Carpe Diem

Carpe Diem

JOSÉ MANUEL GUZMÁN IBARRA
La vida puede que no sea un sueño, como decía Segismundo, pero sí es una representación. La mayor parte de nosotros representamos el papel que mejor nos acomoda, casi siempre de forma inconciente, en el mejor de los casos de forma natural, puede que sin premios de la crítica y con alguna autoindulgencia que nos permite presentarnos al escenario de la vida cada nueva salida del sol. No importan cuan encumbrados, importantes, famosos, ricos, poderosos, pobres o comunes seamos. Niños a los que le han cambiado los precios de sus juguetes, temerosos de una reprimenda, ansiosos por reconocimiento o hambrientos de aprobación, sedientos del afecto, nos disponemos en el día a día a representarnos a nosotros mismos, a disponernos a dar lo que podemos.

Nos miramos al espejo, casi todos cada mañana, antes de ese opening que varía de cuando en vez y que nos permite maquillarnos como protección de las exigencias de la cotidianidad.

Y como niños salimos a la calle, tratando de que no se note demasiado que las aprehensiones siguen siendo las mismas aunque los nombres de las fobias hayan cambiado. En cualquier caso, el único sitio seguro, el único momento a prueba de los ruidos y de los errores fue aquel útero cálido y silencioso que una vez, tiempo ha, nos acogió. Esperamos un descanso pero nunca lo anhelamos demasiado, no sea que llegue antes de que estemos totalmente cansados. Actuamos, es decir vivimos y algunos cómodos en su papel, llegamos a tener un aplauso oportuno, una satisfacción o un impulso que nos empuja a amar la vida y a pedir una escena más.

En las representaciones que hacemos, nuestro deseo último es que alguien reconozca el gesto genial al que todos tenemos acceso. Borges decía de los poetas, hasta los muy malos, que todos eran capaces de tener un verso memorable. Así, la gente, no importa estirpe, educación, creencias o haberes, tenemos la oportunidad de la trascendencia. Allí, en la sonrisa oportuna, en el aplauso merecido, en el reconocimiento debido, en el deber cumplido, en el aporte, en el gesto, podemos merecer nuevas oportunidades para continuar en las tablas, mostrándonos en cada intento, si tenemos suerte, lo más cercano a lo que somos.

Segismundo no se apena de su pena. Preso, lamenta la falta de libertad, cree que la vida es un sueño, pero está dispuesto, acto a acto, a vivirlo, es decir a representarlo lo mejor posible. Que no se nos vaya el día sin intentarlo que los sueños que realmente son, vale la pena vivirlos.

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