Cartas

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La Paz
Señor director:
En días anteriores, leyendo sobre el proceso de legalización de los inmigrantes en España, cayó en mis manos un interesante artículo sobre la importancia que está asumiendo la tesis sobre un fuerte renacimiento urbano.

Por primera vez en la historia, la mayor parte de la población mundial vivirá en lo que se define como áreas urbanas. Actualmente un 40% de la población de los países en vías de desarrollo vive ya en ciudades. En el 2020, se prevé que este porcentaje se haya elevado hasta el 52%. El desafió más importante se dará en Asia y Africa. En el 2015, 153 de las 358 ciudades con más de un millón de habitantes estarán en Asia y de las 27 megaciudades con más de 10 millones de habitantes, 15 estarán también en Asia con una previsión de población cercana a los 20 ó 30 millones de habitantes.

Esta intempestiva de crecimiento y concentración de la población en áreas urbanas, no hará más que acrecentar los actuales problemas de convivencia que existen entre los ciudadanos del planeta, ejerciendo una presión creciente sobre los gobiernos locales y sobre su capacidad de gestión.

Todo ello puede plantear de forma colateral un importante problema de fondo que hace referencia a la pérdida de la propia identidad colectiva y cultural como resultado del fuerte proceso de globalización. En este sentido cabe destacar una nueva tendencia que aboga por una estrategia innovadora basada en el concepto de «glocalización» donde, como dice el profesor Gregorio Iriarte, se sustituye la «b» de bárbaro por la «c» de corazón.

La globalización, implica potenciar el papel de los gobiernos locales en el proceso de definición de sus políticas sin perder de vista su implicación y posicionamiento en relación a los referentes globales. De alguna forma podríamos decir que la «glocalización» ha creado una aparente paradoja por la cual la sociedad se está volviendo más global y más local al mismo tiempo.

Esta necesidad de pensar globalmente y actuar localmente no hace más que alentar la crisis que está viviendo el concepto de territorialismo, donde lo social, lo económico y lo política ya no pueden circunscribirse únicamente a un espacio físico; y esa pérdida de referencia al territorio, nos provoca una fuerte inseguridad y desconcierto.

Si el territorio pierde su sentido, podemos dar un salto y vacío y quizás nos daremos cuenta de que el concepto de riqueza o poderío económico y militar que se sustenta sobre la idea de territorialismo, también perderá sentido a favor de un nuevo tipo de riqueza que puede acompañar a la «globalización» y que podríamos denominar riqueza social. Un tipo de riqueza compuesta por la calidad humana de todos y cada uno de los individuos que componen una familia, un barrio, una ciudad o una comunidad.

El nivel de desarrollo de nuestra sociedad deberá traspasar los parámetros de lo meramente material -eficiente- inmediato y sustentarse también sobre aspectos más inmateriales -fecundos- a largo plazo, como son: la capacidad de convivencia, el respeto y la promoción del otro, el diálogo, el entusiasmo, la creatividad, la capacidad de compartir y como eje transversal de todos esos valores: la paz.

Aumentar nuestro nivel de riqueza social y potencial un mayor nivel de compromiso más local con nuestra comunidad y a la vez más global con la humanidad nos permitirá probablemente, afrontar con mayor garantías, un proceso de desarrollo de nuestra sociedad más armónico y pacificador.

La Carta de la Paz (www.cartadelapaz.org) es sintónica con el concepto de «globalización». Desear la paz globalmente y a la vez actuar y comprometerse localmente con ella, es lo que hace posible pasar de la teoría a la práctica en nuestra labor como personas constructoras de paz.

Atentamente,
David Martínez

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