[b]Señor director:[/b]
Desde los albores de la historia hasta el presente, las bebidas alcohólicas han formado parte de los usos y costumbres de la inmensa mayoría de las culturas conocidas. En la actualidad el consumo de alcohol forma parte de los estilos de vida en muchas latitudes y, como en tiempos pretéritos, juega papeles sociales y culturales de la más diversa índole.
En la Introducción al 10th Special Report to the U.S. Congress on Alcohol and Health (2000), el Director del National Institute on Alcohol Abuse and Alcoholism (NIAAA), expresa de la manera siguiente la compleja relación alcohol-sociedad: «El alcohol es ampliamente utilizado en nuestra sociedad. La mayoría de los individuos que usan alcohol. Algunos, sin embargo, beben en formas o momentos durante el curso de sus vidas, que aumentan el riesgo para sí mismos y para los demás. Asimismo, otros individuos que usan alcohol pueden derivar beneficios para su salud de tal uso».
Las afirmaciones anteriores se refieren tanto a formas de consumo sanas, como a formas de consumo inadecuadas o abusivas, que se correlacionan con una serie de consecuencias para la salud individual y social, denominadas genéricamente «problemas relacionados con el alcohol».
Estudios efectuados en numerosos países demuestran que, aunque el porcentaje de bebedores excesivos o dependientes del alcohol en una población es siempre minoritario, el impacto social de los problemas relacionados con el alcohol es importante. Investigaciones llevadas a cabo en diferentes latitudes, han permitido dimensionar muchos de los costos económicos, sociales y de salud que se atribuyen al mal uso del alcohol. Dichos costos se atribuyen principalmente a patología médica, accidentes, incapacidad, muerte prematura, productividad disminuida, violencia y criminalidad.
Las razones de salud, no obstante, no se empezaron a integrar de manera sistemática, como fundamento de las políticas públicas sobre el alcohol, sino hasta principios del sigo XX. Aunque se infería la relación del alcohol con patología médica y social diversa, no existían estudios que permitieran demostrar tal relación. Ese vacío fue llenado por las iniciativas de los movimientos temperantes, de fundamento más ideológico que científico, que impulsaron entre otras cosas las denominadas leyes secas, con los contraproducentes resultados que registra la historia.
La evolución de las ciencias médicas y sociales en el transcurso del siglo pasado, generó de manera progresiva un cúmulo de información científica sobre el tema. En 1975 la evidencia acumulada dio origen a la era moderna de las políticas públicas sobre el alcohol materializada en la publicación «Políticas sobre alcohol en la Perspectiva de Salud Pública» publicada por un grupo de expertos comisionados por la Organización Mundial de la Salud (OMS), bajo el liderazgo del Dr. Kettiil Bruun.
Desde 1975 hasta el presente las razones de salud han venido siendo impulsadas por la OMS como uno de los elementos fundamentales que deben ser parte de la racionalidad de las políticas públicas sobre el alcohol. No obstante en la actualidad esta recomendación no parece formar parte del propósito de mucha legislación sobre las bebidas alcohólicas, que sigue persiguiendo finalidades de naturaleza económica, fiscal o comercial y sólo de manera marginal finalidades de salud pública.
Uno de los principios básicos que sustentan las políticas públicas modernas sobre el alcohol, es su utilidad para orientar la conducta de los consumidores hacia estilos de vida y formas de consumo más saludables. Las estrategias de educación para la salud, comunicación, publicidad en medios masivos, controles sobre la disponibilidad de las bebidas alcohólicas e instrumentos económicos como los impuestos, tienen entre sus finalidades expresas la de estimular formas de consumo sanas y desalentar aquellas que sean perjudiciales para la salud individual y social. Este enfoque está presente en instrumentos legales contenidos en las legislaciones más avanzadas sobre el tema, en el ámbito internacional.
Los impuestos constituyen uno de los instrumentos más poderosos para orientar el consumo de bienes y servicios por medio del factor precio. En el caso de las bebidas alcohólicas este principio resulta particularmente cierto y, en concordancia con las recomendaciones de la OMS, ha sido integrado como fundamento de la legislación tributaria sobre bebidas alcohólicas en los países desarrollados.
En una gran mayoría de los países en desarrollo, no obstante, la legislación tributaria sobre bebidas alcohólicas se sigue fundamentando casi exclusivamente en consideraciones de carácter netamente fiscal, desaprovechando su potencial como instrumento para el mejoramiento de los patrones de consumo de la población y para beneficio de la salud pública.
Atentamente,
Dr. Luis A. Jiménez Pacheco
Consultor de Salud y Alcohol