¿Carta del presidente Sarkosy
al presidente Fernández?

¿Carta del presidente Sarkosy<BR>al presidente Fernández?

PEDRO PADILLA TONOS
Cuando el pasado 16 de mayo Nicolás Sarkosy tomó posesión de su cargo como presidente de Francia, se dirigió a sus compatriotas diciéndoles que sentía que habían depositado en él una exigencia tan fuerte que no tenía derecho a decepcionar: «La exigencia de respetar la palabra dada y cumplir los compromisos; la exigencia moral, porque nunca la crisis de los principios ha sido tan profunda; la de rehabilitar los valores del trabajo, esfuerzo, mérito, respeto; los de tolerancia y apertura, porque nunca la intolerancia y el sectarismo han sido tan destructores; y promocionar los del cambio, porque nunca el inmovilismo ha sido tan peligroso en un mundo en plena mutación en el que cualquier retraso puede ser fatal».

También se refirió a la necesidad de «seguridad y protección, porque nunca ha sido tan necesario combatir el miedo al futuro y de orden y autoridad, porque hemos cedido demasiado al desorden y a la violencia».

Y, fiel a su promesa de no decepcionar, mencionó «la exigencia de los resultados, porque los franceses están hartos de que nada mejore en su vida cotidiana». Para todo ello, el nuevo jefe de Estado francés insistió en la «necesidad de la ruptura, a la exigencia de romper con los comportamientos del pasado, con el conformismo intelectual, porque los problemas a resolver nunca han sido tan inéditos. El pueblo francés rechaza el conservadurismo, no quiere que decidan por él».

En pocas palabras, en su primer discurso dirigido a la nación, el presidente Sarkosy asumió el compromiso de responder a la voluntad de cambio de la sociedad francesa: «El pueblo me ha confiado un mandato. Yo lo realizaré».

Leyendo y releyendo los pasajes de ese discurso, me ha dado la impresión y me ha surgido la pregunta de si más bien no se trata de una carta que el presidente Sarkosy ha dirigido al presidente Fernández, aconsejándole que respetara la palabra dada y cumpliera los compromisos asumidos con el pueblo dominicano durante la campaña electoral que lo llevó al poder; a que acabara con la intolerancia y el sectarismo que caracterizan al gobierno del PLD; a que promocionara el cambio y dejara el inmovilismo para evitar el retraso que se percibe en todos los sectores y en toda la geografía nacional; a que ofrezca seguridad y protección a sus conciudadanos a través del orden y la autoridad, frente a una creciente y peligrosa delincuencia que intimida y castiga a toda la ciudadanía; a que exhiba reales resultados, no los que pregonan sus funcionarios y comunicadores pagados en la prensa y demás medios de comunicación, porque el pueblo dominicano ya está harto de que se le mienta, que nada mejore en su vida cotidiana y de que decidan por él; a romper con los comportamientos del pasado, comenzando por el presidencialismo providencial, con el culto a la personalidad, con la corrupción, el clientelismo, el nepotismo y con los viejos vicios heredados del pasado y los nuevos adquiridos en el presente, que están carcomiendo a toda la sociedad dominicana.

En fin, a cumplir y a realizar con el mandato que le ha confiado el pueblo para este período de gobierno de cuatro años y no para pretender postergarlo buscando una reelección que no ha recibido siquiera la aprobación de una parte importante de su propio partido; que no garantiza que en un nuevo mandato no se dará al pueblo más de lo mismo; que provocará una situación aún más precaria en el país con el uso de los recursos públicos en una campaña electoral, reeditando así los comportamientos del pasado de los que habla Sarkosy, en lugar de aprovechar el tiempo restante para satisfacer las necesidades y prioridades nacionales que reclama el pueblo dominicano.

Estoy seguro que de recibir esa carta del presidente Sarkosy, el presidente Fernández le contestaría afirmando que él es el único capaz de dar institucionalidad, progreso y modernismo a la República Dominicana y le invitaría a visitar nuestro país, para que personalmente compruebe el paraíso en que vivimos y que su gobierno ha creado, con el lujo de FUNGLODE, fundación que él preside y que deja estupefactos inclusive a los jefes de Estado que la visitan; con el mayor crecimiento económico del mundo,  según las fantasiosas cifras que ofrece nuestro Banco Central ; con el bienestar nacional que se aprecia en el hecho de que los funcionarios y allegados del gobierno forman una de las castas entre los más ricos del mundo, con sueldos que sobrepasan por mucho a los del propio Sarkosy, con yipetas y automóviles de lujo que no existen en Francia, con incontables viajes al exterior en condiciones privilegiadas en una imaginaria procura de inversiones extranjeras que nunca se ven  todo ello fruto honesto del trabajo sin ningún asomo de corrupción  y a la vez procuraría convencerle de que la pobreza del pueblo dominicano, su falta de educación, de salud, de alimentación, de energía, de servicios públicos, de empleos, el derroche sin límites, no son más que críticas infundadas de una oposición política sin rumbos, y pretensiones de un pueblo que siempre ha vivido en esas condiciones, heredadas por su gobierno, el cual se encuentra aún estudiándolas y evaluándolas en conferencias y seminarios  después de haber transcurrido tres años de gobierno  para tratar de ver si puede cambiarlas en los otros cuatro años y quién sabe más de gobierno que él pretende, dependiendo de lo que establezca la nueva Constitución de la República que él persigue y patrocina.

En fin, el presidente Fernández, a fin de terminar mostrando a Sarkosy el paraíso en que se vive en la República Dominicana  en el mundo imaginario con el que él sigue soñando  y del cual no forman parte los pueblos del interior del país ni los barrios marginales de las ciudades, con comunidades carentes de sus más fundamentales prioridades y envilecidas en su dignidad humana, lo invitaría a pasear, en el trayecto hacia el aeropuerto para su retorno a París, por la avenida George Washington, para mostrarle el proyecto de la Isla Artificial y por la avenida Máximo Gómez para que se maraville de la construcción del Metro, su soñada obra maestra, señalándole con su delicada diplomacia que la misma no tiene nada que envidiar a la Torre Eiffel y antes de que el presidente Sarkosy suba al avión, al despedirlo le diría: «Mi querido Presidente y amigo, ojalá que usted en Francia pueda decirle a los franceses como yo digo a los dominicanos con todo orgullo: «E pa’ lante que vamos». Eso, ya de antemano, le aseguraría su reelección.

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