CARRETERA X
Los nuevos genios de la música

CARRETERA X<BR data-src=https://hoy.com.do/wp-content/uploads/2006/03/87D9C9FC-3763-4B1D-A4E8-5CA69FC57FFB.jpeg?x22434 decoding=async data-eio-rwidth=460 data-eio-rheight=346><noscript><img
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De seguro ya ustedes los han visto por todas las carreteras. Bueno, ya habrán visto sus grandes vallas y carteles anunciándoles por todas las carreteras. Porque una cosa es verles en vallas por la carretera y otra cosa es que usted coja carretera y que vaya a verles. Y es que lo primero no cuesta, pero lo segundo viene a ser toda una inversión. ¡Y no vea usted qué inversión, y solamente por ir a ver «tocadiscos»!

El punto es que en estos tiempos ya la gente que compuso música, esos que se hicieron clásicos o que sentaron las bases para la más excelente música de los siglos que pasaron y pasan, igual pasaron ellos también a un lejano plano. Ya esos no son músicos.

Aquellos que tocaron la buena música, esos grandes trompetistas, acordeonistas, pianistas, violinistas, bateristas, guitarristas, saxofonistas, celistas, bandoneonistas, fagotistas, bajistas, trombonistas, flautistas y todos esos virtuosos instrumentalistas del pasado y del presente ya tampoco son músicos por los que valga la pena pagar para ir a ver.

¿Y qué me dicen de los arreglistas? Esos que tomaron cada pieza que encantó al mundo en cada época y cuyas transformaciones las hicieron acceder al gusto de cada década o siglo ya no son gente para tomar en cuenta como músicos.

Los y las cantantes: solistas, duetos, tríos, cuartetos o miembros de coros, tampoco son ahora la gran cosa, aunque hayan llenado décadas de vibrantes voces, arpegios de garganta, altibajos de vértigo, solos de estremecimiento, altos como para volar con ellos, ya tampoco pueden ser considerados como músicos. O por lo menos no a la altura de los actuales.

No señor, no se llame a engaño. Olvídese ya, deje de pensar, ni siquiera conciba que todo lo pasado en materia de sinfonía y armonía pueda ser considerado música, o por lo menos ser comparada con la genialidad que en estos tiempos nos ha tocado vivir. ¡Dichosos nosotros que asistimos a esta explosión de genialidad musical! ¡Alabémonos nosotros mismos y felicitémonos unos a otros! ¡Viva Dios que nos ha permitido ser testigos de la música que ahora se nos muestra!  Porque si antes había música celestial la de ahora está en mucho muy por encima, más que en el celeste cielo ya esta de ahora atravesó hasta los agujeros negros del espacio interestelar.

Ahora los verdaderos músicos no son los que la compusieron, arreglaron, tocaron y cantaron. Ya está demostrado que los músicos «de a verdá» son los que la ponen a sonar, los que manejan los tocadiscos, los virtuosos de los platos. Ahora es que nos damos cuenta que los músicos verdaderamente virtuosos son los que «se fajan» a mezclar, «a darle deo pa’ya y pa’ca» -chuiqui, chuiqui, chuiqui – a los discos. Esos dioses que bajan el brazo con la aguja hasta que su contacto con la pasta hace brotar los sonidos. Y vuelta al chuiqui, chuiqui, chuiqui con los dedos o con la mano entera. ¡Oye, pero qué genialidad! Para eso hay que nacer: «músico se hace, tocadiscos se nace», igual que los asadores argentinos.

Es por eso que cobran tan caro y se promueven tan costosamente. ¡Caramba! ¡Cómo no lo había pensado antes! Es que ellos son los verdaderos músicos y a quienes hay que pagarles todos los cuartos del mundo. Ya lo saben, el que no ha ido a un concierto de «tocadiscos» no es amante de la música, ni admirador de la música, ni amigo siquiera de la música. Es más, el que no ahorra por tres o cuatro meses para ir a un concierto de «ponediscos» es un perro, mejor que se muera de gripe aviar desde que ésta llegue al país.

“La carga se arregla en el camino”

¿Conocen ese dicho, verdad? Bien, aplíquenlo ahora a la carga que lleva ese minibús. ¿La está arreglando el tipo? Para nada. Ese carajo sólo tiene su mente en encontrar pasajeros. ¡Y naturalmente que está enterado de que los colchones que lleva encima van amenazando con volar!, porque la posición que le ven ustedes en la foto es cuando el viento le pasa por debajo y los colchones se elevan, porque no están bien sujetos.

A la velocidad que va ese minibús está recibiendo una embestida de viento contraria equivalente a cinco mil libras de presión frontal, que deja fluir entre los colchones una corriente en elevación de 108 kilómetros por hora, combinando una energía resultante de tres kilotones para una expansión contra-gravedad similar a 600 kilopondios, que multiplicados por los 60 grados de presión milibárica… ¡Wao!, se creyeron toda esa porquería? Yo de esa vaina no sé nada, pero si se rompe la única soguita que llevan esos colchones, la gente que vaya en el vehículo sobre el que caiga uno de los colchones es porquería de perro que se va a volver cuando se desbarranquen por uno de esos declives junto a la carretera. Y luego nada, un accidente «que a cualquiera le pasa».

¿Accidente? ¡Pendejos! Eso no sería un accidente, sería un asesinato, y en masa, si le ocurre a un autobús lleno de gente (como esos que fueron a Bahía de las Aguilas ese día de la foto).

Porque dígame usted; ¿qué caca de mono le cuesta a ese fatal llevar bien sujetos los malditos colchones para asegurar que no se muevan ni vuelen? ¿Ustedes no creen que volarían? Pues sepan que el Día de las Madres del 2000 yo me encontré a las 6 de la mañana con todo un juego de muebles de mimbre: un sofá y dos sillones, nuevos, todavía con el plástico que les quedó luego del «vuelo y aterrizaje» en la autopista Las Américas. Por mala suerte, dos kilómetros más adelante estaban los dueños, con las manos sobre la cabeza, y a quien tuve que devolvérselos porque no tenía de otra.

En este país no hay accidentes en las carreteras, hay asesinatos por imprudencia y por falta de controles.

Tomates por pi’pá 

No tengo la menor idea de por dónde viene esa expresión de «por pi`pá», que se usa tanto como expresión de abundancia. Agradecería que alguien que lo sepa me lo informe. Pueden hacerlo a mi dirección electrónica: abreudomingo@gmail.com Seguimos con los tomates.

Si fuera en Haití no hubiera uno ni de muestra tirado así en la carretera. Estos tomates son los cientos que se van cayendo de los camiones que los transportan desde el sur hasta las plantas procesadoras en Baní. Ya una vez escribí sobre los miles de galones de jugo de tomate que van dejando los camiones como resultado del comprimido que resulta de la carga tomatera en camiones.

Ese detalle de los tomates que ruedan por la carretera sin que nadie les haga caso, y precisamente por el Sur, nos lleva a una cavilación que queremos compartir con ustedes. Algo sobre el hambre de que tanto se habla que pasan los dominicanos.

Para su información, hambre se pasó en España por años, durante y después de la guerra civil. En ese país había regiones enormes donde lo que se comía eran cebollas, sólo cebollas. Algo que quedó escrito en uno de los poemas de Miguel Hernández (Nana de la Cebolla). «En la cuna del hambre mi niño estaba / con sangre de cebollas se amamantaba / era tu sangre / escarchada de azúcar, cebolla y hambre».

Hambre se está pasando en Africa, en enormes porciones de Africa, donde cientos de miles de niños mueren al año de verdadera y lastimosa desnutrición por hambre.

El hambre que más cerca hemos tenido es la de Haití, y de hecho no es nuestra hambre. Nosotros somos el huerto que alimenta a Haití. La falta de cuatro o cinco «jeans», de un par de tenis o de dos o tres camisas no es hambre, como se quiere hacer pensar en el sur del país, donde yo no he visto nunca gente con tanta hambre como la de Africa, ni siquiera como la de Haití.

Ese maldito cuento del hambre no es más que el  documento justificativo de los políticos para repartirse la costa sur del país. Si hubiera hambre en el sur no anduvieran rodando los tomates por la carretera. Hay necesidad de puestos de trabajo, pero no hay hambre.

Más trinitarias en la carretera

No es por disimular el uso del bromuro de metilo en la producción de melones y tomates que se han sembrado ahí por Azua tantas trinitarias. ¡Digo yo, quién sabe! Pero por lo menos es un descanso para la vista llegar hasta esa parte de la carretera hacia el sur y encontrarse con ese «enjambre» largo de buganvillas en una mezcla de colores tal que llega uno a pensar ¿cómo diablos llegué yo a Holanda por esta carretera?

No es que parezcan tulipanes las trinitarias, pero es lo abigarrada, colorida y numerosa de su presencia que lo lleva a uno imaginar que está en otro país; que uno ha llegado como en un sueño a un país de encanto, de paz, sin hambre y sin diputados. Es decir, como haber llegado a un país en el que se puede vivir.

Y miren cómo son las cosas. Justo ahora se me ocurre que ese bienestar que se respira en un ambiente de trinitarias fue lo que llevó a Juan Pablo Duarte a ponerle «La Trinitaria» a su organización independentista, incluso a ponerle los colores a la bandera: el blanco de las trinitarias blancas, el rojo de las trinitarias rojas y el azul del cielo que las contrasta.

Estoy casi seguro de eso. Lo del blanco de la cruz se lo habrá cambiado la Iglesia luego, aprovechando que el pobre Duarte no escribió más que un par de cartas y no había justificado claramente la razón del blanco en la bandera, que evidentemente se debía a las trinitarias blancas. Y claro, después le pegaron que era la biblia el libro que aparece en el escudo. Pero en realidad es el libro de Linneo abierto en la parte de las flores, con toda seguridad en la parte correspondiente a las trinitarias. Igual que las hojas, que no son de olivo, sino de trinitarias acompañadas de penquitas de palma real, claro está.

Y lo del rojo… ¡qué sangre ni qué pendejadas! El rojo fue por las trinitarias rojas. Y luego los militares lo agarraron para justificar unos supuestos héroes, los mismos que botaron al infeliz Duarte del país y fusilaron al resto de trinitarios. En fin, que así va la Historia.

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