Cartas al director

Cartas al director

[b]Señor director:[/b]

Es tradición en el INTEC que la rectoría aproveche el propicio ambiente navideño para compartir con la comunidad un mensaje. En esta ocasión quisiéramos evocar la Navidad como el tiempo en que iluminamos nuestra existencia con la felicidad que se engalana de moderación, de esperanza, de regocijo y de reflexión. Moderación en medio de tiempos de incertidumbre, de crisis económica y de conflictos sociales. Esperanza en la fuerza transformadora del ser humano. Regocijo que permite ir radiar nuestros mejor es deseos hacia familiares, amistades, colegas, en fin, hacia todos aquellos con quienes compartimos nuestras vidas. Reflexión para ser más eficientes, más auténticos y más felices.

Todos(as) tenemos una percepción tan personal y cambiante de la felicidad que muchas veces nos resulta difícil visualizarla y disfrutarla. Insistimos más en los efectos que en los procesos y momentos que generan felicidad. A veces olvidamos que la felicidad es la expresión de un acopio espiritual que no es reemplazable con simples bienes materiales. La felicidad se relaciona con estabilidad interior, con la seguridad sicológica, con la pasión por la vida y la potencialidad de desarrollo personal. No importa que existan problemas. Y es que la felicidad tiene su origen en nosotros mismos, en el vivir de acuerdo a unos valores que generan plenitud y dan sentido a la existencia.

El ser humano, ser social por naturaleza, tiene en la felicidad una de las vías para dar sentido a la convivencia humana, pues, aunque la felicidad empieza en uno mismo, no se agota en uno mismo. Es difícil ser feliz en el egoísmo, es decir, sin estar abiertos generosamente a los(as) demás.

La felicidad es una actitud de vida. Los problemas materiales, sociales y sicológicos siempre estarán en nuestras vidas. Pero con una actitud pesimista, conformista, fácil al derrotismo y al silencio cómplice no es fácil encontrar senderos de luz para mantener la felicidad, la cual se quiebra continuamente. Con una actitud optimista, positivamente realista es más fácil superar las dificultades. Esa actitud no coincide con estados de ánimo eufórico; éstos suelen ser más o menos pasajeros, y una felicidad por momentos no es verdadera felicidad.

No existen recetas para ser felices, pero algunas formas de entender y asumir la vida contribuyen de manera significativa a transitar por el camino de la felicidad. Da importancia a las pequeñas cosas, las de todos los días; a la comunicación, al ocio compartido, al contacto con la naturaleza, a la vida buena, entre otras muchas.

El trabajo que con frecuencia es visto como espacio de esfuerzo físico y psíquico puede ser asumido como oportunidad de desarrollo, como prueba fehaciente de lo que podemos y sabemos hacer. Trabajar con entusiasmo, y hacerlo bien y de forma completa y acabada, es una de las formas de convertir la felicidad en un bien de consumo cotidiano. Una actitud de aceptación de los demás, de valorar mucho más sus fortalezas que sus debilidades, facilita la convivencia y genera felicidad.

En el INTEC hacemos votos para que en estas Navidades y en el año 2004 renovemos como personas y como país la esperanza. Par a que compartamos el sueño y defendamos la utopía de una sociedad que tenga el rostro de la felicidad, de la justicia, de la solidaridad, de la paz y de los derechos humanos.

¡Feliz Navidad!

[b]Paisaje de Navidad[/b]

[b]Señor director:[/b]

Tenemos casi a la vista la realidad de los días navideños. En todos los meridianos y paralelos de la tierra soplarán los mismos aires de cercanía que nos une y de ternura que nos conmueve.

En estos días que todos esperamos con afán nos acercamos más al Dios que alumbra nuestra esperanza.

Nuestra civilización ahora embotellada en la globalización y el neoliberalismo, no ha logrado aún arrancar del corazón de las gentes la amorosa acogida al que descansa sereno en la sencillez de un pesebre.

Los ojos frívolos se vuelven reflexivos seducidos por la belleza deliciosa de Belén, recostada en las colinas de Judá que hoy esconden minas explosivas donde ayer ofrecían viñas y trigales como signos de los tiempos. En Belén hay que buscar el pesebre que cobija, -ya avanzada la noche- a un recién nacido. La claridad de arriba deja ver los árboles cubiertos de nieve y transidos del frío envueltos en el manto del cielo azul oscuro tejido con rayos de luna. En primer plano de esta postal, una joven madre -a través de una cortina de lágrimas-, contempla al fruto de su seno estrenando la vida humana. De pie, -cerca como siempre-, el justo José…

El paisaje de la Navidad nos limpia los cristales de la fe con la que avisoramos mejor a un Dios que nos hace ricos con su pobreza, fuertes con su debilidad y humildes con su sencillez, descubriéndonos que podemos poseer muy poco y valer mucho.

Los trazos de una postal de Navidad evocan la alegría de los pastores, la esplendidez de los reyes y la adoración augusta de los ángeles del cielo.

Evocan la inmaculada blancura de un ser maravilloso que como los senderos de nieve sin pisadas, resplandece en toda su virginidad.

La Navidad nos regala un mensaje capaz de cambiarle el rostro al mundo.

Un mensaje de amor y de paz.

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