Cartas al director

Cartas al director

[b]Señor director:[/b]

Asumo que el párrafo de la Coctelera sobre Trujillo y «una ciudad sureña que no quería saber mucho de los negros» es Baní; y si es así, ese acto de Trujillo fue en revancha.

Por los años del 1913 ó 14 -el año depende de cuándo se instaló en Baní el telégrafo inalámbrico- Manuel M. Soñé era el telegrafista encargado de esa oficina. Un día vino a esa oficina un joven bien vestido y entregó a Soñé un oficio que nombraba como su asistente a Rafael L. Trujillo M.

Los jóvenes se hicieron inseparables amigos. Juntos iban a las misas de domingo, a saraos familiares, al balneario de la piedra del Chivo del Río Guerra.

Luego, Soñé solicitó para Rafael una membresía en el Club Social de Baní y una noche lo llevó a un baile en el club. Parece cierto que algunas de las damitas asistentes al baile desairaron a Trujillo. Mi padre bailaba con su novia y al ver a Rafael de pie, solitario en un extremo del salón, vino hacia donde el joven estaba. «¿Qué pasa, Rafael?» le dijo, «mira, esta joven es Candita Ortiz, mi novia. ¿Quieres bailar con ella?» Y mi madre bailó el Danubio Azul con el futuro dictador.

Días después, la solicitud fue rechazada por la directiva del club y Trujillo se fue de Baní para no volver más hasta que no fue presidente. Alguien dijo a Soñé que esa experiencia había sido una dolorosa espinita en el corazón de Trujillo por mucho tiempo.

Tan pronto fue presidente de la República, Trujillo a menudo venía a Baní a fiestar. Después de su enfermedad de ántrax, en su primera visita al pueblo sus amigos le rindieron un recibimiento caluroso: actos en el Ayuntamiento, un tedéum, música en las calles y por último un pasadía bailable en la residencia de la cacica del pueblo.

Había guardias en todo el barrio; se oían las risas, la música, el chocar de vasos; y se sentían los lores de la cerveza y de los manjares.

Entrada la noche, Trujillo y su grupo de amigos salieron a la calle a caminar y respirar aire fresco. Al regresar, se detuvieron en la acera de la casa discutiendo y riendo.

«¿Quién vive en esa casona vieja?» de pronto preguntó el Jefe. «Nadie importante», dijo la cacica. «¿Pero cuál es su nombre, mujer» «Generalísimo, ahí vive Manuel Soñé y su familia», dijo una autoridad de Baní. «Manuel Soñé… mi amigo. Yo quiero verlo», dijo Trujillo.

«Jefe, ese hombre es su peor enemigo», dijo la mujer. Trujillo entró a la casa. «Moya, vamos a visitar a Manuel Soñé», dijo. «Sobre mi cadáver, Excelencia. Máteme primero» Y la cacica se tendió sobre el piso de la sala, bloqueando la salida. Trujillo se impresionó y mandó a Moya a entrevistar a Papá.

Después de ese episodio, cada vez que Trujillo visitaba esa casa había guardias armados subidos en los árboles de nuestro patio.

Un poco tiempo después, una mañana de domingo muy temprano se presentó en nuestro barrio Arsenio Ortiz, el sicario de Machado. Caminaba calle abajo y calle arriba husmeando nuestra casa y por último se sentó en una de las mesetas del Mercado Público -que nos quedaba en frente. Pero una llamada de la capital a una autoridad del pueblo llegó durante la noche anterior y papa fue sacado secretamente del pueblo.

El hombre amaneció dando paseos alrededor de nuestra casa y fumando continuamente.

Azuano, con la esmerada educación de la gente de ese pueblo era descendiente de Francois Souggine, un oficial de artillería del ejército de Leclerc. El era un entusiasta horacista y nunca se acercó a Trujillo una vez que su antiguo amigo fue presidente de la República. Más, no era n hombre violento y nunca lo oí criticar a Trujillo. Un día le oí decir a mi madre: »Ese hombre tiene a su lado mucha gente preparada y buena. Si sólo él se olvidara de su ambición y se deshiciera de espías y de la plebe que lo aconseja mal, él moriría como un Matusalem, y aún querido y respetado. Así es el dominicano de noble».

[b]Atentamente,[/b]

[b]Rosa N. Soñé O.[/b]

[b]Anécdotas[/b]

[b]Señor director:[/b]

Contrariado y decepcionado de escribir sobre análisis políticos tras el retiro de tres precandidatos del PRD en la víspera de la XX Convención por razones que ya eran de su previo conocimiento y aun habían esgrimido antes, leí (como acostumbro) el artículo de mi amigo por décadas, don Roberto Saladín, sobre el abortado Banco de Santo Domingo.

Roberto, me dije, si es un «sabio», ahora, lo que está es escribir anécdotas. Y mejor, trascendentales. Como hace él…

Nada tuve que ver con el Banco de Santo Domingo. Aunque estuve muy relacionado con algunos de sus fundadores. Y, curiosamente, con su momento final.

Fui invitado en esos días a un seminario sobre arroz a celebrarse en el hotel Montaña. Lo presidía el ingeniero Hipólito Mejía, entonces secretario de Agricultura. Y lo coordinaba el ingeniero Frank Rodríguez, director del IAD.

Cocolo de la Mota, de La Vega, y el Ingeniero Luna, de Santiago, eficientes productores privados de arroz, se encontraban entre los invitados. Y una representación de los productores parceleros del IAD que producían más de la mitad del consumo nacional asistían también al seminario.

Entre los representantes de bancos que financiaban arroz se encontraba un joven vivaz y experto del Banco de Santo Domingo de quien me hice amigo prontamente.

Yo fui alojado en un hotel moderno y confortable, Pinar Dorado. Así hice hasta que una mañana bien temprano pregunte por ella.

Se me dijo: «salió hacia el banco hace rato.» Me extrañó, sobre todo, cuando vi largas filas a la puerta de la sucursal. Hice por llegar a la oficina de Margot quien me informó de la quiebra del banco.

Llegué al Montaña y me apresuré a avisar a mi recién amigo, representante del Banco de Santo Domingo en el evento, quien, raudo, voló a la capital.

Cuando pasé, a prima noche, frente a las puertas del banco, vi todavía clientes amontonados. Y el carro de Margot en el mismo sitio del parqueo. Era que el Gerente se había esfumado… Y Margot había asumido toda la responsabilidad.

Así las cosas, Roberto desde el pináculo y yo desde la base presenciamos aterrados el derrumbe de la pirámide.

Y era sólo el inicio de los hoyos bancarios.

Agradezco, señor director, su atención a estas líneas.

Atentamente,

[b]Francisco Dorta-Duque[/b]

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