Cartas al director

Cartas al director

Señor director:
En la sociedad dominicana de hoy son pocos los intelectuales que pueden asumir y defender públicamente posiciones verdaderamente renovadoras, porque la política lo ha permeado todo, hasta la capacidad de asombro. La corrupción, el irrespeto a la disensión y hacia la vida misma parecen asuntos del diario vivir.

Muchos de nuestros intelectuales están atrapados por su compromiso con las instancias oficiales, en una asociación indisoluble entre su accionar y sus posturas públicas. La causa de ese comportamiento hay que buscarla en un apremio de subsistencia material, que está ahogando la libertad del individuo. Cuando esto pasa en una sociedad, se produce un estado de estancamiento del enriquecimiento espiritual y una especie de embobamiento de las posibilidades de abstracción para comprender la problemática social en su conjunto.

El principal problema de la República Dominicana no es sólo la grave crisis económico-social que padece, caracterizada por la pérdida del poder adquisitivo, desempleo, carestía de los alimentos y el alto costo del dinero, sino su gran desesperanza en el futuro y la desconfianza en sus líderes políticos. Aún más grave que esa lacerante situación es la falta de comprensión real de la magnitud del problema y sus consecuencias, a corto y largo plazo. Las élites sociales, salvo contadas excepciones, tampoco han hecho una reflexión seria sobre la coyuntura actual. Las pocas voces que han venido reclamando un cambio en el accionar público para evitar una crisis como la que afrontamos, han ido a dar contra un muro, sin eco de retorno. Entre esas pocas voces están las de Padre José Luis Alemán, Bienvenido Alvarez Vega,Guillermo Piña Contreras, Bernardo Vega, José Israel Cuello y Federico Henríquez Gratereaux e instituciones como Participación Ciudadana y Cenantillas, entre otras.

Las posiciones adoptadas por los hombres de pensamiento enquistados en el poder frente a determinadas problemáticas siempre han sido un tema harto difícil, al tratar éstos de defender su independencia de criterio, mientras los políticos reclaman su lealtad. Esta situación los coarta y les impide asumir posturas públicas que resulten conflictivas al poder, por la razón de que pocas veces podemos hacer planteamientos críticos que favorezcan a la mayoría, sin molestar a las instancias gobernantes.

Los intelectuales del presente se han dejado seducir y atrapar por el poder y el espectáculo político, entumeciendo así su capacidad de análisis y de pensamiento. Ya en 1924, Ortega y Gasset en su ensayo «La Reforma de la Inteligencia» advertía que «siempre que el intelectual ha querido mandar o predicar se le ha obturado la mente». Al filósofo español le parecía grave que los intelectuales quisieran ocupar el lugar de los gobernantes. Siempre que aquellos no han sabido renunciar a la tentación de mandar -y participar en el poder es una forma de mandar-, la inteligencia ha perdido en la empresa. «Cuando se quiere mandar -observa Ortega y Gasset- es forzoso violentar el propio pensamiento y adaptarlo al temperamento de las muchedumbres. Poco a poco las ideas pierden rigor y transparencia, se empañan de patética». [1]

Es hora de que el intelectual se repliegue, como proponía Ortega y Gasset, para reencontrarse a sí mismo y recuperar su capacidad de pensamiento y cuestionamiento del poder político. Pero también es el momento de que se replantee la cuestión fundamental que anonada a los dominicanos: la calidad de la educación. No es posible tener una sociedad con un cuerpo social sano, si sus individuos carecen de la capacidad suficiente para reflexionar y llegar a conclusiones que no estén moldeadas por la consigna del ágora política; o peor aún por el clientelismo y el populismo, ideología del oportunismo predominante en los colectivos sociales, especialmente en los partidos políticos.

El principal peligro que acecha a los dominicanos de hoy es la ignorancia, que se profundiza por la elevada tasa de deserción escolar y un deterioro de la calidad de la enseñanza media y superior que raya en la imbecilidad, salvo la impartida en costosos centros académicos a los que sólo tiene acceso una minoría.

Lo que acabamos de expresar evidencia que en República Dominicana hay dos sistemas educativos: uno que forma élites dirigenciales con una vocación más gerencial que humanista y otro que educa individuos con grandes limitaciones conceptuales, que les impiden formularse las inferencias necesarias para comprender que les corresponde un rol social que va más allá del que le asignan las élites. Es decir, contrario a lo que sucedía en décadas pasadas en que la calidad de la educación era igual para los diferentes estratos sociales, hoy unos son formados para gerentes y otros para ser profesionales técnicos al servicio de los primeros.

La existencia de dos sistemas educativos desiguales en calidad, conlleva a que prevalezcan dos sociedades desiguales: una con sus máximas aspiraciones resueltas (recreación, ocio, confort, viajes, etc) y otra que subsiste tratando de solucionar sus necesidades básicas (vivienda, alimentación, salud y servicios, etc).

La experiencia evidencia que las naciones que han logrado mayor desarrollo económico-social, lo que quiere decir que han reducido las desigualdades sociales y mejorado la calidad de vida y de satisfacción de sus ciudadanos, son aquellas que destinan una alta inversión a la educación. Ahí está el caso de Japón, Taiwán, Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Suiza y los Países Nórdicos, para demostrarlo.

Es, pues, el acceso a la enseñanza útil para la vida la que proporciona mayores posibilidades de libertad de pensamiento, satisfacción material y espiritual al ciudadano; y no el grado de participación en lo que Murray Edelman llama «la construcción del espectáculo político», que adocena y entumece la inteligencia como fuente del conocimiento verdadero. Es la libertad de pensamiento la que conduce al conocimiento, y éste a su vez es el que nos abre el camino para reencontrarnos como sociedad hecha de historia, proyectada hacia el futuro. Un reto similar enfrenta el intelectual de hoy: zafarse de las amarras del poder político, para recuperar su libertad de pensar y cuestionar.

[1] (Apuntes sobre el Pensamiento. Pág. 78. editorial El Arquero. Madrid, 1975).

Atentamente,

Publicaciones Relacionadas

Más leídas