Carta a Alexis Gómez Rosa, sintaxero

Carta a Alexis Gómez Rosa, sintaxero

EL SINTAXERO, lo sabes, transforma el sentido que tiene, en la sociedad, carácter canónico y sagrado.

Poeta: Siempre he escrito y afirmado públicamente que eres el mejor de tu generación bautizada como Joven Poesía y que sobrepujaste incluso a los que emergieron posteriormente en los 80, 90 y 2000, sin importar los premios anuales o “nacionales” otorgados a los demás.

El poeta de valor es un sintaxero. Lo recuerda Hugo Savino a propósito de la afirmación que le hizo Mallarmé a Verlaine: “Usted es un sintaxero.” La sintaxis es ritmo y ergo, sentido. Ese término se aplica al poeta que “transforma los consensos y normalizaciones sintácticas” y “confronta las obras” de su época. Savino dice que Meschonnic es un sitaxero. Quienes realizamos el trabajo de transformar el ritmo-sentido de los discursos que se producen en nuestra lengua somos sintaxeros. Serlo es transformar las ideologías que encontramos en nuestra época y con este trabajo desestabilizamos el sentido canónico impuesto por los poetas del partido del signo, quienes producen solamente poesía “prêt-à-porter” o, tal vez, el término que más convenga hoy sea del de poesía chatarra, la que consiste en nombrar, contar historias y narcisear con el impudor del yo.

En cambio, según Mallarmé, “la poesía no consiste en nombrar, sino en sugerir (…) en evocar poco a poco un objeto para mostrar un estado de ánimo, o, inversamente, elegir un objeto y desprender de él un estado de ánimo a través de una serie de desciframientos.” (Carta de Mallarmé a Jules Huret, citada por Savino en “Ponencias del coloquio Henri Meschonnic”. SD: Editora de la UASD, 2014, p. 45).

En nuestra cultura nos precedieron aspirantes a sintaxeros que tú y yo conocemos: Zacarías Espinal, Manuel Rueda, que intentó romper con las convenciones sintácticas en “Con el tambor de las islas”, pero el pluralismo y su vida le impidieron ir más lejos que ese primado semiótico de la música por encima del poema. Freddy Gatón lo intentó en “Vlía”, pero se asustó cuando le envié un poema fonético y comentó que si para eso había ido yo a Francia; luego en 1974 intenté ser sintaxero (obligar al lector a releer continuamente) en un fragmento de novela que recojo en “Ejercicios II” (1983); y, finalmente, en “Al arma contra figuraciones” (2001). Pedro Mir lo intentó en “Cuando amaban las tierras comuneras”, pero la ideología del compromiso le empequeñeció. Entonces, poeta Gómez, ¿cómo podía ser Mir sintaxero? Nuestro amigo Cayo Claudio Espinal es un sintaxero. Lo probó en “Banquetes de aflicción”, “Utopía de los vínculos”, “La mampara” y “Ápice cortado”, cuyos antecedentes son “Acontecen neblinas”.

El sintaxero, lo sabes, transforma el sentido que tiene, en la sociedad, carácter canónico y sagrado. ¿Cómo lograr tal dislocación de consensos y normalizaciones sintácticas? ¿Quiénes pueden lograrlo? Los que, consciente o inconscientemente, no pertenecen al partido del signo. Al enfrentar las obras chatarras de sus contemporáneos, el sintaxero les revienta la política y la ideología del signo que tales obras chatarras contienen como repetición de los caramelos del poder y sus instancias.

Ese reventón no hay quien lo soporte. De ahí el ataque frontal de los miembros del partido del signo a los sintaxeros. A finales del 60 y los 70, 80 y 90, como éramos pequeños burgueses balzacianos, el enfrentamiento era soterrado, invisible y con modales y buenas maneras. Luego de las dificultades de la acumulación de riquezas para la clase media aparejada por la mundialización y la supremacía de cultura “light” que la acompaña, ahora el enfrentamiento de la heroica y canallesca, como Andrés L. Mateo llama a esta clase, es descarnado y a las claras.

Es, me informan, lo que te acaba de ocurrir al otorgársete el Premio Anual de Poesía 2013 por tu libro inédito “Makinolandera y otras olas de lava y Lackmann”. El jurado original, dicen, estuvo integrado por José Enrique García, Plinio Chahín y Soledad Álvarez. Se produjo un “impasse” en las deliberaciones. García y Álvarez presentaron su candidato. Existía compromiso cerrado con los concursantes (Álvarez había presentado en una ceremonia en su propio hogar un libro de su patrocinado, José Rafael Lantigua, y García el de su favorecedor, Pedro José Gris). No había manera de llegar a ningún acuerdo. Los gestos son públicos, para que conste que no hay traición o componenda.

A renunciar Álvarez, traen al emergente Pedro Pablo Fernández, quien desbloquea la situación con una frase lapidaria propia de este rebelde literario: “Oh, es obvio, aquí solo hay un ganador, Alexis Gómez, lo otro no es poesía.” Un error de elección del tercer jurado, según los planes previos diseñados para un ganador a quien todo se le pintaba como un “flaicito al cácher”. Es novedad la renuncia de un miembro de un jurado una vez iniciado el proceso de escoger un ganador.

Este psicodrama revela que ya los intereses de los intelectuales no son poéticos ni literarios, sino de posiciones políticas a favor de sus patrocinadores de empleos o seudo prestigio intelectual y se vuelven instrumentos para aplastar a competidores que no forman parte de bandas o capillas literarias y de cuyo valor se recela y su obra va al cesto de la basura.

El mecanismo usado para ejecutar esta pragmática data de los 70, cuando los premios, llamados entonces “nacionales”, los otorgaba la Secretaría de Educación y los jurados los conformaba el Director de Cultura con los ganadores de premios anteriores, fueran Tena Reyes, Avilés Blonda, Luis Rivas, Juan Monegro o Celsa Albert. La regla de oro era casi siempre la siguiente: la constitución de jurados sándwiches, como les he llamado en mis ensayos sobre premiaciones literarias. El mecanismo consiste en nombrar dos favorecedores del autor que se desea premiar y un tercer jurado que supuestamente es un adversario, a fin de buscar equilibrio, pero que en la mayoría de los casos se pliega al dos contra uno de la mayoría simple y termina firmando el veredicto, dizque para no ofender, con lo que se logra el consenso o unanimidad. Esto es una ficción, porque en el fondo de su conciencia, el unanimista no estuvo de acuerdo, pero políticamente ese es el resultado que el poder deseaba. En el discurso deportivo se le llama formación Budrog al escenario que le montaron a “Makinolandera”. A esta constitución de jurados, que perdura hasta hoy pero sin la regla de oro, por error del seleccionador los tres árbitros no dieron esta vez en el blanco.

La esperanza es que el Ministro de Cultura retome la tradición de nombrar tres jurados ganadores de premios anteriores para cada género. Pero hay que estar bien entrenado en las contradicciones del mundillo literario e intelectual dominicano. El antiguo Secretario de Educación era responsable de lo que hiciera el Director de Cultura. Hoy el Ministro de Cultura es responsable de lo que haga el seleccionador de los jurados. Tiene la responsabilidad de decidir o variar dicha composición de acuerdo a la estrategia política de la cartera a fin de evitar ser piedra de escándalo. Hay una vía: Constituir los jurados con personas éticamente fuera de toda sospecha de parcialidad con camarillas; que no tengan conflictos de intereses con concursantes; que estos jurados, a través de sus obras, hayan hecho aportes incuestionables reconocidos socialmente y que sean dignos de juzgar, de acuerdo a su especialidad, los libros sometidos a su consideración.

Poeta Gómez, siga siendo sintaxero.

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