Carlos Cancio, fugitivo y esencial

Carlos Cancio, fugitivo y esencial

POR AMABLE LÓPEZ MELÉNDEZ
Desde la noche del pasado martes 17 de agosto, el Museo de las Casas Reales mantiene abierta la exposición titulada “En los mares que he vivido”, magnífica selección de la obra pictórica reciente del prestigioso artista puertorriqueño Carlos Cancio (1961), integrada por unas 25 pinturas en acrílica sobre tela de distintos formatos en las que desbordan la fantasía y la seducción de su enigmático simbolismo.

El reconocido crítico de arte dominicano Abil Peralta Agüero, con los precisos soportes del galerista puertorriqueño Armando Viota, ha estado sorprendentemente nítido en la labor curatorial, incluyendo obras  que resultan cruciales en la producción de Cancio, tales como las formidables “Yoruba” (2001); “Un bañito” (2001); “Radio Borinquen” (2002);  “Loíza”(2002); “La llegada de la Diosa Africana al Caribe”(2002); “La ofrenda” (2002);“Por la encendida Calle Antillana” (2003); “H2O” (2003); “Bioluminisencia” (2004); (“Mer des Caraibes” (2004), reforzando aun más el cuerpo expositivo con una notable selección de dibujos y esculturas de distintas etapas.

Acierta otra vez Abil Peralta al notar en la pintura de Carlos Cancio “un radicalismo existencial que sobrepasa lo ideológico y lo religioso a la vez, para situarse en el centro mismo de una verdad plasmada visualmente como correspondencia directa con el ser. La vida en su obra es fuga, tránsito y mensaje cifrado que se perderá en el espacio terreno de la demencia colectiva y solo ganará permanencia en los estadios del misterio insondable de lo desconocido; su arte anarquiza el orden y la moral de los diarios, de la cátedra y de la lógica. Sin embargo, su anarquía atmosférica es de una saludable espiritualidad porque trasciende el delito de la percepción cotidiana y la mirada de la realidad tangible para, en cambio, propiciar el reino de la fantasía y de lo maravilloso” (1).

En este párrafo veo cuestiones claves a confrontar para llegar a advertir las posibilidades de trascendencia de la obra de Cancio. Como tal trascendencia busca perpetuarse sobre las resistencias de luz y del tiempo, sobre lo esencial, sobre el espíritu, Carlos Cancio ni se inmuta ante tales cuestiones, pero sí está muy seguro de que en “por lo menos trescientos años mi pintura trascenderá y formará parte de la espiritualidad de los pueblos y de los seres humanos a través del arte”.

Tal como ya he advertido, Carlos Cancio es uno de los pintores y escultores neoxpresionistas puertorriqueños de la actualidad cuya rigurosa y cálida obra pictórica se caracteriza por la fuerza y la vitalidad de su estructuración formal y material. Esta pintura nos impacta principalmente por su calidad de factura y por la elocuencia de su libertad estilística, así como por su particular manera de abordar los aspectos etno-sociológicos y antropológicos, expresándolos  en la atmósfera cristalina de su cromática y en los elementos definitorios de su profundo contenido simbólico. A lo largo de su producción es perceptible un notable énfasis de búsqueda ontológica que opera asociando elementos de la naturaleza con el proceso de Polisíntesis geneticocultural, con el signo ancestral, con la interracialidad, con los ritos y las mitologías de la posmodernidad, con el sentido de la tierra, la policromía del paisaje, el mar, la riqueza de la unidiversidad y de la magia consubstanciales del Caribe

En 1984 Carlos Cancio obtuvo un título de Bellas Artes con grado  Cum Laude en la Universidad de Boston, donde realiza estudios especializados de la figuración y la anatomía humana a través del dibujo, la pintura y la escultura. Tras graduarse se marcha a Italia y estudia por su cuenta  los frescos protorenacentistas de Giotto,  Masaccio y Piero della Franchesca. Entonces recorre España, Francia, Grecia, el Mediterráneo, el Mar Tirreno, el Adriático y en el otoño de ese mismo año se establece en el  Estrecho de Gibraltar (Vejer de la Frontera) en la Costa de la Luz, a poco kilómetros de Cádiz.  Frente a las costas y las arenas de Africa no resiste la tentación  y en dos ocasiones explora el desierto de Marruecos. “En una pasé por una tormenta de polvo rosa que se convirtió en temporal de lluvia cobriza; luego me secuestraron. Conocí la miseria, el lujo, la peste y el miedo”.

“Al retorno del Atlas y sus desiertos sembrados de palmas de dátiles y olivos, me deprimí. No entendía cómo al otro lado de mi ventana podía existir un mundo de sufrimiento, hambre, enfermedad y opresión; cómo tan solo 25 kilómetros de agua me permitían vivir en un mundo desbordante de vinos, placer, confort y libertad. ¿Y por qué??Decidí que mi verdadera vocación era pintar lo mejor del ser humano. Yo no tenía que proliferar su lado oscuro y tortuoso. Fue allí, entre baños en las aguas alfileradas de Caño de Mecca y Sahara de los Atunes que desarrollé mi estilo: el hombre como monumento; semidiós, y semidiosa, eterna y mortal”.

Desde entonces, Carlos Cancio ha desarrollado un intenso periplo de exposiciones y exploración existencial que lo ha llevado por casi toda Europa, el Norte de África, Tailandia, la India, Asia, el Caribe o las ciudades de Boston y San Francisco, en los Estados Unidos, además de la Isla Margarita, en Venezuela. El artista tiene que buscar en la epidermis de lo real; en los recintos de lo ignoto y de lo metafísico; en el interior de sí mismo y en las extrañas lejanías de los mares o la tierra para autoreconocerse y seguir depurando su estilo y su espléndido universo visual personal.

“Una de las cuestiones por la cual yo decido estudiar pintura y de la cual yo tengo la convicción de que esa es la misión en mi vida es porque a través de la pintura yo lo puedo estudiar todo. Todo lo que ha pasado en el mundo, desde que alguien hizo un circulito de barro con un dedo. Se puede estudiar la religión, la cultura, la comida, la guerra, la metafísica, el hambre, la simbología, las tecnologías, las migraciones, las culturas.  Todo se puede ver y estudiar a través de la pintura y no te limitas para nada. Entonces, yo me voy al Louvre y la gente se cree que yo estoy estudiando la pintura, pero en realidad yo estoy estudiando todo lo que se ha hecho, toda la tecnología que ha pasado”.

 Carlos Cancio está consciente de la dificultad de una definición absoluta de la Belleza. Por esa razón y sin intentar desconocer las distintas poéticas sobre las que se abisma la realidad artística contemporánea, jamás se transa en contra de la efectividad del Canon o de los ideales de la belleza clásica. De ahí que en su excitante y sutil estética personal  lo que sostiene es una sorprendente afirmación de la apuesta a la pintura, no importa que hayamos asistido desconcertados a la fallida eutanasia a la que viene siendo sometida esta tradicional categoría artística desde hace ya más de cinco décadas.

 “La belleza es lo que le habla al alma, a la felicidad, a la paz, a la espiritualidad. Yo escribí un manifiesto para una exhibición que titulé “El desprestigio de la belleza”. En ese manifiesto trato sobre todo lo que pasó en el siglo XX, que fue un desprestigio total de la belleza. Seguramente tú no estés de acuerdo con muchas de las cosas que propongo. Yo no pretendo que todo el mundo esté de acuerdo conmigo en todo lo que yo propongo, pero lo que yo digo es que la belleza tiene un valor intrínseco para la humanidad, que es espiritual. Sin la belleza el hombre se deshumaniza por completo y cuando en el siglo XX la pintura la desacreditan y desacreditan la estética, yo encuentro que la humanidad sufre mucho. Yo me encuentro ahora como un protector, defensor y estimulador de esa vertiente que todavia defendemos algunos de que la belleza es importante para el ser humano”.

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(1)Abil Peralta Aguero:”Simbolismo y sustancia humanística en la obra del pintor puertorriqueño Carlos Cancio”, catalogo de la exposición del artista en Galeria Viota, San Juan, Puerto Rico, 11/12/2003.

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