Carta a un amigo en apuros

Carta a un amigo en apuros

Querido presidente: El lunes próximo, según he visto que anunció Rafael Núñez, usted dirá a los dominicanos un discurso para referirse a la crisis económica mundial y sus efectos en nuestro país. Me alegra que por fin haya decidido compartir con sus conciudadanos sus pensamientos de las últimas semanas. Pero siento miedo ante la posibilidad de escuchar otra atildada alocución que nos cautive por su excelente manejo de los temas, o alguna didáctica explicación que desentrañe conceptos densos para ponerlos al alcance del pueblo llano.

Todos los dominicanos conocemos cuán extraordinario orador es usted. El temor que siento, querido presidente, es porque me parece que su pueblo, incluyendo a quienes hemos votado por usted, ya no quiere oír más dilucidaciones académicas, ni exégesis magistrales, ni tampoco excusas o justificaciones. Todos oímos las noticias. Así como los jueces hablan por sentencias, los gobernantes mandan con acciones. Y nadie duda que, en aquello que le interesa, usted manda y actúa sin que le tiemble el pulso. Dos muestras son la admirable estabilidad y el impresionante crecimiento que, contra toda expectativa, logró el país entre 2004 y 2008. Más concretamente, su voluntad la impuso al país al construir el Metro de Santo Domingo.

En otras palabras, usted posee los atributos, y el apoyo del pueblo que le eligió y re-eligió, para ejercer una Presidencia cuyo poder se aplique a la solución de los problemas sin requerir ninguna otra legitimación que la Ley.

Pocos presidentes en cualquier parte han logrado concentrar tanta buena voluntad y apoyo popular como usted; pero me temo que la falta de uso de ese mandato popular se diluya o desvanezca ante la incompetencia sin sanción de colaboradores suyos que viven empeñados en hacer creer que el Poder Ejecutivo lo debe ejercer un colectivo denominado comisión política del PLD.

Toda la modernidad y filosofía detrás de su discurso político, está constantemente cuestionada y retada por acciones y declaraciones imprudentes, de peligroso tinte estatizante, por funcionarios cuyo aporte principal al gobierno es la vergüenza y el desdoro de su incapacidad o incompetencia. Es difícil seguir creyendo que es p’alante que vamos, con tanta gente halando p’atrás.

Querido presidente: que Dios le ilumine y le ayude a alentar al pueblo, a recuperar la esperanza que usted ha representado tan brillantemente. Sus mejores amigos ansiamos sentir su liderazgo en bien del progreso nacional.

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