Después de examinar diversas posiciones intelectuales de lingüistas contemporáneos quedan en claro dos cosas: 1ro. que el lenguaje, para los fines del conocimiento, es la gran cortina que encubre el yo; segundo, que ese “yo” del lenguaje es un cortinaje colectivo, una realidad compartida, comunitaria, “socializada”. De este modo, pasamos del yo tradicional de una sola persona a un yo compuesto que contiene toda la historia del idioma que hablamos. Los filósofos idealistas, herederos de Kant, confirman así la agudeza extraordinaria de Bacon. Sus objeciones a la lógica de Aristóteles tenían fundamentos: “idola fori” e “idola tribu”, se interponen en nuestra relación con las cosas del mundo.
Lo que se dice en la calle, los prejuicios de los pueblos donde nacemos, interfieren percepciones, ideaciones y pensamientos, que atribuimos, exclusivamente, a nosotros mismos. Todo esto quiere decir que los hombres “retoman” pensamientos viejos para remozarlos con algunas ideas nuevas. Aquellas cosas que intentamos conocer están “fuera de nosotros”, como creían los griegos. Platón, Aristóteles, Bacon, son enormes biscochos recubiertos por un lustre de repostería que los oculta, a la vez que los mejora y supera. En algunos casos la mejoría consiste en liberarlos de algún prejuicio de hace dos mil años, prisionero en la lengua en que redactaron sus obras.
Las “telarañas” mentales son brumas de “la percepción” -engaños de los sentidos, se decía antiguamente-, espejismos de la lógica y, también, trampas del lenguaje. Las “garantías” de las palabras son énfasis fonéticos o mayúsculas “adornaticias”. Para los hombres los vocablos funcionan como “anclas clavadas en el suelo”, según opinaba el poeta Franklin Mieses Burgos. Una palabra ofensiva puede determinar la muerte de quien la profiere. En este caso, vocablo y venablo son parientes cercanos. Es una prueba de que las palabras “se toman en serio”.
Pero los poetas y científicos no sólo miran hacia “afuera”; cierran los ojos para crear objetos ideales: poemas, triángulos, círculos y números; de no ser por ellos no habría geometría, ni matemáticas, ni física atómica. Inventan palabras y conceptos que no existen fuera de sus cabezas. Al entrar en el idioma, esas palabras y conceptos viajan de cabeza en cabeza hasta volverse realidades culturales. Todo obra conjunta de imaginación e inteligencia.