Carta a mi hija en su boda

Carta a mi hija en su boda

Mi querida Meli, o mejor dicho “mi cosita”, te llevé al altar para entregarte a Boni tu compañero. Mientras caminaba contigo de brazos hacia al sagrario se me agolparon miles de recuerdos, esos que son inolvidables y que solo con la muerte o el Alzheimer se pueden olvidar. Recordé cuando tu madre alborozada me dijo “estoy embarazada” acariciándose su vientre donde lograste tu primer triunfo, esto porque ibas a ser melliza, lo supimos en la primera sonografía, tenías originalmente compañera y al final fuiste tú la elegida. En ese momento, dije que te ibas a llamar Lady Di, como la princesa Diana de Inglaterra, pues tu madre tenía el dispositivo anticonceptivo en espiral el “DIU” y tú lo rebasaste, otra expresión de los insondables misterios de la vida.

Para los momentos trascendentes y reconociendo mis limitaciones poéticas, me auxilio de buenos amigos bardos y para resumir ese momento cito al fraterno Tony Raful: “Al mar salido de sus ojos. Voy a beber/voy a bailar/deslumbra la del amor desnudo/danza en su lecho/la que vibra y llena de quejidos la blanda hermosura/Es la primera vez/estoy en el fondo del océano/mis labios/ son manantial y fatiga/me arrimo al último espermatozoide/ al mar salido de sus ojos/al grave mundo/que llamea en el vacío.” En verdad hija mía que hasta hoy no he visto a nadie que tenga tan bellos ojos como los tuyos.

Tu tierna infancia discurrió en ternuras y en gran complicidad con tus hermanitos, con Carolina jugabas muñecas y con Omar jugabas béisbol. Siempre has sido muy valiente, valor que has demostrado toda tu vida, recuerdo que tú una niñita, cuando entraban a la casa unos sapitos y tú muy decidida los espantabas con un periódico envuelto y decías: “no vuelvan a asustar a mis hermanitos”.

Siempre muy cariñosa con todos, naciste con un liderazgo natural para ser una triunfadora, lo apreciamos desde tus primeros años de colegio, participando con los grupos de ayuda a los más pobres, con la presidencia del proyecto juvenil de la ONU, diciendo un memorable discurso frente a presidentes.

Tienes un corazón de acero imperioso, pero la dulzura de trato de una hechizada rosa. En tu conducta ética y en tus frutos intelectuales has seguido el buen ejemplo de la familia, me auxilio de otro buen amigo León David para expresarte nuestro gozo: “De la augusta prosapia del árbol y el rocío/ Eres, y a tu nobleza jamás se le hará ultraje; /Alma de lluvia tienes, querencia de boscaje/ Y hacia el mar siempre fluyes cual olímpico río”. No sin razón pronunciaste los discursos del mérito al recibirte de bachiller en el colegio Babeque y el de la clase graduanda en UNIBE al investirte de abogada con los máximos honores.

Te fuiste del país y en playas extranjeras reeditaste iguales logros, obtuviste el alto honor que muy pocos latinos han tenido por su excelencia: la publicación por la Universidad de Manchester, Inglaterra, de tu tesis al recibirte con los más altos honores frente a los ingleses.

Hoy inicias una nueva vida la de esposa, necesitarás entonces de toda esa demostrada inteligencia, pues para instituir familia es donde más se requiere de ella, para lograr mantener ese arcoiris de flameantes colores y rutilantes ensueños. Espero que mañana continúes haciéndote eterna en tu linaje, que en tus herederos continúen germinado iguales simientes siderales de talento y dignidad. Sé siempre la cónyuge amorosa, la esposa inteligente, esas que reinventan paciencias, argucias y artificios para mantener unida la familia. Me despido con León David: “Me despido. Este verso que con la sangre he escrito, / Aunque parezca mío, pertenece a otra voz/ Galáctica escritura de un arduo manuscrito/ Que habla en cifrado idioma del espíritu de Dios”. ¡Hijos míos que sean muy felices!, con todo el amor del mundo, tu padre.

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