Carpinteros

Carpinteros

La mezquindad determinó y fue destino. Una generación literaria sucumbió entre rencillas y crujir de dientes. Ahogados en el cieno que hundía a todos, debatían con nadie y esperaban el retorno de los dardos que lanzaban. Ocurría en un entorno limitado, con amores, desamores y una ciudad que engullía y enardecía a quienes no conocían las reglas de callejones y zaguanes. Pertenecer a la generación de pos guerra o sucumbir, ser del 65 o fenecer. Advino la fantasía de los 70 y 80 pero de nuevo la nada, por la falta de rigor y la descalificación. Talleres literarios convertidos en fragua para algunos y en pira para los otros.
Las disputas e insultos entre escritores universales de otro tiempo, son encantadoras. Cargadas de cinismo y humor. La diferencia con las pendencias criollas es que el agravio se produce sin conocimiento previo de la obra satanizada. Aquello emblemático atribuido a las jóvenes aspirantes a un cetro por su belleza, se aplica, sin ambages, a la intelectualidad vencida. Detestan escritoras y jamás se acercan a la grafía odiada. Desprecian autores sin leerlos. El maleficio cumple sus designios y pervive. Con un drama común, asumido desde la impotencia, la imposibilidad de la acogida editorial internacional de nuestras letras, envilece y marchita. El tejemaneje es local y pérfido. Y se repite una y otra vez la historia. Vates honrados cuando sus textos no aparecen, ilustres despreciados vivos, después alabados aunque su recuerdo irrite y rete. Conmemoraciones y blasones, cuando ya la irreverencia está convertida en cenizas y no provoca. Vigencia sempiterna del clamor de Henríquez Carvajal: Oh América infeliz, que sólo te acuerdas de tus grandes hijos, cuando son tus grandes muertos. Es la tradición de regatear méritos, arrebatarlos sin consecuencia. Y se reedita la actitud cual si fuera marca. De manera sibilina, como excusa redentorista, algunos recurren a la alabanza atolondrada de la escritura urgente, de catálogo. Es el elogio a la ausencia de sintaxis y a la procacidad como estandarte salvífico. Presumen del manejo de símbolos, de la comprensión de un lenguaje arcano, excluyente. La fanfarria virtual catapulta, sólo el tuit conduce a la fama y la reproducción inmediata concita adeptos y multiplica likes. Mal de muchos y de antaño que asoma con sigilo. Y entre la bulla y el silencio, la indiferencia. Quizás peor, aunque devela. La actitud atraviesa épocas, géneros literarios, cualquier manifestación artística. Agrede ahora a la industria cinematográfica y al trabajo encomiable de directores, guionistas, actores, actrices. No ven y demeritan. Corresponde el turno a “Carpinteros”, la película de JM Cabral González. Está en cartelera, luego de ser premiada en varios festivales y recibir elogios de la crítica internacional especializada. Conocí el proyecto de Cabral, gracias a la fotógrafa Sandra Garip, que acompañó en su estadía en el infierno al Director y guionista y logró imágenes estupendas, con el consentimiento de los hombres recluidos en La Victoria- “Trampas de la Casualidad” HOY 13.06.2016-. Temía un documental reiterativo de la miseria carcelaria dominicana. Quizás un panfleto destemplado que aprovechara la vergüenza del encierro y la degradación de miles de connacionales. El resultado es otro. El debido. Es cine. Porque cine es imagen, guión, edición. Arte, diversión. Cine es la estremecedora actuación de Judith Rodríguez, Ramón Emilio Candelario, Jean Jean. La sórdida naturalidad de todos. Para el implacable crítico argentino, Feinmann, es además de la actuación: vestuario, cámara, luz, escenografía, edición.
Sexta película del director que demuestra con este filme que escucha las críticas sin solazarse en la amargura o el desprecio para la voz disidente. El título alude al lenguaje carcelario, al argot de la desolación y la esperanza, nada que ver con la obra de Balaguer. Alude a la persistencia y destreza del carpintero, ave endémica, sociable, depredadora. Hoya cualquier árbol con la fuerza de taladro que tiene su pico. Especies más grandes utilizan los huecos abandonados, porque son incapaces de producirlos. Cabral aprendió a “carpintear”, muy bien. Continuará. Su ventaja es la libertad.

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