Carnaval en Semana Santa

Carnaval en Semana Santa

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
Los dominicanos hemos distorsionado todas las tradiciones paganas que el cristianismo tomó de los romanos y de los bárbaros. El hecho de que en el inicio de la Semana Santa se estuvieron celebrando desfiles de comparsas, revela una nueva forma de expresión en contra del cristianismo y a las creencias de un pueblo, supuestamente católico, que están por el suelo, frente a lo cual, la jerarquía de la Iglesia católica parece que se ha declarado incapaz de frenar esa horrible distorsión de la fe religiosa.

Todos sabemos que los carnavales provienen de una tradición de los pueblos cristianos de Occidente que tienen la permisividad, antes del inicio de la Cuaresma, mediante el uso de los disfraces, darle rienda suelta a las pasiones y a las acciones que normalmente se reservan para la privacidad. Pero la carne, siempre inquieta en su lascivia, en las vísperas de entrar en penitencia y reflexión cristiana, se aprovecha de una libertad que convierte a los pueblos de Occidente en seres desenfrenados en sus pasiones, y al día siguiente del final de los carnavales, que es el miércoles de Ceniza, entrar en el espíritu del arrepentimiento. De esa manera el católico universal inicia su período de preparación para la culminación de la Cuaresma en los días de Semana Santa, con la conmemoración del sacrificio del Hijo de Dios para redimir a la raza humana y buscar, que el reino del amor, mediante la sangre derramada en la cruz, llegue a ser una realidad. Son 40 días de reflexión, arrepentimiento, recordación y penitencias para prepararse a los máximos actos de Semana Santa, de forma que se conserve en parte ese ambiente calmado, recogimiento y de respeto, cosa que los dominicanos han rechazado para llevarlos a la máxima expresión de darle gusto a la carne.

En el país se ha llegado a extremos. Se vio de como durante toda la Cuaresma, los actos penitenciales tradicionales fueron opacados por los desfiles de Carnaval, que cada domingo de Cuaresma, se escenificaban en algunas poblaciones y en la capital. La población católica, con sus autoridades civiles, estuvieron muy empeñadas en expresar alegría, que contó con la ayuda de importantes empresas, de forma que la Semana Santa nos sorprendió en su llegada, a no ser que no fuera por las promociones de ventas de minúsculos trajes de baño y de artículos para hacer más placentera la estadía en playas y montañas.

No hubo casi nada de penitencia de la población católica, que se entretuvo con la celebración de sus carnavales en muchos pueblos, como en Azua, que el domingo de Ramos, celebró su carnaval regional. La proliferación de lujosas comparsas de diablos cojuelos, asombraba por lo costoso de las vestimentas y del colorido de las mismas, revelando que se ha avanzado en ese aspecto, dejando atrás aquellos disfraces rudimentarios que solo se ven en algunos bateyes de ascendencia haitiana y de extremada pobreza. Las alegorías de los disfraces estuvieron centralizados en los tradicionales diablos cojuelos y de hechos recientes ocurridos en la sociedad dominicana, de manera que estuviera presente un toque muy clásico de la ingeniosidad y del repentismo de los dominicanos.

Ya la jerarquía católica se cansó en sus intentos de años, de hacerle ver al pueblo y a sus autoridades de que los carnavales debían celebrarse antes del Miércoles de Ceniza, como es la tradición de los países civilizados incluyendo a Haití. Pero ese intento, de hacerle ver a los bullangueros dominicanos, estimulados por autoridades complacientes, empeñadas en hacer olvidar la pobreza y el desempleo, llevaron las celebraciones hasta la misma Semana Santa, y el Cardenal, desilusionado, tronó en contra de ese paganismo de una población que era creyente y respetuosa en otras épocas.

El estímulo oficial y de las empresas fue tomado como un incentivo a los pueblos para volcarse en improvisadas y desorganizadas fiestas de carnaval, en que la televisión recogía aspectos lamentables de la falta de orden y calidad de las presentaciones. La Cuaresma fue irrespetada en un país que se suponía católico, que en la Semana Santa, en la búsqueda del descanso y reflexión, se convirtió en un elevado consumo de bebidas alcohólicas, respaldadas por una fiera campaña de las casas licoreras, que así buscaron resarcirse de sus menguadas ventas de los pasados meses.

Con el carnaval en Cuaresma y Semana Santa no se teme al castigo divino, ni mucho menos aceptar la prédica de los religiosos, cuestionados aquí y en otros países por indelicadezas cometidas, apartando a muchos feligreses de sus tradicionales costumbres. Sin darnos cuenta la secularización, que acompaña a la globalización, ha golpeado al país con fuerza; más cosas veremos en el futuro que alterará por completo lo que fueron las enseñanzas cristianas, ahora ahogadas por un paganismo brutal en la forma de un estímulo al consumismo exagerado y galopante.

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