Loíza, a esa comunidad cercana a San Juan, que ha preservado su herencia, sus ritos, su color local y contribuye por mucho a la integración de Puerto Rico a las Antillas, a su reafirmación afro-antillana. (3)

Aquí no se trata de un redescubrimiento o una reivindicación –presente en el arte de otras islas del Caribe-, sino de una continuidad, de una filiación, trasmutadas  por la fuerza del colorido y el ritmo interior. La generosidad de la luz, directa, filtrada, solar, subacuática, plural al fin, satura una paleta cálida, rica en acentos, destellos y armonías. Al mismo tiempo, el control de los tonos, la calidad formal, la construcción del espacio aseguran una solución pictórica, donde la fogosidad y la irradiación cromática no dominan en detrimento del equilibrio y la plenitud de la obra.

El historiador y crítico de arte cubano Gerardo Mosquera enfatiza que en el Caribe “hay una presencia imbricada, transferida al arte, del pensamiento mágico-mitológico y de la consciencia moderna, lo real no se separa de lo fabuloso, la familiaridad con el mito viviente no impide las búsquedas contemporáneas del arte. La dualidad es perfectamente compatible.” Esa alianza, sino fusión entre lo real y lo fabuloso, lo cotidiano y lo mítico, concierne a la pintura de Carlos Cancio, a sus escenarios rústicos y sus personajes populares, de rasgos propiamente antillanos.

Sin embargo, cuando la contemplación se prolonga, las fábulas revelan un cierto misterio que no siempre nos permiten descifrar. Las frutas cobran vida, los plátanos emprenden el vuelo y se acercan metafóricamente a las aves. Las miradas se interiorizan y los ojos parecen instrumentar visiones sobrenaturales. Hombres y mujeres se paran y se preparan hacia rituales ignotos, entre atuendos, gestos y ritmos.

El tiempo se detiene y se devuelve. Penetramos en el cosmos de las trascendencias, de un más allá que se encuentra aquí mismo… Las morfologías y los acordes del color se exaltan, se tornan singulares, extraños, cuando no hipnóticos. La belleza otrora apacible propone ahora una seducción inquietante, y Carlos Cancio aborda los territorios de la realidad mágica, ineludible en el Caribe.

Definitivamente su pintura ni simple ni inocente precisa de varias lecturas participantes. Una de ellas podría ser la posmodernidad, provocando entonces otra mirada y un nuevo análisis… Visitando la muestra desplegada en los espacios de exposiciones del Museo de Casas Reales, tenemos la oportunidad, no sólo de apreciar, sino de reflexionar.

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(1) Abil  Peralta. Arte al día. No 101. “Simbolismo y sustancia humanística en la obra del pintor puertorriqueño Carlos Cancio.
(2) Bernardo Vega. Las frutas de los taínos. Fundación Cultural Dominicana. 1997.
(3) Catálogos de exposiciones de Carlos Cancio. De 1998 a 2003.

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