Carmen María Asencio Irrizarri: secretos para seguir joven a los 90 años

Carmen María Asencio Irrizarri: secretos para seguir joven a los 90 años

Poco antes de 1910, sus padres atravesaron el Canal de la Mona en barquitos de vela. Huían de la pobreza en Puerto Rico, atraídos por la “Danza de los Millones” que se bailaba en San Pedro de Macorís, al dulce son de la caña de azúcar. República Dominicana abrazó a los borinqueños como a hijos, y por eso a Carmen María Asencio Irrizarri le parte el corazón ver cómo menosprecian y deportan a los ilegales dominicanos que, un siglo después, hacen el viaje a la inversa.

Santo Asencio Rivera era de Cabo Rojo. Para llegar a las costas dominicanas tuvo que navegar durante tres días a cielo descubierto y beber agua de mar. María Irrizarri Bonilla provenía de Yauco. Arribó aquí sin pasaporte “y sin nada”, cuenta su hija.

Eran sólo dos inmigrantes entre miles de puertorriqueños, españoles, ingleses, franceses, alemanes, holandeses, árabes, asiáticos, estadounidenses, cubanos, barloventinos, sotaventinos y otros viajeros venidos de las islas caribeñas Saint Kitts, Tórtola, Nevis, Antigua, Santa Lucía, Dominica, Anguila y Saint Croix, conocidos como “cocolos”.

El quintal de azúcar llegaría a cotizarse a la nada despreciable suma de 20 dólares estadounidenses, pero el matrimonio Asencio Irrizarri nunca recibió el toque de Midas: “Mi familia siempre fue pobre. Papá se dedicaba al comercio. Yo fui la mayor de 13 hermanos. Nací en 1914, en plena época de los gavilleros. Sólo tenía tres días, cuando éstos asaltaron una de las tiendas de mi papá, dejándole apenas la ropa que llevaba puesta y diez pesos que logró esconder en el pecho”.

La familia vivía en la zona urbana de San Pedro, pero las tiendas se encontraban en la ruralía, en El Zoco, Los Arados y El peñón. Vendían de todo: sillas para montar, comida cruda, aspirinas, bicarbonato y bacinillas que Carmen y sus hermanos usaban como sombreros.

Médica frustrada

Con 20 años, recién casada, el octavo curso aprobado y un diploma de mecanógrafa a cuestas, Carmen se atrevió a desafiar la mojigatería de la época y salió a buscar empleo. “No era común”, refiere, “que las mujeres trabajaran en la calle. Inclusive se murmuraba cuando una tenía que dejar la casa”.

El doctor Ricardo Augusto Martínez y Martínez, dueño de la que llegaría a ser una de las clínicas más importantes de San Pedro, le ofreció un empleo que duró dos décadas; allí aprendió enfermería y laboratorio prácticos. “Sólo utilizábamos reactivos y un microscopio, no las maquinarias modernas que detectan todo”, rememora. Su primer salario fue de cuatro pesos semanales.

A los 42 años, emigró a Santo Domingo, pero se creía muy vieja para seguir su vocación por la Medicina y estudiarla formalmente.

Por intercesión del sacerdote Oscar Robles Toledano –P.R. Thompson, famoso articulista del periódico HOY, ya fallecido– fue contratada por el oftalmólogo Oscar Batlle, el primero de una dinastía de profesionales que han transformado la atención en salud visual en el país. Con él colaboró durante 45 años, hasta un tiempo antes de su muerte, el año pasado.

“He tenido la suerte de trabajar con los médicos más honestos del mundo. Nunca recibí ningún tipo de acoso ni falta de consideración. Yo era la asistente de don Oscar, cobraba el dinero, atendía a los pacientes, llevaba el archivo. Usaba la maquinilla todo el día, no teníamos computadoras. Iba a retirarme en la misma fecha que mi jefe, pero su hijo Juan me dijo que no. Cuando comencé a trabajar con don Oscar, Juan tenía cinco meses y fui encariñándome con él. La gente pregunta si es hijo mío¼ y yo le sigo la corriente”.

Junto al carismático Juan Batlle, poseedor de un currículo profesional y científico único en su especialidad y estrella indiscutible de un “fan club de viejecitas” que no paran de abrazarlo y besarlo, Doña Carmen ha continuado la labor profesional y humana que comenzó con el padre, cuyo punto nodal radica en prestar atención médica a todos, tengan o no dinero.

“La Medicina es un asunto de amor, hay que ser médico de corazón. Es un sacerdocio. El triunfo de un médico está en el amor que tenga por la persona enferma. En Medicina no se debe diferenciar al que sufre por su condición social. Lo que debe primar es el amor de Dios. Si no tienes a Dios en tu corazón, no debes hacer esto”, sentencia doña Carmen.

[b]Neuronas activas[/b]

Una vida sin alcohol, tabaco u otras drogas; alimentación baja en grasas, oración, lectura de la Biblia, asistencia regular a la iglesia y comunión con Dios; así como siete décadas de trabajo continuo y dedicado, han ayudado a doña Carmen a mantener las neuronas activas y el cuerpo sano.

“Yo nunca digo que estoy cansada. Cuando llego a casa después del trabajo y, por alguna razón tengo que cocinar, lo hago. Nunca he parrandeado. Me acuesto a las diez de la noche y sólo voy al salón de belleza cuando tengo que asistir a una boda o a una recepción. No utilizo químicos para mi higiene personal, sino productos naturales. Todos los días oro y leo la Biblia. Dios me ha premiado, pues mi hija es profesional y me ha dado una nieta”, asegura.

Su proyecto de vida inmediato es seguir trabajando, ayudando al prójimo, llevándose bien con todos y confiando en el supremo hacedor: “Con Dios me siento muy bien, y estoy segura de que no habría podido llegar hasta aquí sin él”.

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