Quizás las palabras sean “pequeñas seguridades sonoras” salidas del instrumento de viento que es nuestra laringe. Un jovenzuelo atrevido, en una isla del Caribe, dice: “aquí estoy, en este mundo”, para afirmar su existencia precaria mientras contempla el horror. En cambio, un muchacho rico, nacido en Viena, con un padre acerero y un hermano pianista, aprende pronto que hay dos mundos separados: el uno “extenso”, como diría Descartes; el otro “intenso” como se colige de la agitada vida de los artistas. El acero del padre sirve para construir puentes y para fabricar cañones que destruyan los puentes. Del piano del hermano brotan notas musicales que únicamente desatan emociones.
Ludwig Wittgenstein sabía, aún antes de analizar “la proposición”, que las almas de los artistas están sacudidas por tormentas invisibles que no son tropicales, que no parecen conectadas con el clima de la tierra. Su hermano Paul perdió un brazo durante la Primera Guerra Mundial. Para un pianista tener una sola mano es un hecho trágico. Varios compositores escribieron para él piezas para la mano izquierda, entre ellos Mauricio Ravel, quien compuso el Concierto para la mano izquierda en re mayor. La cultura alemana está llena de espíritus: subjetivos, objetivos, absolutos. Los primeros románticos condensaron su estética en el lema “Sturn und Drang”. El poeta Rilke escribió: “la belleza es el nacimiento de lo terrible”.
Rilke redactó su poema en lengua alemana. Los mundos de los afectos, de las visiones estéticas, de los sentimientos morales, son mundos que están fuera “del mundo exterior” al que Wittgenstein aplicaba su “tabla de verdad”. La religiosidad surge del sentimiento de dependencia, del reconocimiento de nuestra insignificancia. La lógica matemática, el ordenamiento sintáctico de la lengua, no aclaran -ni siquiera tocan- los problemas morales, estéticos, religiosos. Amor y odio están fuera de su campo teórico.
La psicología es una disciplina de las humanidades que aspira a “asentarse” en el cerebro para optar por el título de ciencia. Es posible que algún psicólogo caribeño sueñe con identificar el “bacilo de la locura”. ¿Cómo explicar que una columna dórica sea “severa”? ¿Qué una jónica sea “graciosa”? Razón tenía Wittgenstein al decir que lo importante quedaba sin tratar en el “Tractatus”, sin investigar filosóficamente.