Cartas

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Presidencia e institucionalidad
Señor director:

Recientemente el Presidente “de todos los dominicanos” lanzó su grito de guerra política con el objetivo de compactar, cohesionar y aglutinar fuerzas alrededor de su bien posicionada figura política. Esto lo hizo desde una chinchorrera partidaria que empequeñece su imagen política, razón por la cual sus manejadores de imagen debieron hacerlo reaccionar.

Fíjense que  usé comillas sólo para resaltar que con el inicio de esta batalla declarativa el jefe de Estado está actuando más como dirigente político que como gobernante de todo el país.

Desde el momento en que Leonel fue elegido como presidente por expresa mayoría de la voluntad de los dominicanos, en cierto modo se convirtió en árbitro nacional. Y lo que se espera de un buen arbitraje es neutralidad, justicia  y  equidistancia.

Ya el Leonel presidente de la nación debe ser algo distinto al Leonel presidente del Partido de la Liberación Dominicana. Como máximo dirigente del PLD pertenece a esa demarcación partidista. Pero como Jefe de Estado se debe a todos los dominicanos, independientemente de banderías políticas.

La preservación de la institucionalidad democrática reclama salvaguardar la figura presidencial del uso faccioso de las funciones, recursos y responsabilidades gubernamentales. Nuestro presidente, que se precia de institucionalista debe estar al corriente de esto.

Por eso, lo correcto institucionalmente sería que nuestro presidente hiciera suyo el espíritu de las afirmaciones del presidente electo de Bolivia, Evo Morales,  cuando dijo: “Ahora, ya no se trata de ganar sino de gobernar… y luego no de gobernar, sino de satisfacer las demandas de la gente”.

Pero parece que el doctor Leonel Fernández prefiere inclinarse por lo “políticamente correcto” ante que respetar la institucionalidad de su cargo.

¿Cuál es el problema de que la cabeza de la administración pública se comporte más de acuerdo con lo primero que con lo segundo? El problema es el país que se toma como rehén de este dilema.

Cuando el Ejecutivo se aparta de sus atribuciones fundamentales, pueden ocurrir graves distorsiones institucionales y un relajamiento de la investidura presidencial que afecte su legitimidad y respeto. Puede pasar  que este cruce de papeles termine definiendo partidas presupuestales y políticas económicas orientadas al clientelismo.

También, de aquí se derivaría un gran desbarajuste administrativo al confundir el presidente sus funciones con la del político laxo que utiliza al Estado como arma contra el adversario. En este sentido, el presidente podría ser blanco directo de los más fieros ataques verbales y políticos,

perjudicándose el ambiente de armonía, orden, gobernabilidad y negociaciones con los demás poderes del Estado donde sus oponentes se atrincherarían.

De esta manera, nuestra vida republicana se contaminaría de ése virus de sospechosismo y conjuras imaginarias  que deterioran todo el quehacer nacional. Todo lo que hiciera o dejara de hacer el jefe del Poder Ejecutivo se consultaría con los oráculos de la política para descubrir fines ulteriores.

Puede ser que el Presidente se sienta tentado a sacarle capital político a su alta aceptación pública que reflejan las encuestas. Sobre todo, después de la declaración de intenciones de alianza electoral entre reformistas y perredeístas. Pero aún en este supuesto, por experiencia personal debe saber que los buenos bonos de su imagen nunca han sido transferibles al partido ni a sus candidatos, por lo cual se expone a cosechar derrotas políticas que contribuirían a presentarlo como “perdedor” de cara a sus posibles intentos reeleccionistas.

Si bien resulta ilusorio  pretender que el Presidente se abstraiga de sus condiciones políticas, no es menos cierto que  el primer mandatario puede hablar “políticamente” con acciones y obras de gobierno… y hasta con publicidad de las mismas. Así se ve más elegante y menos objetable.

Por todo lo cual, el jefe del Capitolio, debería delegar la enconada lucha partidista en el aguerrido Secretario General del PLD y demás mariscales peledeístas, resguardando su gran investidura de las pasiones desbordadas.

A Leonel los elegimos para que gobierne para todos los dominicanos, no para que descuide sus delicadas funciones haciendo travesías proselitistas que agravan la degradación institucional que hoy padece el país. Esperamos que el Ejecutivo de palacio sea un promotor de la institucionalidad que abre cauces para el desarrollo y no otro infractor más de los valores ligados a la misma.

Atentamente,

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