CARRETERA X
El fogón de Lola

CARRETERA X<BR><STRONG>El fogón de Lola</STRONG>

POR  DOMINGO ABRÉU COLLADO 
Habría que conocer primero a Lola para saber si vale la pena darle publicidad a su fogón, o por lo menos colocarlo tan visiblemente, en la intersección de la carretera que viene cortando a Costa Rica desde el centro hacia la costa caribeña, y que se interna hacia la zona boscosa y relativamente llana de Sarapiquí, en Horquetas.

Y tenía que ser hacia la costa caribeña donde nos encontramos con el mencionado fogón, donde la lujuria llega con el viento a lamer pieles de todos los colores y a meterse en la imaginación para colocarle nombres jocosos y ambivalentes a todo, como a este fogón, que no por tratarse de un restaurante de rasgos típicos costarricenses deja la imaginación de viajar en busca de Lola, para comprobar si lo del fogón es puro cuento o el coqueto llamado de una cocina antigua.

Costa Rica está utilizando todos los recursos posibles para hacerse con la visitación turística de todos los continentes. Bosques, ríos, fauna, playas, actividades, cocina, provincianismos, folclor, volcanes y gente, forman actualmente una corriente de luminosa lava multicolor que se resuelve en una oferta natural difícil de igualar en Centroamérica.

Pero además está el esfuerzo de que el manejo de esa oferta natural no se desluzca con el paso de los años y el uso que de esa oferta deberán asumir los manejadores de la economía turística en las generaciones por venir. Es decir, el uso actual de los recursos que se presentan al turismo lleva la tónica del «ver y no tocar», de manera que los que vienen luego puedan ver también, y hasta quizás con ojos más conservacionistas que los de ahora.

Quizás sea esa la tónica que envuelve al «Fogón de Lola». O sea, por más que se busque a Lola para que muestre su fogón, lo más probable sea que, de verlo, sea de lejos, de manera que la posibilidad de que se apague se coloque en el más remoto lugar. Enfocando el asunto de Lola desde el punto de vista gastronómico, la cocina costarricense conjuga las tradiciones centroamericanas con las influencias norteamericanas que empujan hacia el consumo de comida rápida. Y hasta una buena carga de la cocina traída por los conquistadores se manifiesta en esa oferta gastronómica que le llega al visitante.

Y no está mal, puesto que el seguimiento del rastro de su cocina puede llevarnos hasta enclaves históricos de rica información para aquellos que andamos a la caza de lo olvidado o lo poco  recordado.

Y como en el caso de Lola, su fogón no es sólo un llamado a la cocina, sino también una luz para ver lo caribeño de su cultura, que se manifiesta en esta parte de Costa Rica con toques muy relevantes vinculados a las culturas que ocupan las Antillas.

Una carretera sin casas
Muy conocido y recurrido es el dicho aquel que reza: «no hay sábado sin sol, ni viejo sin dolor». Pero para Centroamérica y El Caribe el dicho se amplia: «no hay sábado sin sol, ni viejo sin dolor, ni carretera sin casas».

Por lo regular, en los países donde el negocio de los combustibles (gasolina y gasoil) nos escamotearon los ferrocarriles, las carreteras se convirtieron en rosarios de casas, en razón de que los automóviles -medalaganarios como sus dueños-, los pequeños autobuses o busetas -como les dicen los ticos-, y el desorden del transporte, en términos generales, ya no se rigieron por estaciones de abordaje, sino que en adelante imperó el desparramamiento de casas y gente a lo largo de las vías que conectan unas ciudades con otras.

Una excepción que conocí: la carretera que lleva desde San José a Horquetas, cortando el Parque Nacional Braulio Carrillo. Ahí es totalmente prohibida la construcción de casas o edificaciones, salvo para el manejo mismo de la carretera. Eso ha permitido utilizar la carretera como una parte más del parque nacional, aprovechándola para la contemplación y disfrute de algunos de los diferentes paisajes que componen el Braulio Carrillo.

Lo ideal -que no por inalcanzable deja de ser ideal- sería que pudiéramos retornar a los ferrocarriles, y que el crecimiento horizontal de las poblaciones le diera un respiro a los suelos que con su expansión aplasta, cega, destruye.

Auras sin temor
Las auras de cabeza roja o zamuro de cabeza roja (Cathartes aura), que son las que vemos normalmente en la República Dominicana, nunca dejan acercarse la gente a menos de 25 ó 30 metros. Son muy temerosas y levantan el vuelo inmediatamente sienten personas cerca.

Pero estos diablos negros que nos encontramos en la carretera que va hacia Quesada y Arenal, en un pueblito llamado Santo Domingo (de los varios Santo Domingos que hay en Costa Rica), no parecen temerle a nadie, una de sus características, como averiguamos después.

Este es el zamuro de cabeza negra (Coragyps atratus) -también conocido como zopilote negro, gallinazo, carroñero común, golero, etc.- que aparte de no temerle a los seres humanos, es relativamente agresivo, capaz de matar animales cuando no encuentra carroña, desde otras aves hasta terneritos y ovejas. Puede durar hasta 30 años, en cautiverio, aunque en el ámbito natural no sobrevive más de 5 años.

Además de comer carroña suele comer masa de coco, semillas de palma y otros vegetales. Está considerado como una de los peores amenazas de las tortugas marinas, las que ataca al eclosionar los tortuguillos y dirigirse hacia el mar.

La agresividad de esta aura de cabeza negra o zopilote negro llega hasta perseguir a las auras de cabeza roja para despojarla de la carroña que ésta pueda localizar.

Entre las similitudes que guardan ambas auras están la de albergarse en huecos de árboles, en cuevas y en sitios protegidos del sol. Ponen los huevos en el suelo y los padres se turnan en su cuidado. ¡Ojo! Dentro de ese cuidado está el vomitarle encima a cualquier intruso que llegue hasta sus huevos, y ya sabiendo de qué se alimentan estos animales mejor ni imaginar un vómito de aura encima de uno.

Madera que se maneja
Siendo un país líder en la conservación de sus recursos naturales, no es extraño para nada encontrarse en Costa Rica con cargas de madera por sus carreteras.

Se trata de madera manejada. Es decir, es madera resultante de proyectos manejados sosteniblemente. De eso se encarga la Fundación para el Desarrollo de la Cordillera Volcánica Central -Fundecor-, que mantiene el impulso del manejo forestal sostenible en zonas como Guápiles y Sarapiquí, áreas con gran potencial para la actividad forestal, de manera que se conviertan en polos de desarrollo con producción forestal certificada, tanto desde el momento en que se realiza el manejo del bosque y el aserrío de la madera, hasta que el producto llega a la puerta del consumidor.

Como puede verse en el recuadro de la foto, cada tronco de los aquí transportados lleva una pequeña placa numerada que permite un control casi absoluto de la madera manejada, certificada.

Entre los beneficios de este tipo de mercado de la madera está el compromiso formal de empresarios turísticos afiliados a la Cámara de Turismo de Sarapiquí (CATUSA), así como de la Municipalidad de esa región, de comprar únicamente madera certificada para sus obras y remodelaciones. En Sarapiquí se instaló el primer aserradero local que tuvo a disposición de la demanda madera certificada, lo que garantizaba el respaldo a los pequeños propietarios de parcelas de bosque manejados como áreas de amortiguamiento.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas