Cartas

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Cuba para sociólogos
Señor director:

El objetivo de este comentario es destacar, en apretada síntesis, una pregunta que suele ser relegada a segundo plano debido al apasionamiento del debate acerca del futuro de la revolución cubana: ¿Qué tipo de sistema socioeconómico desearían los cubanos de a pie?

Una transición – cambiar un modo de ser o estar a otro distinto – significa un cambio cualitativo en términos de desarrollo. Y para que se produzca ese cambio de calidad deben confluir tres aspectos que lo motoricen: una mayoritaria voluntad popular de inconformidad con el estado de cosas presente, un sentido claro acerca del punto de destino y el surgimiento espontáneo de actores que protagonicen el tránsito proyectado. ¿Confluyen hoy esos tres componentes en el contexto cubano?

Existe una inconformidad mayoritaria con la escasez de alimentos, vestuario, medicinas y con la falta de perspectivas para la adquisición de una vivienda, así como con la imposición del mercado interno en divisas; igualmente hay descontento con la falta de libertad para el desarrollo pleno de formas de economía no estatal vinculadas como subsistema a la macroeconomía nacional. Hay también, aunque todavía minoritaria, fragmentada y penetrada por la policía política, una oposición pacífica que identifica en la naturaleza totalitaria del régimen las causas de las limitaciones antes mencionadas. Es decir, la mayoría inconforme y la minoría disidente tienen en común el padecimiento de la escasez, la participación en el mercado negro como recurso inevitable de subsistencia y el usufructo de las gratuidades sociales que el sistema provee. Los diferencia la perspectiva del futuro político.

Tampoco se atisba claridad acerca del punto de destino deseado: la concepción de un modelo sustituto, pues en la conciencia del ciudadano de a pie se idealiza un sistema híbrido que preserve los beneficios sociales del proyecto actual, combinados con mayor libertad económica.

La percepción del cubano residente en la isla es que un itinerario hacia ese soñado modelo híbrido exige la desconstrucción del actual modo de relación Estado-sociedad donde metafóricamente el Estado es el motor y la sociedad el side car acoplado lateralmente. La gente desea superar el modelo de Estado asistencialista y sobreprotector que constriñe el despliegue del potencial intelectual y productivo (capital humano) formado dentro de la revolución para poder retribuir plenamente sus beneficios a la sociedad. El actual modo de vinculación Estado-sociedad es un ejemplo de cómo al sistema lo limita su propio rigor, pues reproduce el círculo vicioso de empleos sin incentivos, embarga la iniciativa creadora y acomoda al ciudadano, al colectivo laboral y a la sociedad en general, bajo la sombra de la improductividad; acostumbra a la gente a «recibir» sin esfuerzo y, paradójicamente, es fuente generadora del mercado negro, ese espacio subyacente donde las necesidades primarias de la subsistencia cotidiana pugnan con los valores morales que la sociedad encarna.

Pero por otro lado se considera que si la alternativa al régimen cubano actual es el calco de las democracias latinoamericanas, es improbable que cinco generaciones beneficiarias de prestaciones estatales gratuitas, durante 47 años, se resignen a perderlas frente a presuntas privatizaciones en sectores percibidos como estratégicos para el bienestar social. El apasionamiento del debate hace olvidar que es justamente en la esfera de las prestaciones sociales donde el sistema exhibe su mejor rostro y donde reside la cimentación del consenso popular; donde se legitima la gobernabilidad. Ese derecho adquirido de prestaciones gratuitas -y la conciencia política que de ellas tiene mayoritariamente la población- esencialmente son la revolución cubana. De manera que cualquier escenario de análisis debe considerar la variable prestaciones sociales como premisa de la futura gobernabilidad, pues están enraizadas en el pensamiento popular porque forman parte de su propiedad personal.

Otro factor a tomar en cuenta es la existencia de unas fuerzas armadas cohesionadas en torno a un proyecto sociopolítico y a sus líderes, altamente ideologizadas, fundidas con la población y educadas bajo férreos principios de austeridad y anti corrupción, por lo cual gozan de aceptación y confianza popular. Los analistas del porvenir cubano debieran considerar la paradoja de una sociedad civil con suficiente cultura política como para criticar las limitaciones materiales y trasegar en el mercado negro, de supervivencia, pero al mismo tiempo defender aquellas gratuidades metabolizadas por un sentimiento de beneficio.

Lo antes observado permite indicar que el actor principal de una transición futura es la opinión pública cubana, que junto a las fuerzas armadas intentará garantizar el usufructo de las prestaciones sociales, abriendo en su momento un nuevo escenario caracterizado por la eliminación de algunas prohibiciones económicas vigentes hoy, así como por cierto grado de descentralización estatal y por la representación parlamentaria de una oposición consentida, complaciendo de ese modo a sectores populares mayoritarios que reclaman con convencimiento: dejen el sistema pero extirpen el rigor.

Atentamente,
Enrique Soldevila

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