CARRETERA X

CARRETERA X

POR  DOMINGO ABRÉU COLLADO 
Una cosa es “sacar la placa de…” y otra es “sacar de la placa”

Estamos en tiempo de sacar la placa. Pero para otros el tiempo es de “sacar de La Placa”. Expliquémonos y entendámonos. La cosa es como sigue. Un nutrido grupo de ciudadanos haitianos (no podía ser de otra manera) ha sido contratado por honestos y trabajadores inversionistas dominicanos (tampoco podía ser de otra manera) para tumbar árboles en la Sierra de Bahoruco en el lugar denominado “La Placa”, y sacarlos a la carretera para llevarlos a vender como varas, postes, materia prima carbonífera, etc.

El citado lugar, como resultado del maldito negocio de compra y venta que se dan los congresistas de la República Dominicana, quedó fuera de protección, ya que antes pertenecía al Parque Nacional Sierra de Bahoruco.

Para mejor ubicación, el lugar denominado “La Placa” se encuentra a unos 5 kilómetros de Puerto Escondido, entrando por Duvergé, cerca del Lago Enriquillo.

Pues seguimos. Como para estos sitios se han negociado también unos desgraciados permisos para el aprovechamiento del bosque seco, los abnegados dominicanos que están en el negocio instruyen a los haitianos en el sentido de que; para facilitar la entrada de los camiones que procederán a la extracción de la madera cortada (supuestamente de bosque seco); también eliminen los árboles que pertenecen al bosque húmedo o de transición, como también se les conoce.

Es decir, se abren trochas como carreteras para poder acceder a los numerosos montones de madera cortada. Porque, como imaginarán ustedes, sería ofensivo que esos infelices dominicanos “padres de familia” que manejan los camiones, propiedad de esos esforzados dominicanos “dadores de empleo”, que pongan en riesgo dichos camiones. Mejor que se joda el bosque, y con el bosque todo lo que hay en él.

Claro, como ustedes habrán adivinado, la culpa es entonces de los haitianos. No porque son los que cortan los árboles, sino por negros. Porque lo más probable es que si fueran blancos no estarían cometiendo semejante crimen contra la naturaleza, sino que estarían en el Congreso Nacional, aprobando leyes mostrencas para cargarse todo lo que queda y cobrar desde allá, desde el mismo Centro de los Héroes, sin tener que verle la cara a ningún haitiano ni a ningún chofer de camión. Así es que si usted ha oído la frase “Palo pa’leña” debe saber que se está refiriendo al desmonte de nuestras zonas boscosas para ser transformadas en varas, leña y carbón, gracias a los esfuerzos de inversionistas dominicanos, a la “maldad” de los haitianos y al portentoso trabajo de nuestros diputados y senadores. ¡Que el Diablo se los tome en cuenta!

 

Un techo floral

Para el ojo de Reynaldo Brito no podía pasar desapercibida esta condición de techo verdi-rojo que forma este flamboyán en La Vega.

¿Cuántos ojos se fijan en este techo floral? ¿Cuántos ojos quisieran que toda la carretera estuviera techada así? ¿Cuántos ojos desearían ver el país con el techo vegetal que una vez tuvo?

En los grandes países donde el “progreso”, y su hermano de padre y madre el “desarrollo”, se cargaron toda la vegetación para sembrar los espacios de edificios, no dan crédito (ni lo darán jamás) a las capacidades de visión futurista que tuvieron los proyectistas y arquitectos que desestimaron la posibilidad de que las ciudades podían crecer sin renunciar a su arboleda.

Ahora, en esos países, se esfuerzan en proteger los arbolitos que se salvaron y tratan de recuperar algo de su techo verde sembrando vegetación en los techos de las casas y edificios. Incluso, sembrando plantas frutales, medicinales y aromáticas, para obtener de ellas los mayores beneficios.

Actualmente, en la República Dominicana, se mira retrospectivamente nuestro pasado reciente, cargado de desastrosos proyectos habitacionales que no solamente eliminaron los bosques del entorno de Santo Domingo. Sino que además sepultaron los suelos más ricos en muchos cientos de kilómetros cuadrados de lo que hoy es la provincia Santo Domingo.

Pero si eso fue malo no podíamos quedarnos si lo peor. Actualmente se libra una lucha tenaz por conservar lo que nos quedó del otrora paraíso terrenal y nutricional que teníamos dentro del cinturón formado por el río Haina, el Isabela y el Ozama.

Lo que actualmente se llama el Cinturón Verde es esa franja de ríos, y en cuyos predios inmediatos se quiere seguir construyendo, eliminado todo lo que pueda ser vida, y todo a nombre del progreso. ¿Cuándo sería la última vez que les mentaron la madre a esos tíos?

 

Pues si, cuando venga el metro…

Una de dos cosas vamos a tener de aquí a diez años: o un tren subterráneo metropolitano (alias metro), o un refugio de palomos subterráneo metropolitano (al que también le dirán “metro”). Porque si por alguna razón de esas que ocurren en nuestro discurrir como nación se presenta –como aquella pobreza que cubrió al país cuando la colonia, o como cuando “la precundía” se comió casi media nación, o como cuando San Zenón acabó con la capital- ya veremos en que iremos a parar con todos estos huecos socavando Santo Domingo.

Porque hay una cosa. Si esos huecos no se llenan, sea con metro o con lo que sea, el abandono irá socavando la capital en varios puntos. Miren que se lo digo yo, que no se ni mierda de eso, ¡pero tengo unas premoniciones que ya quisiera la loto!

Pero nada. Digamos que se da lo del “metro” y que arranca a funcionar. Eh, ¿a cómo es que nos montamos? Es decir, ¿cuánto costará el pasaje? No me digan que con un boleto yo puedo hacer “transfer” del 1 al 2, ó del 3 al 5, ó del 6 al 4, porque eso funciona en “up town Maniatan”, “down town Maniatan”, Brooklyn, el Bronx, Central Park y pare de contar. Es que ¿a cómo es la entrada al espectáculo?

Porque de principio será un espectáculo: -”Oye Papote, y ya tu te montaste en el metro?”- “Todavía, mano, ‘toy juntando pa’ ve si me subo el sábado”-

O por otro lado: -”Tati, me dijeron que te vieron con Flavio Josefo EN EL METROOO”. Tu te quiere tirá el peo muy alto, muchacha”.  O sino: “Mis hijos, prepárense, que el mes que entra nos vamos todos a montar en el Metro. Ustedes dirán cuál domingo”.

Y por ahí puede que vaya la cosa. Ahora, ¡Sorpréndannos! ¡Sorpréndannos! ¡Ay Dios si, sorpréndannos!… pero sorpréndannos favorablemente. De la otra manera no sería ninguna sorpresa. ¿Vale?

 

¿Buscando petróleo?

El otro día vi lo que me pareció un jeque árabe dizque buscando petróleo por un monte de esos. Andaba yo metido por una carretera de tierra nada prometedora, cuando veo este turco con un turbante y esa nariz inconfundible para oler todo lo que existe.

Como yo no sé ni la puta “a” de Arabe ni me atreví a preguntarle. Además, como esa tierra no es mía, pues la única tierra que tengo es la que se me acumula a veces en la nariz y siempre tengo que salir de ella porque molesta, me hice el desentendido.

Claro, siendo lo que el tipo parecía: un jeque árabe, igual había un pelotón camuflajeado en el monte protegiéndolo. Y como también pasó un par de veces un avión, igual lo protegían desde arriba. Ya ustedes saben cómo está eso de la vigilancia desde el aire. Que desde lejísimos le ven a uno hasta los firimbullines, si andan con uno sus conocidas hospederas.

La cosa es que el “jeque” preguntaba por allí, preguntaba por allá, tomaba una foto por allí, otra foto por acuyá… y así se pasó una tarde entera por ahí. Y yo haciéndome el pendejo a ver si averiguaba de qué iba el rollo del jeque. Porque si encontraba petróleo sería noticia de primerísimo plana, y yo sería el primero en saberlo y comunicarlo.

Luego de andar casi por todo el monte y por todas las casas cercanas, el jeque como que se quedó en una. Ahí se aglomeró alguna gente, pero luego se desparpajaron, como si les hubieran echado un rapapolvo en la casa.

Al rato vi que el jeque salía con tremenda negra del brazo y la metía en una carro, y arrancaron por esa carretera “como la jon’del Diablo”.

Yo no tuve más alternativa que acercarme para enterarme de lo que había ocurrido con el jeque buscador de petróleo y la negraza esa que se fue con él.

Uno de los lugareños me explicó muy parcamente que el jeque la andaba buscando nadie sabe para qué. –¿Y cómo se llama ella? – pregunté. –A ella le dicen “Petróleo”, por prieta –, me dijo el joven. Ah, pues lo encontró, pensé para mí.

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