Carta a Juan Pablo Duarte

<STRONG>Carta a Juan Pablo Duarte</STRONG>

Pensé cantar mi desventura impía y airado el numen se negó a mi intento; pensé cantar y en la garganta opreso el canto se trocó en lamento.

Pugné otra vez y a mi tenaz empeño rompiese el plectro y reventó la lira; por eso horrible cual letal ensueño en canto sordo el corazón delira.

Sordo y helado cual la tumba yerta en do reposas, adorado amigo, y el cual consagro a tuya que otra prenda no quedó conmigo.

Soi templario, me decías un día, Jacinto un tiempo de la Patria Amada Y en sacro fuego el corazón se ardía…

Tomás entonces con placer te oyó, y el alto honor de ser primera ofrenda, Como un templario merecer juró En la sagrada nacional contienda.

Tomás, de heroica agnegación modelo, De patriotismo y de valor dechado, Tomás, el timbre de mi patrio suelo, Honor y gloria de mi Pueblo amado.

¿Do está el amigo de mi tierna infancia, el compañero por demás valiente?¡Y nadie, nadie…responde al eco de mi voz doliente!

Juan Pablo Duarte, al saber del fusilamiento de Tomás de la Concha

Querido Juan Pablo:  Hoy se cumplen 200 años de tu nacimiento. No imaginaste cuando abriste los ojos al mundo estábamos en el limbo jurídico de ser una colonia española nominal, pues el imperio español estaba sometido a demasiadas presiones en el resto del continente.  Éramos españoles abandonados por una potencia que iniciaba su decadencia frente a las rivales de Europa. Esta pequeña isla del Caribe vivía sus particulares dramas: en el oeste había nacido una nueva república, la primera república negra, Haití.  Estaba sumergida en sus luchas internas, y veía la débil parte este como una solución factible ante su demanda de tierra para los esclavos y para evitar un posible nuevo intento francés de detener el desarrollo de su colonia.

Naciste en un hogar acomodado que te permitió conocer fronteras más allá de este cálido  mar Caribe que condiciona y limita nuestras perspectivas. Te nutriste del liberalismo romántico y revolucionario de la época,  e hiciste de las palabras “Patria”, “Nación” y “Soberanía” tu himno de guerra y tu inspiración para guiar tus días de lucha y sacrificios.  Cuando te convertiste en un joven adolescente, ya se había producido la ocupación haitiana de 1822, decidiste, en 1838, iniciar el proyecto nacional. Entregaste lo que tenías, lo diste todo por tus sueños.  Tuviste que partir huyendo de las autoridades haitianas que veían en ti un grave peligro. Regresaste en 1844, cuando ya se había proclamado la República Dominicana, y te diste cuenta enseguida que el sector conservador dominaba el escenario político de la débil y recién formada República Dominicana.  Te rebelaste y te levantaste en contra de la Junta Central Gubernativa.  Elaboraste una revolucionaria propuesta constitucional para la república que soñaste.  Pero el poder conservador, Santana y sus séquitos, te atraparon y te mandaron de nuevo al destierro.  Te fuiste a Venezuela y allí tuviste una vida anodina, triste y precaria. Moriste lejos de la patria que amaste y ayudaste a construir.  No lo sabes, no puedes saberlo, pero a ti y a Ulises Francisco Espaillat los he denominado como nuestros Quijotes humanos, los hombres del siglo XIX que participaron en política por el amor a la humanidad, pero sobre todo  con la convicción de que la ética debía ser el norte de la acción política.

No sé cuántas veces he tenido que hablar acerca de tu vida y tu obra.  Desde hace más de 40 años estoy en las aulas dando clases de Historia Dominicana. Y desde ese espacio, he visto pasar a cientos de jóvenes, hoy muchos adultos mayores, a quienes he intentado  recrearles tu vida, tu ejemplo de compromiso con la historia y con la vida, pero sobre todo, los principios éticos que te acompañaron hasta tu último aliento.  Y a pesar de repetir y repetirme por tantos años, no me he cansado de hacerlo.  Han variado las caras, pero la juventud sigue sentada ahí en esos incómodos asientos.  Llegan  en búsqueda de ideas y conocimientos.  Pero a ellos no les interesa ni tu vida ni la historia. En todo este tiempo me ha dolido mucho la dureza de las palabras de algunos jóvenes osados, atrevidos, más bien. A veces, después de haber expresado mis ideas, les pido sus opiniones sobre tu vida, tu obra y tus ideas. Las respuestas siempre me sorprenden. Y cuando te juzgan son muy crueles.  ¿Sabes que algunos de ellos te han denominado como el “personaje más pendejo de la historia”?  Les he preguntado por qué, y me han respondido: “Profe, ese tigre no hizo ná. Solo dio ideas, pero no se fajó.” Intentando variar la percepción, busco palabras desde el fondo de mi corazón. Utilizo todos mis recursos pedagógicos y discursivos tratando de persuadirlos.  El tiempo no ha cerrado la herida abierta en mi corazón, que se lacera cada vez que te juzgan tan cruelmente.

Por esta razón, apoyo con fervor y entusiasmo la iniciativa del Estado de que este año 2013, en el que se cumplen 200 años de tu nacimiento, sea dedicado a dar a conocer a las nuevas generaciones quién fue realmente Juan Pablo Duarte, el soñador de la patria y el hacedor de la República y la nación.  En todas partes, norte, sur, este y oeste del país y de algunos lugares de ultramar, se harán actividades para rescatar tu memoria.  ¡Qué bueno!

Solo espero que no sirva de excusas para que algunos políticos usen y abusen de tu nombre en su propio beneficio, o para querer situarse al nivel de tu estatura moral.  ¡Qué no se utilice en vano tu nombre, ni te hagan decir lo que no has dicho! 

Te agradezco lo que hiciste, como dominicana nacida en esta tierra y que como caribeña tiene lazos lejanos con otras  tierras. Te agradezco mucho por tu ejemplo de vida, porque has sido, eres y serás siempre una inspiración para que los jóvenes asuman con entusiasmo, compromiso y valentía los retos de su tiempo; y por supuesto, para los adultos, los hombres y mujeres de mediana edad, que todavía tenemos sueños e ilusiones por los cuales luchar.  Seres como tú, humanos y finitos, nunca dioses ni santos, son los que han permitido que la historia se transforme. ¡Gracias Juan Pablo!

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