Cartas al Director

Cartas al Director

Señor director:
La República Dominicana ha sido crudamente golpeada a lo largo de sus años republicanos. Dictaduras, golpes de Estado, revoluciones, intervenciones extranjeras y otras calamidades históricas inconcebibles en tiempos caracterizados por la conducta civilizada. Otros problemas de carácter nacional nos han marcado toda nuestra vida de pueblo y que junto a los anteriores han configurado en nosotros un determinado modo de actuar, percibir y manejar nuestro mundo circundante.

Más de la tercera parte de nuestra vida como nación independiente está plagada de estos males: 75 años de dictaduras, aproximadamente 14 años de ocupaciones extranjeras y 12 años ininterrumpidos de guerras independentistas. Estos 101 años restados a los 171 años como nación “independiente” nos dejarían 70 de relativas libertad y paz que los gobiernos de fuerza o semidictatoriales, los numerosos golpes de Estado y las “revoluciones” y la permanente crisis económica se encargaron de hacérnoslos muy difíciles e indeseables. He ahí entonces que en nuestro país sea muy fácil ser pesimista y de mal agüero. La realidad nos lo impone con la fuerza implacable de una mandarria.

En la actualidad la más acuciante y peligrosa crisis que afecta al país es la referencia al liderazgo, sobre todo al liderazgo político tomado de las manos por la corrupción. La ideología y la lucha por propósitos favorables al pueblo han sido desplazados por los propósitos puramente proselitistas; desempeñan una función no a favor del Estado ni para servir apropiadamente al país, sino con el fin primero y último de beneficiarse a través de una variada y creativa gama de medios y subterfugios que los hacen merecedores del título de magos de las riquezas.

¡Qué desamparados estamos en muchas instancias de poder! No se nos considera ni nos toman en serio… ¡Cuánto hemos tenido que aguantarles a ciertos políticos que han “usado” irresponsablemente nuestro poder, el que depositamos en las urnas electorales! Es por eso que muchos dominicanos no se sienten representados ni identificados con los políticos dominicanos. Dudan, con y sin fundamento, de su honestidad y buenas intenciones. Ya han sido engañados y traicionados en  repetidas ocasiones.

Y esos ultrajes nos han costados miles de millones de pesos y dólares del pueblo dominicano, este pueblo que tan siquiera tiene derecho a ser reivindicado.

La crisis del liderazgo ha llegado a tal punto que he escuchado a personas decir que prefieren vivir bajo un régimen dictatorial, como el que padecimos bajo fuego y sangre durante 31 años. Hablan de la Era de Trujillo como la época de mayor esplendor económico y orden y paz social que vivió el pueblo dominicano, aunque fuese a base de terror y muertes. Reclaman a un Trujillo que ponga las cosas en orden: que acabe con los ladrones y el desorden en el tránsito; que discipline al dominicano; desaparezca la corrupción administrativa y haga cumplir las leyes; que mantenga las calles limpias, y un sin número de cosas que pueden ser logradas y superadas viviendo en democracia, pero obviamente no en la democracia que estamos viviendo (o quizás ¿padeciendo?).

Lo que en verdad quieren esos dominicanos y creo que todos los dominicanos, es gozar de un Estado dirigido con responsabilidad, criterio y verdaderamente comprometido con el bienestar dominicano; un Estado en el que haya un verdadero imperio de la ley, aplicable incluso a los grandes poderes económicos y monopolios nacionales; un Estado disciplinado y organizado y que priorice su accionar estatal en función de las grandes necesidades que tenemos como nación pobre; que implante el orden y las leyes con autoridad y que tome en serio el poder que le delegamos.

Producto de la desilusión por los políticos tradicionales se han producido ciertos fenómenos en América Latina, como es el caso de la República Bolivariana de Venezuela y Chávez, quien ha respondido ejemplarmente a su compromiso de servir dignamente a su nación, a diferencia de los políticos tradicionales que, como los nuestros, la saquearon descaradamente. Veámonos en el espejo de Venezuela y practiquemos un nuevo modelo democrático que, alejado del fracasado comunismo, nos permita arribar a la verdadera justicia social y a un proyecto de nación más apto a nuestro estado y necesidades realmente urticantes.

Atentamente,

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