Monseñor Ricardo Pittini fue jefe de la iglesia católica dominicana durante la tiranía trujillista. Dicho prelado le escribió a la Iglesia dominicana de entonces, su iglesia, instándola a ir de María a Jesucristo, es decir, ser menos mariana y más cristiana. Sería oportuno que el Vaticano y nuestra actual jerarquía católica pusiesen interés en estudiar de nuevo los motivos y argumentaciones del fenecido prelado, y reescribir aquella carta y enviarla al Papa Francisco. Dicha carta de Pittini al Papa Bergoglio, contendría una extensa explicación de su preocupación por el tema de la devoción a la virgen y a las vírgenes, una tradición criolla ya notoriamente exagerada en el siglo XVI, porque las manifestaciones devocionales a la que fuera “la elegida” para ser la madre del hijo del Altísimo, parecen cubrir la mayor parte del calendario devocional de la feligresía y la clerecía, dando Monseñor Pittini la idea de que María pareciera tener mayores méritos que el propio Jesucristo.
Desconocemos las motivaciones más profundas del prelado fenecido en 1961, pero basta mirar la confusión de tantos hombres y mujeres dominicanos respecto de la condición y rol de María, los santos y la santería popular y voduistas, en las que se utilizan imágenes de vírgenes y santos, fusionándolas con deidades del ocultismo, en lo que no es un inocente y simple “sincretismo cultural”, como le llaman elegantemente determinados estudiosos, sino un fenómeno sociológica, psicológica y espiritualmente complejo y problemático, de graves consecuencias para la cotidianidad de demasiados miles de dominicanos y latinoamericanos.
Es sumamente necesario releer la conocida carta de Pittini, como también el análisis de Erich Fromm sobre el tipo de relación emocional entre el individuo y la deidad en las sociedades matrilineales, en donde predomina una actitud de apego a la madre, que envuelve al individuo a una concepción religioso-espiritual según la cual ese amor materno incondicional inhibe la maduración emocional del hijo, dificultando su crecimiento espiritual y social. Contrariamente, en las sociedades patriarcales, donde Dios es varón (Fromm), el amor del Dios padre es inagotable pero conduce al individuo a cumplir reglas y pactos, propiciando que el creyente madurare emocional, espiritual y socialmente. Este raciocinio es de enorme importancia para las ciencias de la conducta en países predominantemente católicos, en los que una altísima proporción de los ciudadanos no tuvo la presencia de un papá en su hogar, o tuvo uno que no ejerció el rol satisfactoriamente. Igualmente, en sociedades en donde hasta los habituales criminales, como los sicarios adolescentes de Medellín (Vallejo), están perfectamente convencidos de que con tan solo ofrendar a la virgen, ellos serán protegidos de morir o de ser apresados.
Los trabajos de novelistas y estudiosos al respecto, nos obligan a revisar estos cultos y tradiciones, cuyo daño psicosocial es perfectamente constatable. Cultos, además, absolutamente divorciados de las más auténticas prácticas católicas y de las escrituras del antiguo y nuevo testamentos. Quiera usted, Papa Francisco, ponerle caso a Monseñor Pittini. Y que Dios padre, hijo y Espíritu Santo lo siga iluminando y preservando de todo mal.