Shakespeare en su jocosa obra “Fierecilla Domada o Como Gustéis”  nos muestra que existen hombres que nacen grandes, otros llegan a serlo procurando la ayuda de los demás, pero que existen algunos que logran su grandeza merced al ejercicio de sus propios esfuerzos como lo fue el Maestro Carlos Piantini, que el pasado viernes  se nos fue para siempre. Fue el más prominente director de orquesta dominicano de nuestra historia, el que más entusiasmo y energía impregnaba a cada instrumentista de la Orquesta Sinfónica Nacional, y el director que más carácter  y realce  le dio a esta institución musical.

Desde las obras del compositor Bienvenido Bustamante, hasta la 1812 de Tchaikovsky y arias italianas, los instrumentistas y cantantes líricos invitados eran dueños de una mágica seguridad bajo la batuta del Maestro Carlos Piantini.   La Orquesta Sinfónica viajó  por primera vez al extranjero a mediados del 80 gracias a Piantini. Se grabaron los primeros merengues sinfónicos gracias a él, gozando de excelentes relaciones publicas a nivel nacional e internacional.  En el 2006, tocamos con la orquesta en el Lincoln Center de Nueva York auspiciado por el Banco Popular, teniendo a Piantini como director invitado, recibiendo la más larga ovación de pie que se haya registrado en nuestra orquesta sinfónica.

Tuve el privilegio de ser uno de los violinistas más jóvenes de la sinfónica cuando dirigía Piantini, presentándonos no sólo en el Teatro Nacional y en Bellas Artes, sino hasta en inesperados  lugares al aire libre como Gualey,  La Fe y Cristo Rey, constituyéndose en una orquesta del pueblo y para el pueblo.

¿Cual será el lugar en la historia Patria del más grande director y glorioso violinista dominicano? Con precisión esto no lo sabemos hoy día, pero no es aventurado afirmar, que el Maestro de maestros será recordado como un  virtuoso,  un gran director, un amigo, una gloria nacional.