Carmen Olivo Plasencio, candidata a defensor del pueblo

<P>Carmen Olivo Plasencio, candidata a defensor del pueblo</P>

La recta razón reclama que la sociedad libre, democrática, justa y en paz se asiente en  valores, derechos y principios no manipulables, no negociables y válidos para todos. Lo contrario la pondría en serio peligro. Por eso necesita de una base antropológica adecuada.

La sociedad democrática es posible en un Estado de derecho, más aún, sobre la base de una recta concepción de la persona. La persona y su dignidad, el hombre, el ser humano, es la base y el fin inmediato de todo sistema social y político, especialmente del sistema democrático que afirma basarse en sus derechos y en el bien común   de las  personas  y en sus derechos fundamentales e inalienables. “Todo hombre es un hombre”.  Es un  Principio básico   de toda sociedad democrática.  

La sociedad, y dentro de ella el Estado, está al servicio del hombre, de cada ser humano, de su defensa y de su dignidad. Los derechos humanos no los crea el Estado, no son fruto de un consenso democrático, no son concesión de ninguna ley positiva, ni son  otorgados   por un determinado ordenamiento social. Estos derechos son anteriores e incluso superiores al mismo Estado o a cualquier ordenamiento jurídico. El Estado y los ordenamientos jurídicos sociales han de reconocer, respetar y tutelar esos derechos que corresponden al ser humano, corresponden a su verdad más profunda en la que radica la base de su realización en libertad. El ser humano, el ciudadano, su desarrollo, su perfección, su felicidad y su bienestar son la base y el objetivo de toda sociedad en convivencia y de todo su ordenamiento jurídico. Desviarse  en este terreno nos coloraría en un grave riesgo de totalitarismo, el cual  será  incapaz  de lograr una sociedad vertebrada en sus instituciones democráticas.

La sociedad para crecer necesita una ética que se fundamenta en la verdad del hombre , reclama el concepto mismo de persona como sujeto trascendente de derechos fundamentales, anterior al Estado y a su ordenamiento jurídico. Hay  pautas o exigencias morales objetivas que  preceden a la sociedad o al sistema como ordenamiento jurídico y social, que han de ser garantizadas. Algunos opinan que las normas morales, consideradas objetivas y vinculantes, llevarían al autoritarismo.

Pero esta concepción desmorona la sociedad, hace tambalearse el mismo ordenamiento democrático en sus fundamentos, reduciéndolo a un puro mecanismo de regulación empírica de intereses diversos y contrapuestos. Una sociedad se mantiene o cae con los valores fundamentales que encarna y promueve. En los últimos decenios parece que se han subvertido gran parte de los valores en los que se basa nuestra sociedad.  

La  democracia es un instrumento de la sociedad, que debe tener  valores objetivos. Afirmar esto es servir a la democracia y hacer posible la construcción de una sociedad justa y respetuosa.

El gran riesgo y  el gran enemigo de la democracia es el relativismo. “Existe actualmente la tentación de fundar la democracia en un relativismo moral que pretende rechazar toda certeza sobre el sentido de la vida del hombre, su dignidad, sus derechos y deberes fundamentales.

Cuando semejante mentalidad toma cuerpo, tarde o temprano se produce una crisis moral de las democracias. Cuando  no se tiene confianza en el valor de la persona humana, se pierde de vista lo que constituye la nobleza de la democracia: ésta cede ante las diversas formas de corrupción y manipulación de sus instituciones” (Juan Pablo II).

Cuando  sistemáticamente se destruye el sentido del valor trascendente de la persona humana, o cuando se dejan de lado las exigencias morales objetivas o la verdad moral, se resiente el fundamento mismo de la convivencia social y política.   Todos debemos fortalecer nuestra sociedad y  garantizarle un gran y esperanzador futuro. Esto  Será posible sobre  la recta razón que nos une a todos.

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