Carta devuelta al remitente

Carta devuelta al remitente

FEDERICO HENRIQUEZ GRATEREAUX
henriquezcaolo@hotmail.com
Medialibra entró en la cafetería y fue derecho hasta la barra. – Azuceno, tengo que hablar contigo. – ¿Qué pasa, tienes algún problema? – No; ninguno; quiero informarte que en la Unidad se ha recibido una carta de Alemania para el doctor Ubrique. La envía una señora llamada Panonia. – ¿Qué dice la carta? – No la he leído completamente; solo pude mirar los primeros párrafos y la firma.

El director de la Unidad la tiene en su escritorio y no la suelta; después de lo que ocurrió con el periodista dominicano, todo lo que se refiera al húngaro se ha vuelto asunto peligroso. No me atrevo a copiarla; podría perder mi empleo. La carta es de una mujer amiga del doctor Ubrique. El apellido de ella es rarísimo. No creo que sean de la misma familia. Tal vez sea una novia que nuestro amigo dejó en Europa. – Oye, Medialibra; esta semana hemos hablado con un español que viene a Cuba cada tres meses; en realidad, tiene el encargo de Ladislao Ubrique de hacer los trámites legales para la salida de Lidia. Lo más probable es que yo también logré salir del país. Tú sabes que Lidia es mi hermana; te consta que la quiero como a nadie más. Yo no le doy disgustos a Lidia por nada del mundo.

– Yo tampoco deseo hacer sufrir a Lidia. El doctor Ubrique siempre me trató con tanta gentileza que no lo puedo olvidar; los funcionarios de la Unidad nunca tienen buenos modales con los empleados menores del archivo. Pero el doctor Ubrique es un hombre superior; ningún extranjero residente me había tratado de esa manera en toda mi vida. – ¿De qué serviría que Lidia supiera que el húngaro tenía una novia, una amiga íntima o una amante? Ladislao Ubrique y Lidia Portuondo se conocieron en Cuba. Siempre quise que se juntaran. ¡Hacen una pareja maravillosa! ¡Ay no, aquí no traigas la carta; no quiero saber lo que dice; ni quiero que lo sepa Lidia! Aunque sean amores viejos y la curiosidad me mate, no voy a leer la carta.

– Yo no sabía que Lidia estaba en eso de salir de Cuba. – Ella quiere estar donde esté su hombre… y si el hombre la manda a buscar. – Parecía que el húngaro era feliz con la mulata. – ¡Y como no, Medialibra; Lidia es una mujerota tremenda! – Azuceno, estoy muy agradecido por las atenciones del doctor; lo que sea bueno para él y para ustedes dos, será satisfactorio para mí. He venido donde ti porque no tengo confianza con Lidia. ¡Santo remedio, no hablemos más de la carta! Estoy seguro de que el director mandará una copia de la carta a la Seguridad del Estado; el original será entregado en la oficina de correos para que sea devuelto con el cuño: “destinatario desconocido” Pensé que podría ser útil conocer el contenido y ver la dirección del remitente. Hasta ahora he fracasado en las dos cosas.

– Dijiste que habías visto los primeros párrafos. – No muy bien, Azuceno. Solo di una ojeada. Me aterraba la idea de que me atraparan en un lío internacional tan gordo. Creo que la mujer lo recriminaba por ser infiel a sus compromisos de trabajo, por traicionar su vocación; decía algo sobre la inmoralidad de los escritores. Tal vez yo estaba muy nervioso ese día; el caso es que no pude leer en paz. No quiero llamar la atención de los empleados de la limpieza.

– Lo que yo no quiero, Medialibra, es pasarme la vida en está cafetería; tengo   ocho años trabajando aquí. Lo único que poseo es un par de bicicletas. Ambas construidas con pedazos recogidos en el taller de Anacleto. Duermo en un cuarto lleno de escombros y botellas vacías. Todos los días inventan regulaciones nuevas. Ahora las bicicletas no pueden mantenerse encadenadas en las puertas de las casas. Hay que colgarlas del techo, dentro de las habitaciones; o engancharlas en las paredes. El doctor Ubrique hablaba de un país de Europa donde el pueblo decía: “aquí lo que no está prohibido es obligatorio”. No me lo dijo a mi; en realidad se lo contó a Lidia; y Lidia me lo contó a mi. Además, no deseo ir a parar a un campo de trabajo para reformas de la conducta. – Ojalá que la Virgen del Cobre ayude al húngaro a hacer algo por ustedes dos. – ¿Tu no sabes que Lidia y el húngaro fueron juntos al santuario de la Virgen de la Caridad? Ellos viajaron a Santiago de Cuba. También consultaron al babalao. Sabemos que él está ahora en Santo Domingo; no se quedó en los Estados Unidos, como creen en la Unidad de Investigación. Es lo que dicen los empleados que vienen a la cafetería. – Azuceno, debo regresar a mi trabajo. Medialibra estrechó la mano del camarero con efusión. Antes de salir le puso la mano sobre el hombro, afectuosamente. La Habana, Cuba; 1993.

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