Carta a una sombra

Carta a una sombra

JOAQUÍN RICARDO
En 1953 Alfonso Reyes, devoto sin restricciones de Pedro Henríquez Ureña, escribió una sentida carta titulada «Carta a una Sombra» (Vol. XXII, O.C. p.p. 365-367). En una visión intangible recrea en ella a la imagen del idolatrado amigo, a quien «abraza con el cariño de antaño, aunque te me escapes de entre los brazos, como a Odiseo el espectro de su madre». Para el fecundo humanista azteca si Pedro «aún viviera entre nosotros, Sombra de mis desvelos, no sería feliz.

Tu viste el comienzo del mal que nos aflige, pero acaso moriste en la creencia de que ese mal iba a remediarse. Al contrario, el mal ha asumido formas cada día más sutiles y, en cierto modo, la virulencia de esos gérmenes filtrables que ya no es fácil detener…»

Este relato del autor antes mencionado bien puede ser aplicado a la realidad que estamos viviendo los dominicanos apenas tres años después de la desaparición física del doctor Joaquín Balaguer. Es decir, si bien ya se veían los comienzos del mal, pocos podían pensar que el mismo alcanzaría la magnitud de los efectos que nos afligen. De ahí que nos hayamos permitido remedar la misiva del autor de «Ultima Tule», porque también Joaquín Balaguer, sombra de mis desvelos, sintió antes de morir el comienzo de las calamidades que nos aguardaba el futuro, tal vez con más hondura que Pedro Henríquez Ureña por los escenarios de su cosmovisión y el prisma a través del cual filtraba la realidad circundante.

Necesitamos preservar la visión de un Estado solvente y sin fisura en sus instituciones orgánicas; necesitamos preservar la imagen de nuestra soberanía con el celo que le imprimió Joaquín Balaguer; necesitamos fortalecer nuestra capacidad para afrontar, con dignidad e independencia, los retos de un Estado que manda de sus dirigentes verticalidad nacionalista e inteligencia para fortalecer la soberanía sin «mancilla», como propugna el líder y fundador del Partido Reformista Social Cristiano quien a los tres años de su muerte la ausencia de su genio político y sus aptitudes como hombre de Estado se hacen cada vez más perceptibles.

En esta Carta a una Sombra, no solo invocamos su memoria, como sustentador de un pensamiento político que logró fortalecer en la conciencia nacional e internacional los cimientos de dignidad y soberanía del Estado dominicano –hoy considerado un «Estado fallido»–, que le imprimió el fundador de la Sociedad Secreta La Trinitaria, Juan Pablo Duarte y Díez.

¡Sombra de mis desvelos! Cuántas cosas han pasado después de tu partida. Y cuanta tristeza te produciría contemplar una sociedad aterrorizada por una creciente ola de delincuencia que parece no tener fin, y en el orden político la ausencia de un liderazgo que sea capaz de detener el deterioro de nuestra identidad y la amenaza de mutilación de nuestra soberanía por presiones foráneas que pretenden imponer su voluntad amparadas en la debilidad del liderazgo vernáculo.

Hemos caído en un verbalismo tópico, acompañado de una actitud casi inconsciente acerca de la imperiosa necesidad de producir un cambio radical en el uso y manejo de los menguados recursos del Estado, recurriendo consecutivamente al endeudamiento externo, cuyos nefastos resultados registra la historia dominicana, desde las oscuras negociaciones con Edgard H. Hartmont hasta caer en el colapso de 1916.

Al arribar al tercer aniversario de tu desaparición física se generaliza la creencia de que muchas de las dificultades que afrontamos hoy tendrían otra vía de solución si contáramos con las sabias y oportunas directrices que acompañaron la gestión del Estado dominicano cuando fuiste su conductor.

En esta fecha le escribo a la sombra que me ilumina, como un fanal inextinguible en las horas que dedico a meditar sobre el oscuro porvenir de la patria que honraste, deseo que tu memoria sirva para enmendar nuestros errores, para que la imagen de nuestro país no sea la de un «Estado fallido», permisivo y corrupto, donde la justicia es débil y la ambición desmesurada.

Nos parece oír de tus labios las enseñanzas que como riachuelos cristalinos refrescaban nuestra sed de ideas. Todos conocimos tu vida sencilla, llena de merecimientos, lista siempre a servir los intereses de la República.

Todos contemplamos al venerable y austero anciano en su vivienda humilde, sufriendo los dolores de la patria y dando ejemplo, hasta el último momento, de cómo un ciudadano cumple con su deber.

Te pedimos que la virtud misteriosa que se escapa por las grietas de tu mausoleo se una, interpretando el querer y la voluntad de un pueblo que cubre su vehemente corazón, lastimado por tanta injusticia, bajo un denso silencio clamoroso, y pida piedad para la patria amada.

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