Carnicería, medicina y gobierno

Carnicería, medicina y gobierno

MIGUEL AQUINO GARCÍA
Este artículo no tiene nada que ver con la medicina, sino con la responsabilidad de las autoridades de tratar de salvaguardar la vida de los miles de dominicanos que con el sueño de una oportunidad para vivir en otras tierras, se lanzan repetidamente a la mar en precarias embarcaciones.

El Canal de la Mona que separa el país de Puerto Rico, esas aguas infectadas de tiburones, silenciosas y traicioneras, se han tragado ya centenares de vidas de dominicanos en fracasados intentos de llegar «al otro lado». En un espectáculo dantesco que se repite en malvado círculo vicioso de la muerte, en aquellas aguas engañosas ha ido a perecer la esperanza de gente frustrada por la falta de oportunidades para una vida decente en su propio país, por el acoso de más impuestos, menos ingresos, más criminalidad, menos empleos, por la percepción de una eterna indiferencia oficial a las necesidades básicas de la gente y por la impotencia de no poder hacer nada para cambiar todo aquello. Gente resignada a abandonar su tierra sin calcular siquiera los riesgos de embarcarse en una yola hacia las entrañas de las profundidad de la mar, sin importarle las imágenes vistas y oídas de los centenares que han perecido ya en el intento, porque las frustración es tan grande y la desesperación es tan extrema que el sueño sólo de la posibilidad de una vida mejor parece haber aniquilado el instinto mismo de la supervivencia. Gente resignada a jugárselo todo, millares han vendido sus propios techos, se han despojado de precarios ahorros y escasas pertenencias, lo han entregado todo para pagarles a mercaderes de la muerte, a explotadores de la miseria y el sufrimiento humanos la oportunidad de desafiar a la muerte, de vencerla y procurar en allende mares otra vida.

Y es verdaderamente extraordinario observar como las autoridades de nuestro país, sin excepción de un solo gobierno, permanecen impasibles ante la continua repetición de esta práctica convertida en verdadera carnicería humana, como si estos dantescos y trágicos viajes, estos continuos roces con la muerte, estas muertes de tantas gentes, fuera algún tipo de Lotería Nacional en la que se tuviera como muy natural, el poder apostar a la vez a la muerte y la vida.

Porque mientras la terminación de tan espantosa práctica requeriría la creación de oportunidades de subsistencia y garantía de vida para la gente en su propio país, comenzando por la erradicación de la corrupción que nos enguye a todos y nos depara todos los males que padecemos, de momento las autoridades, quien sea que esté al mando de batuta y constitución, tiene el deber ineludible de detener esta carnicería, este desasosiego y explotación de la pobreza de nuestros ciudadanos arremetiendo contra los organizadores y beneficiarios de estos continuos viajes ilegales. Sino se puede de inmediato ofrecer calidad de vida, se debe al menos detener la muerte repetida y anticipada de tanta gente, castigando ejemplarmente los propiciadores de tanto sufrimiento y muerte y educando al pueblo en campañas públicas informativas, acerca de los enormes riesgos que implican la aventura de tales viajes.

Los médicos saben que antes de curar, su principal deber es «evitar hacer daño». De la misma forma, antes de curar los males del cuerpo social dominicano, el primer deber de las autoridades es «evitar este daño» de viajes espantosos en el que millares de dominicanos se enfrentan años tras años a la perspectiva de una muerte rápida y segura. ¿Cómo es posible contemplar con indiferencia, como si ello fuera parte de algún programa de gobierno, tanto dolor y tanta muerte?. Ni los mexicanos que cruzan la frontera hacia Estados Unidos, ni los haitianos que cruzan la frontera hacia nuestro país, se ven expuestos a tan salvaje riesgo. Nuestras autoridades sin embargo, han permitido que los dominicanos nos hayamos convertido en piratas obligados de la muerte, en marinos sin barco y en ciudadanos sin tierra, de hecho, hemos llegado a comernos unos a otros en estas yolas, ante la mirada estupefacta del mundo entero. Rogamos al doctor Fernández que enfrente con rectitud y determinación este enorme mal, haciendo de ello una prioridad en su nuevo gobierno. Sería sin duda la forma más rápida de salvar más vidas.

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