Carmen Herrera “Soy una mujer afortunada”

Carmen Herrera  “Soy una mujer afortunada”

El noviazgo de Carmen Herrera Rosario con su pareja, con quien se casó años después, fue un proceso estresante, agotador, de intenso trabajo y sobrado sacrificio, pero nunca escatimó esfuerzos para abordar una guagua pública para viajar a apartadas comunidades rurales de la provincia de San Juan a vender pantalones que confeccionaba su novio, a crédito o al contado, acumulando durante años pequeñas sumas que permitieron a ambos pagar sus estudios universitarios y establecerse como auténticos artistas de la pujante industria de confecciones masculinas.

“En esa época, mi novio y yo estudiábamos la misma carrera en la UASD y él fabricaba pantalones Jeans de hombres en una maquina a pedal. Esa mercancía me la entregaba para yo venderla en la explanada de Ingeniería y Arquitectura de la universidad. Incluso, mi tesis para graduarme fue sobre el área de tejidos y confecciones.

De modo que yo vendía pantalones a mis compañeros de estudios, y a otros clientes que se interesaban. Fuimos creciendo y en ocasiones tenía 25 o 30 unidades, y yo me iba a los pueblos a negociar.

Salía temprano, con una caja de cartón repleta de pantalones, llena de entusiasmo, ánimo y disposición al trabajo. Abordaba una guagua “voladora” de las que viajaban a San Juan de la Maguana. Así comenzamos a crecer, y el negocio en popa, creciendo, hasta que llegamos a tener una gran empresa, una industria moderna de confecciones de pantalones Jeans para hombres y mujeres.

Años después vino el divorcio. Carmen relata que se formuló una pregunta: ¿”Qué hago ahora”? Alentada por sus hijos, ella decidió seguir el camino que conocía: confeccionar pantalones de hombres y mujeres.

Conversó con su hijo mayor y le dijo: “Rafi, confía en mí, confía en tu madre. Vamos a registrar una marca. Con cualquier nombre, vamos a echar para adelante. Recuerdo que nos estrechamos la manos y echamos a andar el proyecto”.

La empresa opera en la zona franca industrial de Hainamosa. En el mercado local son reconocidas las marcas “Mythos y Lavish”. Durante cinco años de operación, 24 horas los siete días de la semana, “le hemos dedicado a este proyecto el cuerpo y el alma, y gracias a Dios nos ha ido bastante bien. “Me siento muy satisfecha, como mujer, como madre y como empresaria, de los logros obtenidos después del nuevo resurgir”.
Origen humilde

“Yo nací en la comunidad La Isleta, en Moca. Para sostenerme vendía flores y cualquiera otra cosa que se vendiera en el campo y que generara pequeñas ganancias que me permitían comprar mis cosas personales. La escuela primaria estaba cerca de mi hogar, pero la intermedia era distante, y todos los estudiantes recorríamos el trayecto caminando, ida y vuelta. Yo siempre fui una niña tranquila, algo tímida. No discutía ni peleaba con ninguno de mis compañeros. Me pasaba de tranquila. Realmente no tengo buenos recuerdos de mi niñez”

En Moca, en la escuela Andrés Bello, terminé el octavo curso. Luego decidí ir a vivir al hogar de mis padres en Santo Domingo para terminar el bachillerato, porque el liceo me quedaba distante”.

El ambiente en el que crecí era tranquilo, igual que la comunidad. Los vecinos eran personas de buen vivir, solidarios. Mi abuela materna no quería que estudiara. Ella repetía que las mujeres no debían estudiar, sino dedicarse a los oficios domésticos y atender a sus hijos y esposo. Incluso, una prima hermana dejó de estudiar en la intermedia por los consejos de mi abuela.

Vine a Santo Domingo a vivir con mis padres, Mario Herrera y Eugenia Rosario, y mis hermanos, cuatro hembras y dos varones. Me inscribí en el liceo Juan Pablo Duarte, donde cursé el primero y segundo de secundaria. En esa época la situación política del país era terrible y a cada rato se armaba un corre-corre.

Yo era muy cobarde, lo reconozco. En muchas ocasiones dejé mis zapatos botados cuando se escenificaban protestas y se producían violentos enfrentamientos a tiros y bombazos entre estudiantes y policías. Finalmente, terminé el bachillerato en un colegio privado.

En 1976 ingresé a la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) a estudiar Ingeniería Química, y la escogí porque me fue muy bien en la prueba que me hicieron en la Universidad. En realidad, la carrera que me gustaba era la Medicina. Me gradué en 1981.

Recuerdo que cuando le comuniqué a mi padre que quería estudiar medicina, me dijo que carecía de recursos económicos para costearme la carrera universitaria.
Mis recuerdos dorados

Los mejores recuerdos de mi vida son aquellos que iniciaron con mis hijos, es decir, a partir del momento en que tuve mis vástagos y empecé a enseñarle los buenos principios, los valores familiares, éticos y morales que deben primar en una sociedad, el respeto a la condición humana, la honradez y el valor al trabajo.

Gracias a Dios tengo una hermosa familia, a la que amo y cuido. Mis hijos, tres varones y una hembra, trabajan conmigo en la empresa, son dóciles y comprensivos, nos llevamos de maravilla y cada día somos más unidos. Me siento la mujer más privilegiada del planeta por todo lo que me ha obsequiado la vida”.

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