Carta de una maestra a los maestros

Carta de una maestra a los maestros

En el caso de un libro sobre la tarea educar, empero, el optimismo me parece de rigor: es decir, creo que es la única actitud rigurosa. Veamos: tú misma, amiga maestra, y yo que también soy profesor y cualquier otro docente podemos ser ideológica o metafísicamente profundamente pesimistas. Podemos estar convencidos de la omnipotente maldad o de la triste estupidez del sistema, de la diabólica microfísica del poder, de la esterilidad a medio o largo plazos de todo esfuerzo humano y de que nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir. En fin: lo que sea, siempre que sea descorazonador. Como individuos y como ciudadanos tenemos perfecto derecho a verlo todo del color característico de la mayor parte de las hormigas…pero en cuanto educadores no nos queda más remedio que ser optimistas…Y es que la enseñanza presupone el optimismo tal como la natación exige un medio líquido para ejercitarse. Quien no quiera mojarse, debe abandonar la natación; quien sienta repugnancia ante el optimismo, que deje la enseñanza y que no pretenda pensar en qué consiste la educación. Porque educar es creer en la perfectibilidad humana, en la capacidad innata de aprender y en el deseo de saber que la anima…en que los hombres podemos mejorarnos unos a otros por medio del conocimiento…Los pesimistas pueden ser buenos domadores pero no buenos maestros…. Fernando Savater…El Valor de educar.

Queridos Maestros:

Como cada 30 de junio se celebra en nuestro país el Día del Maestro. De nuevo escucharemos las reiteradas alabanzas sobre la labor que desempeñamos, para esconder de nuevo el discurso en los siguientes 364 días, para ser retomado de nuevo el próximo año.

Mientras esperamos la llegada de la nueva celebración, transcurrirán los días de agotadoras jornadas laborales, haciendo de tripas corazón para poder cumplir con los muchos roles. A veces enseñando lo que no saben, lo que no estudiaron, lo que le obligaron, o, sencillamente, porque era la única vacante existente, y la necesidad es la madre de muchas osadías.

Soy maestra, es parte de mi signatura vital. Lo he dicho, decidí ser maestra antes de tener conciencia de mi propia existencia. Y lo he sido por más de 45 años. Comencé siendo una adolescente. Y todavía hoy sigo en las aulas. Pero he tenido la suerte de no haber tenido que recorrer largos caminos para llegar al espacio maltratado que llaman aula, desbaratado, sucio y lejano, a fin de enseñar a niños hambrientos y descalzos. Tampoco tengo las preocupaciones vitales de la subsistencia. He sido, lo reconozco, una maestra con privilegios.

Reconozco también que no he tenido que vivir las peripecias de los maestros del sector público. Creo sin embargo, a pesar de los salarios, todavía insuficientes a pesar del aumento, que asumir la labor de educar es una gran responsabilidad. No debe ser visto como una forma de subsistencia, sino, y aquí quizás asumo la visión tradicional, de que para ser maestro se necesita vocación, pasión y compromiso.

Los maestros tenemos que tener conciencia de que esculpimos la mente y el espíritu de los seres que por el azar de la vida, son colocados en esos pequeños espacios llamados aulas. Sin quererlo, a veces sin saberlo, influimos en los corazones de algunos, y, sin quererlo también, a veces nos ven como sus modelos a seguir. Una gran responsabilidad que sobrepasa nuestras expectativas.

Ser maestro en el siglo XXI no es una tarea fácil. En un mundo en el que la información está contenida en el espacio cibernético, ya no tenemos necesidad de aprender muchas cosas para luego poder transmitirlo a los jóvenes.

Tenemos que estar consciente que ser docente, ojo, no dije maestro, es algo más profundo y hermoso, dije docente, profesor, lo que sea, no maestra, sigue siendo un trabajo difícil, no es sencillo. Como seres humanos que somos también estamos presos del ensayo y del error. En nuestra labor cotidiana orientamos, contestamos las preguntas y dudas que podemos.

Ser maestro es algo más que lograr que los alumnos aprendan una u otra información de las asignaturas que están obligados a cursar. Ser maestro es también ser orientador en sus problemas vitales. Es acompañarlos en sus momentos de dudas e inquietudes, más allá del puro saber científico. Es rodearnos de paciencia para escuchar. Es dejar a un lado nuestras propias vidas y sus dramas para ayudar a esas almas jóvenes que necesitan orientación.

Quizás estoy pidiendo demasiado, cuando se tienen tres tandas para sobrevivir, cuando se tienen tantos alumnos que a veces es difícil saber siquiera sus nombres, cuando dejas en la casa miles de problemas no resueltos.

Pero, y de eso estoy más que convencida, la labor docente es una labor especial, y los hombres y mujeres que asumen esa tarea, sin importar el salario percibido, tienen, tenemos, una responsabilidad muy grande, trascendente y vital.

Y sin embargo, y eso lo he constatado desde hace tiempo en mis labores en la formación de docentes, el espíritu y el amor se ha perdido, los docentes, no los maestros, se ven a sí mismos como asalariados, y que su responsabilidad es la de cumplir un horario para percibir la paga correspondiente. Solo en algunos, muy pocos por cierto, he visto el amor y la pasión por la enseñanza, mucho menos la ilusión y el optimismo en sus rostros. Han perdido la capacidad de soñar, pero sobre todo la conciencia de que su labor es transformadora y una apuesta al futuro.

En este Día del Maestro, te invito a soñar, a seguir luchando por un mundo mejor, a recuperar la labor magisterial como un acto de amor y de compromiso. Te invito también a seguir enarbolando la bandera de las reivindicaciones para luchar por mejores condiciones laborales, pero sin olvidar la esencia de lo que haces: trabajar para el futuro, trabajar por un mundo mejor, trabajar con y por la esperanza.

Finalizo esta carta como la inicié con una hermosa cita de Savater:

La educación es valiosa y válida, pero también que es un acto de coraje, un paso al frente de la valentía humana. Cobardes o recelosos, abstenerse. Lo malo es que todos tenemos miedos y recelos, sentimos desánimos e impotencia y por eso la profesión de maestro –en el más alto sentido del término, en el más humilde también- es la tarea más sujeta a quiebras psicológicas, a depresiones, a desalentada fatiga acompañada por la sensación de sufrir abandono en una sociedad exigente pero desorientada. De ahí nuevamente mi admiración por vosotros y vosotras, amiga mía. Y mi preocupación por lo que… nos debilita y desconcierta…acompañar a quienes se lanzan valientemente a este mar perplejo de la enseñanza y también y suscitar en el resto de la ciudadanía el debate que a todos pueda ayudarnos.

Con el mejor deseo de que, a pesar de las limitaciones y problemas, asumamos el rol que hemos elegido con el compromiso, el optimismo y la pasión que esta sociedad a gritos nos pide que ayudemos a transformar. Recordemos que la educación es el futuro de nuestros pueblos.

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