Carta de José Rafael Lantigua a Andrés L. Mateo

Carta de José Rafael Lantigua a Andrés L. Mateo

Sus Manos.-
Muy apreciado Andrés:
Aprovecho la soledad tradicional del primer día del año -con su silencio, su paz su resaca-, para escribir algunas misivas personales, de esas que se van quedando en la agenda a causa de la agitada labor diaria y que, sin embargo, son las que más llenan a uno de satisfacción, sobre todo porque se dirigen a amigos entrañables y admirados.

Ya no puedo decir que me leo un libro de un tirón. Me cuesta hacerlo de esa forma, porque tengo menos tiempo para la lectura y la presbicia me aturde los párpados y la retina cuando después del trajín cotidiano intento en la noche, en casa, leer a mis anchas. Casi siempre termino rendido a las pocas páginas.

Por eso, tomé mi tiempo leyendo «El Violín de la adúltera». En verdad sigo con la vieja manía de leer más de un libro al mismo tiempo, y con tu novela tenía igualmente al lado tres joyas: «Los cantos de Maldoror» del Conde de Lautreamont, ícono literario que no había leído; «La ladrona de libros» de Markus Zusak, y «Vida y destino» de Vasili Grossman, en su edición definitiva, que adquirí hace algunos meses en Madrid luego de asistir a su presentación en Circulo de Lectores, con un formidable conversatorio sobre la obra entre Antonio Munoz Molina y Luis Mateo Díez. (Obviamente, sólo he conseguido acabar el primero y los otros dos esperan turno pues se trata de dos gigantes de 500 páginas el primero, y de poco más de mil, el segundo).

Y concluí «El violin.» con un entusiasmo del que terminó luego contagiándose mi mujer, que ahora lee mucho más que yo.

Desde el primer anónimo hasta el lanzamiento al mar Caribe del Diario, seguí atento aquella historia vigorosa, llevada con tan buen tino narrativo que me temo sea, tal vez, tu mejor novela. Puedo describir sin olvidos la personalidad de Néstor Luciano (guiños primeros de tu segundo nombre), y seguir paso a paso su drama en una ciudad Trujillo donde «no ocurren grandes cosas, y en los barrios vivimos una vida pequeña».

Cada personaje tiene su descripción fiel, que permite al lector conocerle, tener su retrato, su físico, sus haberes, sus desvaríos. Cada uno se introduce en su realidad para solventar sus pesadumbres, sus temores, sus desfallecimientos, y contribuir a que la historia del narrador se desangre en su propio plasma, se hunda en su propio vértice y construya su propia vorágine.

Tus giros y tus guiños, tu construcción narrativa tan certera, tus descripciones de la época, las andaduras de tus personajes, ese «orfebre furtivo que pule historias y se apropia sin piedad de las vidas ajenas», permiten disfrutar una narración tan esplendorosa como divertida, tan solemne como dolorosa por aquello que declara el narrador y que queda como una sentencia clave de la novela: «.supe lo difícil que es esquivar la vergüenza y la pena, cuando el dolor termina como maestro del alma».

Ensueños, tinieblas, hastíos, adversidades múltiples vergüenzas, cobardías, personalidades esquivas, detestables, sobre un entramado de temor y abismos, eso es tu novela, Andrés una obra que se interna en dolores distintos, en medio de un trópico que queda exaltado constantemente, a través de la descripción constante de su medioambiente. Y el verano, y agosto, y el calor tropical como un espectro que ronda la historia por todos sus meandros.

Santamaría y su paliza, Héctor J. Díaz redivivo, el maricón de carroza, triste en su andadura flamígera, los Cicilio, Margarita Dalmau, el verano, la ciudad, el poema, Tony Aguilar, Tintán o Aceves Mejía, y la mujer con el violín a cuesta como «un bicho peligroso», forman un cuadro de primicias sacudido por la violencia de un drama inédito en el que las cuitas y carencias humanas corren como un torrente de aguas vivas.

En algún lugar dejas escrita la clave de tu narración, del Diario del narrador: «.las palabras nunca llegan a describir la riqueza de la realidad, y la realidad es otra cosa cuando tú alcanzas a contarla». Tu novela describe una realidad que parte de un supuesto posible: más de una vez me contaste esta historia y de tu propósito de novelarla. Lo conseguiste, probablemente exorcizando la realidad o dejándote deslumbrar por ella. El resultado es glorioso, y dejo así escrita la frase que mejor describe tu logro narrativo.

Asiduo de tu escritura, sigo viendo tus obras, en especial mi admirada Alfonsina Bairán, como de las que merecen algún día ser llevadas al celuloide. Lo intenté, aunque hasta ahora no lo sepas bien, cuando abrí el concurso para guiones cinematográficos. Aspiraba a ver que tu novela pudiese ser «vista» alguna vez por ese otro gran público que no lee, a través de la pantalla grande. Lo hice a sabiendas de que no tenemos guionistas con luces que las conduzcan a la fama del cine. Algún día será. Mientras, tus lectores debemos sentirnos satisfechos de tu nueva novela, y festejarla como un logro fundamental de tu carrera. Esta carta no hace otra cosa que dejar patentizadas en la letra amiga estas breves consideraciones sobre » El violín de la adúltera», ahora que ya no hay páginas para reseñar los libros y decirle a los lectores nuevos o potenciales lo que ha traído tu pluma fecunda, inteligente, vivaz.

Recibe pues esta breve nota de Año Nuevo, como la expresión sincera de mi admiración por tu obra, de mi amistad invariable, de mi afecto renovado.

Salud!

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