Carta a entrañables extrañados amigos 

Carta a entrañables extrañados amigos 

Recordados amigos: 

Al paso de los años, aunque soy menos sentimental, he aprendido a amarlos más. Y desearía subsanar faltas, incomprensiones, o faltas, acaso innecesarios malentendidos. Siendo estudiante en Nueva York, durante un ejercicio de gramática, el profesor Baldenucci preguntó: “¿Cree usted que yo estoy loco?”    ( Do you think I am crazy?).  Yo, dándomelas de sabihondo, le  respondí con una frase (en inglés) sintácticamente más compleja: “Yo no pienso que usted está loco. Yo sé que lo está.” Se enojó mucho porque di “una respuesta mal educada”. Entendió que yo no me refería a él, personalmente, cuando solo jugábamos ejercitándonos en el idioma. Nunca aclaramos y tarde me di cuenta de que nuestra relación se había deteriorado. Otra vez, un buen conocido me regaló una botella de vino fino, que muy agradecido acepté como muestra de verdadera distinción y aprecio. Tiempo después me quiso regalar otra aún mejor. Le propuse que la compartiéramos, pues me resulta algo cargoso guardarla para alguna ocasión especial. Ante mi negativa, me preguntó, yo creí que en broma: “¿Acaso crees que yo quiero sobornarte?”, a lo cual,   respondí, sonriendo, que sí. Este amable caballero se ofendió por mi respuesta, creyendo que yo decía en serio lo del soborno. 

Con los años de educador y  comunicador he llegado a saber que comunicarse es uno de los milagros de los que no nos percatamos. Milagro es también la amistad, y por ello siento pesar con que relaciones y afectos de tantos años se vayan devaluando como el papel moneda de nuestros países. A menudo por achaques de salud, o del bolsillo, o porque algunos pierden el entusiasmo de compartir. En algunos casos por malos entendidos, y también porque algunos se cansan de personas que, como yo, viven predicando y dando consejos, especialmente a los entrados en años. No es difícil hallar una  coartada para deshacerse de un amigo reprendedor, aconsejador, cuando se piensa que aún quedan años y fuerzas para darse vida. Algunos hacen rupturas oportunistas, particularmente aquellos que cuando jóvenes no disfrutaron su juventud, por falta de oportunidad  o de imaginación, y ahora les resbalan los consejos.

A mi edad ya me es difícil conectar con amigos que persisten en el placer y el consumismo. Yo, de eso, estoy de vuelta.

Pero siento temor y pesar, porque cuando las mañas se están poniendo viejas, se hacen más difíciles de controlar. Hace unos años, visitando un pariente en un asilo de ancianos, en el pasillo por donde nos desplazábamos mi hijo y yo, se nos vino encima una mujer de unos 70 años, mostrándonos la lengua. Pensamos que solo estaba algo desquiciada, pero cuando vi sus ojos sentí terror, por el demonio de lujuria que había en ellos. Desde entonces siento mayor preocupación por las personas que envejecen sin haberles puesto orden a sus emociones. Que ningún amigo, ex amigo  o enemigo pase por ese tipo de transes al final de sus días, pudiendo alguien ayudarlos a deshacerse de sus demonios. No en mí, queridos amigos: Busquen ayuda en Jesucristo.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas