Cartas al director

Cartas al director

Oración constante
Señor director:

Una de las expresiones que más impactaron mi vida fue cuando escuché de labios de mi pastor la frase: “Dios no se glorifica en tus derrotas. El se glorifica en tus victorias”. Estas palabras tenían un significado especial para el rebaño, que vimos como este hombre había sido librado del cáncer.

Sin embargo, los cristianos experimentamos lo que los puritanos del siglo XVIII llamaron la vara disciplinaria de Dios. Situaciones en que las cosas no nos salen tan bien como deseamos, y no logramos encontrar una respuesta lógica porque no es el resultado directo de una vida de pecado. Más bien nos toma en momentos donde nuestra relación con el Señor entendíamos que era de lo mejor.

Es por ello que se hace necesario ejercitarnos en la oración constante, para estar preparados para los tiempos en donde el fuego de las pruebas no nos hace disfrutar al máximo el gozo de la salvación. Dios está forjando un carácter en nosotros.

En 1 de Tesalonicenses 5:16-18, el apóstol Pablo nos dice: “Estad siempre gozosos. Orad sin cesar. Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús”. Estas palabras lucen paradójicas siendo escritas desde la mazmorra de una cárcel romana.

La práctica de la oración constante es parte de todo el que se inscribe en la escuela del Espíritu Santo, donde podemos conocer más íntimamente a Dios, aprendiendo a confiar en Su voluntad siempre buena y perfecta para nuestras vidas, aunque a nuestro alrededor las circunstancias nos muestren una situación de espanto, apoderados por sentimientos de duda y temor.

Al orar sin cesar, aprendemos a depositar en Cristo nuestras cargas y temores en un futuro que nos pudiera parecer incierto. Nuestra fe se incrementa porque podemos sentir al Invisible  caminado a nuestro lado.

La oración constante nos lleva a practicar la presencia del Señor en cada paso de nuestras vidas; es entonces donde comprendemos que “orar sin cesar”, no puede ser jamás una vana repetición de oraciones aprendidas; es más bien discernir su presencia en cada uno de nuestros actos, sean sencillos o complejos.

Aprendemos aún en el fuego de la adversidad a dejar de mirar el proceso, y la carga misma. Por medio de la oración constante visualizamos Sus propósitos y el resultado final siempre positivo para nuestra alma. Nos lleva a enfocamos en Aquél que nos ha prometido llevar todas nuestras cargas. La queja ya no es una inquilina en nuestra alma.

Ese conocimiento del Altísimo a través de la oración constante nos hará siempre confiar, viendo la victoria de Cristo en nosotros aunque los demás vean solo derrotas.

Atentamente,

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